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Los entrenamientos del día terminaron con unos minutos de historias por parte de Einar, que motivaba a Keon a seguir esforzándose. Habían pasado ya unas semanas desde la llegada de los nuevos aspirantes a soldados al castillo y Keon no dudaba ni un segundo que había tomado el camino correcto al enlistarse en la armada.

Cuando el guerrero rubio y su discípulo salieron de la sala donde entrenaban, se toparon con un par de conocidos.

— ¿Terminaron, ya? —preguntó Ansgar, sonriéndole a Einar de manera casual.

—Así es —contestó el rubio—. Por hoy, fue todo.

La chica que caminaba con el soldado de cabello negro se irguió y le habló a su entrenador con familiaridad, aun cargada de un profundo respeto.

— ¿Tengo permiso para ir a cenar, Señor? Parece que ya es hora.

—Tienes permiso, Lieselotte —. El soldado se acercó un poco a su alumna y le habló en voz baja, como si fuera a confiarle un secreto—. Entra por la puerta de la cocina, te darán una ración más de postre si les dices a los donceles que yo te mandé.

Los ojos de la chica brillaron y se agrandaron por la alegría, estuvo a punto de dar un brinco de felicidad.

— ¡Sí, Señor!

Keon estuvo a punto de seguir a la chica sin pedir permiso antes. Después de dar unos pasos se dio la vuelta y se paró con firmeza frente a su maestro.

—Solicito su permiso para ir al comedor, Señor —preguntó, ansioso. Einar esbozó una sonrisa.

—Ve, pero tú no entres por la cocina. Ya te dieron doble postre ayer.

— ¡Sí, Señor!

El doncel de cabello castaño volvió a dirigirse hacia la sala donde tomaría su cena. Una vez se fueron los dos reclutas, Ansgar y Einar tuvieron la libertad de dejar de hablarse con la formalidad característica de los altos rangos del ejército. Su tono se volvió más familiar, incluso un tanto dulce.

—Debe ser genial entrenar contigo —dijo el soldado de cabello negro—. Escucharte hablar siempre me ha parecido motivador, y debe serlo todavía más si lo escucha él, que es un doncel, como tú.

—Tal vez no sea tan divertido como aprender a luchar con la gracia y el porte de Ansgar Volksohn.

—Siempre fui mejor dando golpes y blandiendo una espada que diciendo palabras brillantes. Además, mi voz no es tan cautivadora como la tuya.

Ansgar miró a Einar a los ojos con una sonrisa para observar cómo reaccionaba a su cumplido; tuvo el efecto que quería, a juzgar por que el otro desvió la mirada.

— ¿Vas a cenar? —Preguntó el rubio, tratando de cambiar de tema—. Yo no tengo muchas ganas de ir a ver el bullicio que debe haber en el comedor.

—Hoy tampoco tengo tanta hambre. Se me pasó al verte salir temprano de tu entrenamiento —contestó con complicidad. Einar recorrió el rostro del otro soldado con la vista y tomó aire.

—Eso creí. Rara vez tenemos una oportunidad como esta.

A pesar de que el tiempo era valioso, los reclutas tuvieron que aprender a hacer las cosas a las que los soldados se dedicaban cuando no había guerra, pues servir al rey implicaba más que solo luchar en el campo de batalla.

Por eso, cada chico tomó una posición en alguna parte del castillo; algunos salieron a las aldeas cercanas acompañados de otros soldados para hacer distintas labores. Keon y Einar, por su parte, tuvieron que atender al rey Rustam y ayudar con algunos de sus deberes.

En la sala del trono, cuando el soldado y su pupilo llegaron, el rey, Ansgar y Lieselotte, la alumna del soldado de cabello negro, ya los estaban esperando.

Tanto a Einar como a Ansgar y a Rustam les traía buenos recuerdos ese periodo de servicio en el castillo.

Con eso, Einar aprovechó para contarle algunas cosas más a Keon. Al chico podría interesarle saber cómo fue que el soldado se enteró de las primeras noticias de su casa después de enlistarse en la armada.

DornstraussTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon