La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte K


El campamento se fue desmantelando lentamente. Al cabo de unos días, solo quedaban unas cuantas tiendas y casi todos los soldados con heridas leves habían sido trasladados a Versta. No se necesitarían más de dos viajes, que se harían a la mañana siguiente, para terminar de mover a la gente que el Coronel Ziegler me había permitido poner a salvo en el pueblo.

Mi superior se negó a partir con el grupo que se fue aquella vez. Desde que comenzaron los movimientos él insistió en quedarse a vigilar hasta que todos los soldados que podían irse estuvieran en el pueblo. A mí no me gustaba que se opusiera tanto a dejar el lugar.

Por la tarde, después de haberme lavado con agua que intenté calentar y se enfrió de inmediato, recorrí el campamento para contar las pocas tiendas que quedaban. Los soldados que se encontraban dentro, más heridos que quienes ya estaban en Versta, descansaban en devastador silencio.

Al entrar a una de las tiendas, me encontré con un revoltijo de cuencos de comida, medicina, mantas y vendas que rodeaban a seis o siete hombres malheridos. Uno de los varones que se encontraban menos indispuestos me miró con angustia.

—Capitán, ¿cuándo comenzarán a trasladarnos a nosotros hacia el pueblo?

Su pregunta amenazó con romperme. Me faltó la voz por un instante.

Si le decía la verdad, todos los hombres en esa tienda pasarían el resto de sus días esperando la muerte, pero mentirles tampoco me era posible.

En la escuela de la guardia real jamás se me había preparado para dar aquel tipo de respuestas, dolorosas en cualquiera de sus formas.

—Tan pronto como el Coronel Ziegler lo ordene —logré contestar, sintiendo la culpa apropiarse de mi cuerpo. El varón no dijo nada.

Procuré estar fuera de ese lugar tan pronto como pude, con un nuevo peso sobre mis hombros. Dejar a los soldados gravemente heridos en el campamento, a merced de las feroces criaturas del bosque, me haría sentir responsable de su muerte. El frío caló hasta mis huesos de solo pensarlo.

Quise gritar, pero el aire en mis pulmones no fue suficiente. Tampoco pude llorar o ninguna cosa parecida. No podía hacer nada.

O tal vez sí.

Podía intentar llevar a todo el campamento a un lugar seguro en Versta. Le gustase al Coronel Ziegler o no. De las provisiones y la falta de ayuda me encargaría después. Le contaría mi plan al Coronel apenas lo viera, para mantenerlo al tanto de mi decisión, pero sin necesidad de pedirle permiso para hacerlo.

Como si pensar en él lo hubiese hecho aparecer, encontré al Coronel sentado en el suelo frente al lugar donde se encendía el fuego para calentar agua y preparar comida, mirando hacia ninguna parte. La fogata estaba apagada y nevaba por segunda vez en la temporada, pero él parecía no incomodarse por el frío.

El Coronel vestía el gambesón* y los pantalones oscuros que se usaban debajo de la armadura, además de esconder su cuerpo afligido con una máscara de gallardía, envolviéndolo en una capa elegante de color gris oscuro y pelo de algún animal que no me molesté en reconocer.

Su cabello estaba cuidadosamente acomodado y su barba, que marcaba la afilada línea de su mandíbula, estaba acicalada perfectamente; supuse que se había limpiado aquella mañana. Al observarlo con detenimiento, noté un par de cicatrices que cruzaban una parte del lado izquierdo de su rostro, posible recordatorio de intensas batallas sepultadas por el tiempo. Una de ellas abría un estrecho camino a través de su ceja, la otra se encontraba entre su barba.

DornstraussTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang