La Historia de Einar, Parte II: Un novato sospechoso

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Parte A

Me colé ingeniosamente entre la bola de varones para ser de los primeros en entrar al castillo cuando abrieran las puertas. Mi altura me dejó ver a la par de algunas cabezas y el cuerpo en el que había vuelto a trabajar me permitió soportar los empujones sin ser aplastado por las espaldas titánicas de algunos hombres que, más que personas, parecían bolas de músculo y hueso que se movían con la gracia de un cerdo.

Si dejé la mayoría de mis modos de doncel antes de que ese día llegara, algo que nunca pude quitarme fue la obsesión por la buena imagen y el espacio personal. Estar atrapado entre la marea de varones mal vestidos me hacía imaginar la pobre vida del doncel o la mujer que se casara con ellos.

¿Y si terminaba volviéndome sucio y descuidado como ellos?

Ese pensamiento pasó por mi cabeza como un relámpago, haciendo que mi cuerpo saltara un poco antes de darme algo de risa. Los tremendos empujones me sacaron de mis cavilaciones a tiempo para abrirme paso entre el tumulto y entrar al castillo lo más pronto posible. Era un lugar enorme tanto por dentro como por fuera; parecía una fortaleza impenetrable, con torres altas y puertas grandes y pesadas, decoraciones no muy exageradas y con una funcionalidad impresionante, a mi parecer. Dentro del castillo, en los pasillos, había banderas y cintas rojas o de color verde oscuro colgadas de las paredes; había armas, escudos y lámparas, sin olvidar las ventanas altas que evitaban que los salones estuvieran a oscuras. Sentí la necesidad de darme una vuelta y explorar el castillo por mi cuenta pero pensé en que, una vez dentro de la armada, tendría más tiempo para hacerlo.

Desafortunadamente, el recorrido no pretendía mostrarnos el castillo, sino reunirnos a todos en un enorme salón lejos de los lugares más importantes de la construcción. Ahí comenzaríamos a anotar nuestros nombres en una lista.

El soldado que aguardaba detrás de la mesa donde estaba el largo rollo de papel era un hombre reconocido, su nombre era popular en todo Valkar: Dogvar Wieczorek.

Era un monolito andante: muy alto, fornido, de cabeza calva y una barba espesa del color del cobre. Llevaba la armadura del cargo más importante en el ejército, hablaba con una voz tan fuerte como el gruñido de un oso y casi no se entendía lo que decía por la manera en la que arrastraba las palabras. Si algo podía agradecer de mi educación como doncel era mi capacidad para hablar claramente; me irritaba que alguien no lo hiciera así.

Pasar frente a él hacía que mis manos temblaran, a punto de hacerme derramar una gota de tinta mientras trataba de controlar la pluma con la que anotaría mi nombre en la lista. Dogvar Wieczorek leyó lo que había escrito con poca discreción.

— ¿Dornstrauss? ¿Los de la cerveza? -preguntó, curioso.

—Sí, Señor —contesté con firmeza.

—Conozco al señor Dornstrauss. Pensé que en esa familia solo había donceles —comentó, sin mucha emoción—. ¡Siguiente!

Me alejé de la mesa tan pronto como pude, esperando a que el registro terminara sin contratiempos. Contrario a lo que quería, duró una eternidad; sacaron a varios varones sin motivo, haciendo escándalo cada que sucedía. También, inesperadamente, alguien entró hecho una furia y azotó la enorme puerta que cerraba el salón.

Gritó improperios y buscó frenéticamente a alguien, llamándole por su nombre. Me dieron escalofríos tan solo de verlo empujar a todo el que estuviera a su paso, pensando que podría empujarme también a mí. Finalmente, el desconocido encontró a quien buscaba, jaló a la persona del brazo hasta el centro de la sala y le dio una bofetada. Le gritó con furia y, frente a todos, habló con ironía, burlándose de quien había golpeado.

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora