La Historia de Einar, Parte IV: Un soldado excepcional

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Parte E


Pasamos así muchos días más, peleando apenas saliera el sol y montando guardia durante las noches, recogiendo cuerpos de soldados y de criaturas distintas cada día. Era desesperante.

El General Volksohn hacía observaciones de mi desempeño y del de mis amigos con frecuencia, resaltando nuestras mejoras y nuestras debilidades. A todos nos estaba costando trabajo mantener el ritmo de las batallas, nos estábamos cansando y, más que nada, nos afectaba ver caer a nuestros soldados con cada enfrentamiento.

A medida que pasaba el tiempo, las peleas se volvían más difíciles; cada día aparecían criaturas diferentes que peleaban con más ferocidad que las del día anterior. Hubo una vez en la que del bosque salieron dos o tres Ferig casi del tamaño de un caballo que arrasaron con varios hombres; tenían garras y dientes enormes, rugían ferozmente y, cuando corrían, su espeso pelaje negro se movía con el aire. Los arqueros necesitaban casi diez flechas para debilitarlos y era casi imposible acercárseles sin salir herido. Fue una pesadilla.

En otra ocasión, los Ferig que lucían como humanos aparecieron solos.

Eran muchos, estaban formados en filas parecidas a las nuestras, pero no portaban armadura y solo algunos llevaban lanzas o arcos. Los demás tenían las manos vacías.

Avanzaron hacia nosotros, abriéndose paso entre los escudos de las primeras filas para poder atacar al resto de los soldados. Se precipitaron contra las formaciones que el General había ordenado y empezaron a lanzar golpes y a esquivar las espadas con las que tratábamos de defendernos.

Por un momento creí que tendríamos ventaja, pues estaríamos peleando contra oponentes parecidos a nosotros y habíamos entrenado para ese tipo de batallas durante el tiempo que estuvimos en la escuela de la guardia real, pero las cosas cambiaron en un instante. Los Ferig lograron tomar algunas de las armas de nuestro ejército y comenzaron a luchar con ellas.

Tal vez ese día haya sido el peor de todos.

Rustam salió herido después de pelear contra los Ferig durante un rato; Ancel, que estaba en la misma fila que él, se distrajo por un instante al ver a nuestro amigo caer al suelo y quejarse. Después, vi cómo un grupo de soldados lo levaba hacia el campamento junto con otros varones que también tenían lesiones. Deseé que no hubiera sido algo muy grave.


Cerca de donde yo peleaba estaba Ansgar, quien parecía tener muchísimos problemas para deshacerse de sus oponentes: dudaba al momento de atacar, reaccionaba muy lento y apenas podía defenderse. Estaba rodeado por dos Ferig, uno desarmado y otro con una espada que había robado de los soldados de Valkar. Terminó con uno de ellos, además de que hizo que el otro soltara su arma; sujetó la cabeza de este último y lo amenazó colocando su espada cerca de su cuello, pero sucedió algo que no debió haber pasado.

Ansgar titubeó.

Se detuvo por un instante, suficiente como para que su adversario tomara la espada con la que se le amenazaba y golpeara a mi amigo con el fin de soltarse y seguir con la pelea.

El chico de cabello negro cayó al suelo boca abajo y dejó su espada en las manos del Ferig, que no dudaría en aprovechar para matarlo ahora que tenía ventaja. Al darme cuenta de eso, ignoré que tenía una posición en mi fila y corrí hasta donde estaba Ansgar para ayudarlo. Llegué justo a tiempo para detener el ataque del oponente de mi amigo, sorprendiéndolo.

Cuando logré deshacerme de ese Ferig problemático, me acerqué a Ansgar para ayudarlo a levantarse y devolverle su espada, pero antes de que él tomara mi mano, escuché que el General Volksohn llamaba nuestra atención desde lejos con voz poderosa.

DornstraussWhere stories live. Discover now