Capítulo 13: Los aquelarres

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Otra noche más en esa casa.

Era extraño porque, de alguna forma, sentía que era natural estar allí y, al mismo tiempo, me sentía fuera de lugar. Porque me sentía cómoda con él, rodeada de sus cosas, de su olor, dejándome abrazar sin comprender cómo podía ser una estatua de mármol tan cálida y cariñosa a su manera.

Pero había una clara línea que no podía atravesar y me dolía de una forma física: no podía pasar a su dormitorio. No lo había dicho, simplemente lo expresaban sus gestos. Nunca me había ofrecido dormir allí y, cuando había sentido que necesitaba compañía, había preferido quedarse en el salón conmigo que dejarme pasar. Como si aquella habitación representara un nivel más profundo e íntimo de la relación que no quería conmigo.

Esa misma noche, por ejemplo. Yo había vuelto a dormir en el sofá y él había descansado en su sillón. Ni siquiera había sido consciente de ello. Tan solo hablamos largo y tendido toda la noche hasta que, en algún momento, me quedé dormida a mitad de una frase. Y él, en lugar de marcharse a su cama, se había quedado allí conmigo. Porque no me quedaba ninguna duda de que él había elegido pasar la noche a mi lado, como si temiera que fuera a necesitarle en mitad de la noche. Como un padre primerizo que no se atreve a alejarse demasiado de su criatura.

Desperté avergonzada una vez más. Aunque, por una vez, yo antes que él. Decidida a agradecerle su paciencia infinita, esta vez me encargué yo del desayuno.

—Gracias.

La taza y el plato con tostadas que estaba dejando delante de él casi acabaron en desastre sobre la mesa cuando su voz me sobresaltó.

—Buenos días —jadeé tratando de contener el corazón en el pecho—. ¿Llevas... mucho rato despierto?

—Tengo el sueño ligero.

Noté un cosquilleo en el estómago que me hizo sentir idiota al verle comer el desayuno que había preparado, aunque fuera algo tan simple como pan tostado. Me levanté de nuevo del sofá antes de que toda mi cara fuera un cartel gigante de mis pensamientos.

—Parece que hoy me toca la ducha primero —murmuré tontamente—. Me daré prisa —prometí corriendo a esconderme de él en el baño.

Decidida a no hacerle esperar, me duché rápidamente y me maquillé, lamentando tener que ponerme de nuevo las gafas. Aquella vez sí que habría jurado que no iba a pasar la noche allí, así que no había traído lentillas de repuesto.

Cuando fue su turno, me senté en el sillón a esperarle mientras me ponía al día con el móvil. Ignoré los mensajes de Dave y me quité las gafas para una foto dando los buenos días en las redes sociales. Estaba jugando con los filtros cuando la puerta del baño se abrió.

—Qué rápido.

Para mi sorpresa, el fiscal no era de los que se llevan la ropa al baño. Salió del pequeño cuarto envuelto en un albornoz y rodeado de una nube de vapor que expresaba a la perfección cómo había subido la temperatura del salón.

Sin ningún disimulo, mi vista se paseó por su cuerpo. Albornoz, ¿cómo no? La opción más aburrida. ¿Por qué no podía usar una toalla atada a la cintura y regodearse en su propio atractivo? Si estuviéramos en mi casa, sin duda yo saldría tapada con una toalla minúscula, disfrutando de cómo sus ojos se paseaban por mi piel húmeda con mal disimulado deseo.

—¿Es que tienes frí-...?

La última letra de la burla se evaporó de mis labios al mirarle a la cara. A su cabello, concretamente. En lugar de lacio como siempre estaba ligeramente ondulado, luchando contra el peso del agua por rizarse un poco más. Y de aquella manera, con el negro cabello serpenteando como tinta frente a su rostro, se veía atractivo de una forma distinta, salvaje. Como si perder el dominio de su aspecto le quitara las riendas de su autocontrol.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora