La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte Q


El curso de una guerra es igual al de la vida de una fogata. Una pequeña chispa puede hacerla arder ferozmente y consumirse a sí misma hasta que queden solo débiles brasas. El final de la primera guerra contra los Ferig, según lo que decían los informantes, se acercaba día con día, aunque, para mí y para los soldados que dirigía, el fuego no mostrara indicios de sofocarse.

Mi deber en la guerra, como paladín de la Corona, bajo las órdenes del General Wieczorek, fue apagar las brasas que se resistían a morir entre los resquicios de leña. A pesar de que las llamas voraces estuviesen extintas, los rescoldos de la guerra, al tomarlos entre las manos, aún ardían. A la primera misión riesgosa que me fue encomendada por el General Wieczorek le siguieron otras más, en diferentes partes de Nachblut. Los Ferig, tras haber ganado algo de terreno dentro de Valkar, se dedicaron a evitar que este volviera a las manos el rey Gunnar. Sitiaron a los pueblos que tenían bajo su poder y dejaron de enfrentarse a los soldados en la frontera con el bosque para fortalecer su guardia en el territorio tomado.

Mi compañía y yo nos encargamos de liberar a varios poblados, recorriendo nuevamente toda la frontera este del reino con el bosque. En las primeras misiones, mis soldados ignoraban mis órdenes, y aquello nos costó varias vidas; después, empezaron a seguirme con menos reticencia, pero todavía avanzábamos a trompicones. Desde que los hombres que dirigía se enteraron de que su capitán no era un varón, ellos ya no confiaban en mis decisiones plenamente.

Mientras mi compañía y yo cumplíamos con las peligrosas misiones que nos encargaba el General Wieczorek, desde el castillo llegaron noticias de que la guerra contra los Ferig continuaba solamente en algunos puntos del Nachblut, feroz, pero con señales de que la victoria pertenecería a Valkar.

El rey, planeando declarar que la guerra había terminado, después de vencer a los seres del bosque, se dirigió hacia Kieder, un poblado cerca de este. Al parecer, era de los pocos lugares que quedaban por liberar de las garras de los Ferig, si no el último, pero por esa razón nuestros enemigos lo defendían como ningún otro. A todos los soldados que nos encontrábamos cerca de aquel pueblo se nos solicitó acudir con el rey y pelear a su lado, para protegerlo. Quienes respondimos al llamado de la Corona esperamos al rey Gunnar en una aldea cercana al lugar que teníamos como objetivo. Ahí encontré a Ancel; lucharíamos juntos en la última batalla de esa guerra.

El rey de Valkar llegó resguardado por un ejército sin precedentes, provisto de armas, comida, caballos, y preparado para un febril enfrentamiento, con Rustam y el General Wieczorek al frente. Escoltando al rey también se encontraban uno o dos integrantes de la familia Volksohn, pero Ansgar y su padre no iban con ellos.

El soberano entró a la aldea montado sobre un brioso caballo completamente negro; iba cubierto por una reluciente armadura de cuerpo completo, decorada con opulencia, pero perfecta para una pelea. Los soldados que nos reunimos en ese lugar, además de los habitantes de la aldea, rodeamos al rey para darle una solemne bienvenida.

— ¡Pueblo de Valkar! —exclamó él, una vez en medio de todos nosotros—. Pronto se terminará la guerra. A mi ejército solo le queda echar a los Ferig de un lugar más en mi territorio, y cuando eso suceda, el reino disfrutará de una prosperidad duradera. Los seres del bosque, si es que quedan algunos después de enfrentarse a mis guerreros, no volverán a tocar con sus traidores pies la tierra que, por ley y por sangre, le pertenece a la Corona de Valkar. Terminar la guerra es un compromiso que tengo con el reino, y cumpliré con él como un hombre de palabra. Mi ejército y yo haremos que todos recuerden, una vez más, por qué tenernos como enemigos es una condena de muerte.


El primer encuentro se llevó a cabo fuera de Kieder. El ejército del rey Gunnar tomó por sorpresa a los Ferig, atacó a las criaturas que se encontraban dispersas fuera del pueblo, mientras esperaba a que la mayoría de ellas salieran a nuestro encuentro.

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