La Historia de Einar, Parte IV: Un soldado excepcional

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Parte D

Antes de leer: La guerra contra los Ferig ha empezado; para representar estas escenas y desarrollar a los personajes relatando cómo se sintieron al estar en ellas fue necesario incluir algunos párrafos donde hay violencia de fantasía, sangre y muerte. Recomiendo leer con discreción para evitar momentos desagradables.

¡Que comience la batalla!




El cielo se tiñó de rojo; la tierra pareció estar ardiendo cuando el amanecer llegó a terminar con el último momento de tranquilidad que tuvimos en mucho tiempo.

La luz del sol iluminó nuestros rostros como si nos diera una ligera caricia, revelando poco a poco lo que había pasado durante la noche. Mostró las flechas enterradas en el suelo o clavadas en las tiendas y también nos dejó ver los cuerpos de los soldados que habían sido alcanzados por ellas. Estaban entre nosotros, inmóviles, fríos; había sangre en las ropas de los varones caídos, algunos aún tenían los ojos abiertos y nos miraban con terror. Eran menos de 20, pero en ese momento me pareció que había muerto una multitud.

Se me revolvió el estómago y miré al frente, imaginando que no era capaz de ver los cuerpos, que no estaban ahí y que no podría tropezar con alguno de ellos mientras corría.

Cuando el cielo se volvió completamente azul, volvió a caer una flecha, lejos de las filas. Nos pusimos en guardia y los soldados de mayor rango, frente al resto de nosotros, se resguardaron detrás de sus escudos. Empezamos a marchar lejos del campamento con pasos lentos, pero firmes, bajo las órdenes del General Volksohn, que eran repetidas por un instrumento de viento que tocaba distintas secuencias de notas para que, quienes estábamos más lejos, reconociéramos lo que se había ordenado.

De pronto, mientras marchábamos, una criatura muy pequeña y extraña salió del bosque caminando en cuatro patas, acelerando su paso entre más se acercaba a nuestras filas. Comenzaron a salir más de esas criaturas, caminando al mismo ritmo que la primera, y mientras ese grupo se alejaba de la maleza una línea de Ferig se paró frente a los primeros árboles del bosque.

Ésta última línea era de los Ferig que parecían humanos pero, tal y como había dicho Dogvar Wieczorek, tenían pieles que desde lejos podía verse que eran de colores muy extraños, como los de las hojas de los árboles cuando están por secarse. No portaban armaduras, estaban vestidos con telas ligeras y tenían arcos o lanzas.

Cuando su formación estuvo lista, las criaturas pequeñas que iban al frente se precipitaron hacia nosotros a toda velocidad y saltaron sobre los escudos de los soldados de alto rango, cayendo sobre los que estábamos detrás y atacando con furia, soltando mordidas hacia todas partes. Para defendernos, muchos de nosotros utilizamos dagas en lugar de nuestras espadas, puesto que teníamos que quitarnos a las criaturas de encima, y un arma grande no sería útil. Mientras tanto, los Ferig que llevaban arcos avanzaron unos cuantos pasos más y lanzaron sus flechas al mismo tiempo que los arqueros del ejército de Valkar.

El General Volksohn empezó a darnos órdenes y nos hizo cambiar de formaciones mientras seguíamos avanzando. Varias flechas cayeron sobre algunos soldados, pero también redujeron la cantidad de Ferig que nos atacaban.

La parte de en medio de nuestras filas, donde estábamos Ancel, Rustam, Ansgar y yo, era un verdadero caos: las criaturas se lanzaban contra nosotros, trepaban por nuestros cuerpos y atacaban nuestras cabezas como si buscaran arrancarlas de nuestros cuellos. Solían abalanzarse hacia nosotros en grupos de dos o tres y quitárselos de encima era desesperante, tanto que, cuando logré atrapar a uno, lo lancé tan lejos como pude.

Esos Ferig hacían ruidos muy raros cuando se les golpeaba y tenían bocas enormes que se abrían casi a la mitad de su cabeza, además de ojos completamente negros; los más grandes eran del tamaño de una caja como las que yo solía cargar en la tienda del centro de Tryuna, máximo, y su piel podía tener verrugas o ser completamente lisa. Tenían sangre roja, como la nuestra.

Entre más tiempo pasaba, más me desesperaba: no podíamos pelear contra esos Ferig como lo haríamos con unos oponentes más grandes; sentí que pasó una eternidad después de lidiar un rato con las pequeñas criaturas que nos atacaban de cerca. La única manera que encontré para quitármelas de encima fue arrancarlas de mi ropa y mi armadura o usarlas para cubrir las flechas que se dirigían hacia mí. Me estaba moviendo demasiado.

— ¡Dornstrauss, no pierdas la compostura! ¡A tu fila!

La orden del General Volksohn me devolvió a la tierra: estaba demasiado cerca de la primera línea.

El padre de Ansgar parecía estar supervisándonos mientras peleaba, pero yo no lograba entender cómo podía concentrarse en nosotros y en sus oponentes al mismo tiempo sin perder un solo detalle; además, se mantenía recto, sin perder su porte ni despeinar su cabello, que estaba debajo del casco de su armadura y le llegaba hasta los hombros. Era impresionante; deseé ser capaz de hacer lo mismo en algún momento.


De pronto, tras lo que parecieron ser horas de pelea, los Ferig dejaron de atacar y retrocedieron, ocultándose entre los árboles desordenadamente. El General Volksohn nos ordenó volver a nuestras posiciones.

—Dornstrauss, Löffer, Holz y Volksohn —nos llamó un soldado cerca de nuestra fila—. El General pide que vayan con él.

Mis amigos y yo acatamos la orden y nos paramos junto al General, dos de cada lado, para no romper la formación simétrica del ejército.

—Rustam Holz —llamó el padre de Ansgar con firmeza, sin apartar la vista del bosque—: Piensas demasiado tus movimientos, debes aprender a actuar rápido. La ventaja contigo es que eres bueno para pelear con dos o más oponentes si los logras ver a tiempo.

El General hizo una pausa.

—Ancel Löffer —continuó—: Contrario a Rustam, pierdes el control cuando hay más de un oponente luchando contra ti. Te cuesta pelear con más de uno a la vez, pero actúas rápido y reaccionas al instante, tienes buenos reflejos; eres difícil de sorprender y eso es bueno.

El General puso en posición de descanso a todos los soldados y se dirigió a mí, con la mirada fija en el bosque, todavía.

—Einar Dornstrauss: No pierdas la compostura y mantén la calma. Tienes fuerza y eres ágil, pero debes evitar perder los estribos; reaccionar impulsivamente, sin pensar las cosas, puede costarte la vida.

Por último, el General le habló a su hijo con el mismo tono que usó para Ancel, Rustam y para mí, pero con nuestro amigo de cabello negro sonó más como una reprimenda que como una observación.

—Ansgar Volksohn: No te toques el corazón al momento de defender a Valkar. No dudes en quitarles la vida a tus oponentes durante la guerra, si tienes la oportunidad. Eres demasiado empático con el enemigo, y eso va a causarte problemas. Sabes conservar la calma; eso es bueno.

El General nos devolvió a nuestra fila. Nos mantuvimos formados hasta que nos permitió descansar un momento; los Ferig no volvieron a salir del bosque ese día.

Antes de la puesta de sol, el General Volksohn nos pidió que limpiáramos el lugar y recogiéramos los cuerpos, tanto de los Ferig, como de nuestros soldados, para hacerlos a un lado. Las batallas continuarían, y moverse en medio de ellos sería demasiado riesgoso.

Había un contraste casi insoportable entre los cuerpos que recogíamos: los Ferig que yacían en el suelo tenían cortes limpios, tal vez sin extremidades o cabeza, pero no lucían tan mal como los de los humanos. Estos tenían el cuello o las manos teñidas de rojo, el rostro casi irreconocible, rasguños, rastros de mordidas y pieles desgarradas. Empecé a temblar cuando tuve que levantar al primer soldado que encontré, pero sabía que iba a ser así hasta que la guerra terminara; yo solo debía preocuparme por no ser de los soldados a los que el ejército tuviese que recoger después de una batalla.

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora