Capítulo 29: La negativa

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—¿Qué tal estoy?

Joss se pavoneaba en su traje nuevo, tan orgulloso como hiperactivo. Y, debajo de todo eso, muerto de miedo.

Miré al abogado intentando reprimir una sonrisa tierna. Matt tenía mucho trabajo y había delegado un caso en él. Por lo general, Sophie y Joss, al ser un rango inferior al suyo, le ayudaban en todo, pero era él quien llevaba la parte dura, el que salía a hablar en el tribunal como se hace en las películas. Pero esta vez le había confiado un caso a su ayudante por completo y, aunque Joss se había mostrado entusiasmado durante semanas por ponerse a prueba, ahora que era el gran día se lo comían los nervios.

—No está mal para ser el traje con el que te entierren —comenté con tono ligero.

—¿Para que me...?

—Ya sabes... Porque si la pifias con el caso, Dawlish te matará y ese será tu último traje.

Su cara pasó a hacer juego con la pared y rompí a reír disfrutando de su ansiedad. Tras un par de segundos, se recompuso con gesto irritado y empezó a lanzarme bolígrafos.

—¡Mala! ¡Nicky mala! ¡Te voy a vetar de la celebración de esta noche cuando salga todo genial!

—Es lo justo, ya que si fracasas, serás tú el vetado... ¡de la vida! —me reí tratando de esquivar los bolígrafos.

Corrimos como críos por el despacho hasta que me puse tras Sophie, usándola como parapeto. Ella se quejó intentando disimular su diversión bajo esa sobria capa de responsabilidad que siempre cargaba. Intentó poner orden inútilmente, hasta que un sonido de quiebre nos dejó paralizados a los tres.

Joss se ruborizó y se llevó las manos al trasero. Corrió por la sala gritando «no, no, no» una y otra vez, buscando una superficie reflectante donde comprobar que, efectivamente, había roto los pantalones por el lugar más ridículo posible de tanto moverse el día más importante de su vida.

—¡Me muero! ¡No, porque me va a matar! Pero no podrá matarme si me suicido yo primero —empezó a divagar lastimero.

Poco a poco, mi risa murió al ver que su angustia era real. Faltaban un par de horas para el juicio, aún podría ir a alguna tienda cercana y pedir un arreglo de emergencia, no era para tanto. Incluso estaba a tiempo de coger un taxi e ir a cambiarse de ropa a su casa. Pero sus nervios no soportaron la presión de ver que el día empezaba mal.

—Es una señal. Seguro que es una señal. ¡Sophie! Sophie, tú eres bruja, dime la verdad. ¿Debería decirle que no puedo hacerlo? Tal vez... ¿Y si vas tú? Seguro que todo sale mal, soy un inútil...

Sus ojos se enrojecieron, parecía a punto de echarse a llorar y no tuve corazón para no hacer nada. La vergüenza pesaría menos en mis hombros que su tristeza en mi pecho.

Con un suspiro paciente, rebusqué en mi bolso y saqué mi kit de costura portátil, que no era más que un par de agujas, un botón, un imperdible y cuatro tipos de hilo para emergencias estilísticas. El costurero bueno lo tenía en casa, donde me encargaba de arreglar la ropa de marca que conseguía en los outlet rebajada por tener algún desperfecto. Así podía vestir ropa cara fingiendo que me lo podía permitir.

—¿Siempre llevas eso encima?

—No... Eh... Esto es para... una excusa que no me apetece inventarme. Anda, quítate el pantalón y dámelo. Rápido —le azucé malhumorada.

Aquello era humillante, pero no hacerlo sería peor.

—¿Sabes coser? ¡Eres mi ángel! —clamó mientras se quitaba la prenda allí mismo.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora