Lealtad

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Parte A


A los suaves rayos de sol que se filtraban entre el follaje de los árboles, se reveló una pequeña nube de esporas cayendo al suelo con delicadeza. El hongo al que pertenecían aquellas minúsculas esporas era de los primeros en la temporada; estaba listo para convertirse en una gran medicina, pero Elouan no tenía enfermos que curar y no tomaría nada del bosque que no necesitara. Siendo así, el Ferig saludó a un par de árboles con una caricia y continuó su camino; la mañana era fresca, perfecta para una caminata antes de comenzar el día.

La noche anterior, una ligera brizna había caído sobre el bosque de oriente, humedeciendo el suelo con diminutos besos de agua. El rocío poblaba las hojas de todas las plantas, mojando la ropa de Elouan cuando este pasaba entre la maleza. Al Ferig eso le fascinaba.

Perdido entre el murmullo de los árboles que parloteaban junto con los animales en voz alta, Elouan tropezó con una piedra que, él estaba seguro, no se encontraba ahí la última vez que cruzó por el sendero.

Todas las piedras brillantes que colgaban del eulunn a manera de joyas tintinearon por la inusual sacudida. El largo cabello blanco del Ferig dejó una estela de su trayectoria poco agraciada, e incluso la capa con que este se cubría ondeó en el aire por un instante, mientras Elouan apoyaba una mano sobre una roca plagada de musgo para no terminar aquel espectáculo con él en el suelo.

Pequeñas risas inundaron el bosque.

— ¡Si ustedes pudieran tropezarse, no les daría tanta risa! —se quejó Elouan de manera juguetona, mientras recuperaba la compostura—. No todos tenemos el privilegio de nacer con alas; caminar erguidos tiene sus desventajas, ya lo vieron.

— ¡Lo hemos visto, Elouan! —corearon incontables vocecillas traviesas desde las copas de los árboles.

Cuando el Ferig recuperó por fin el equilibrio, apartó la mano con que se apoyaba de la roca llena de musgo. Las gotas de agua que antes poblaban el enredado bosque diminuto ahora se encontraban sobre la piel —de un ligero tono de verde— de Elouan; corrían por su mano como un riachuelo hasta llegar a su muñeca.

El eulunn acercó su mano a sus labios para recoger con ellos el agua fresca, cuando a lo lejos pudo oír pasos apresurados. Sus ojos, marrones como el suelo fértil del bosque, miraron hacia el origen del sonido, a la vez que todo su cuerpo se volvía hacia este lentamente.

— ¡Elouan! —llamó alguien con alegría—. ¡Elouan!

El Ferig reconoció la voz al instante. Elatha gritaba su nombre con tanto entusiasmo como el que solía tener, muchísimos años atrás, cuando acudía a Elouan con un pequeño búho en las manos o una cría de foather entre sus brazos. El feliz recuerdo del tiempo en que Elatha solía acercarse a él para hablarle dulcemente le sacó a Elouan una pequeña sonrisa. Por un momento, incluso se alegró de que el primero hubiese vuelto al bosque irradiando dicha.

DornstraussWhere stories live. Discover now