Capítulo 11: El adonis

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Desperté a regañadientes, demasiado cómoda como para renunciar voluntariamente al abrazo tibio que me mantenía a salvo en mis sueños. Aún adormilada, alcé la cabeza cobijándome contra ese cuello cuyo olor era sinónimo de una cálida sensación de paz.

La felicidad rebosó en mi cuerpo, escapando en forma de suspiro. Y, al mismo tiempo, desinfló la perfección del momento: mi confortable colchón terminó de despertar también.

—Buenos días —murmuró con voz ronca contra mi sien.

Enajenada por la situación, me restregué contra él con la naturalidad de un gato perezoso, tratando de robarle minutos al sueño. Contesté su saludo en un bostezo mientras le rodeaba con mis brazos y buscaba acurrucarme de nuevo, aunque mi colchón no se mostró de acuerdo con mi plan.

—Nicole —murmuró suavemente contra mi oído—, tienes que levantarte. Tenemos que ir a trabajar.

Aquellas palabras eran intrusas en aquel refugio de abrazos y mantas. Su intromisión tañó las campanas que anunciaban el final del hechizo, y la consciencia de quiénes éramos en el mundo real me obligó a abrir los ojos apresuradamente y resguardarme bajo la manta con más énfasis.

Miré aturdida alrededor. Seguíamos en el salón, en su sillón. Lo había reclinado hacia atrás y ahí estábamos los dos, bajo una manta. El hecho de que él estuviera vestido y yo en ropa interior era lo más confuso de todo. Exprimí mi memoria, pero no logré recordar cómo había acabado durmiendo ahí; aunque gemí cuando vino a mi mente cómo me había echado a llorar como una pánfila solo porque me atara.

—Ah... yo... —empecé insegura de cómo disculparme. Ahora no tenía ni la excusa del alcohol para mi comportamiento.

Me apartó el pelo de la cara y, en el mismo gesto, acarició mi mejilla con una ternura que me derretía por dentro. Necesité fuerza de voluntad para no restregarme contra su mano como un animal desesperado por afecto. No había ni rastro de frustración o molestia en sus rasgos, pero era más que probable que estuviera ocultándolos para no ser insensible.

—¿Estás mejor?

Ahí estaba. Pena. Lo último que quería despertar en alguien a quien me quería llevar a la cama. Ahora sus caricias se teñían de la inocencia que rebosa el abrazo a un niño y no la intimidad entre dos amantes.

Por un momento pensé en decir algo sugerente. Meter la mano bajo su jersey o bajarla a su entrepierna y proponer una forma de estar mucho mejor... Pero me sentía frágil, quebradiza, como un jarrón roto que hubiera pasado toda una noche pegando pieza por pieza. Lo único que quería era volver a acurrucarme en su regazo... y estar sentada en sus rodillas, escondida bajo la manta, me hacía sentir ridícula como contrapunto.

Asentí con la cabeza para poder desviar la atención de mí. Mentir con palabras parecía una tarea imposible en ese instante en el que mi interior había pasado de una fortaleza a una barca en plena tormenta.

Con una fuerza inesperada, me alzó entre sus brazos para volver a dejarme en el sillón sin él. La huella de calor que había dejado y su olor me dejaron completamente KO mientras él empezaba a trastear en la cocina. Juro que pensé en ofrecerme a ayudar, estaba segura de haberlo dicho en voz alta, pero lo siguiente que pasó fue que una suave sensación en mi pelo me removió dentro del frágil sueño en el que había vuelto a caer y al abrir los ojos había una bandeja con el desayuno frente a mí.

—No puedo dejarte dormir más o llegaremos tarde. Iré a la ducha primero, desayuna mientras.

Suspiré, más frustrada que agotada, y eso que de ambas tenía una buena ración. Había perdido la ocasión de una disculpa en condiciones, aunque él tenía que estar ya más que harto de oírme pedir perdón.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora