La Historia de Einar, Parte I: Un doncel mal educado

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Parte B

Ivar y yo no podíamos estar separados: conoció a mi familia e hizo amistad con mi padre, que al parecer estaba interesado en los terrenos de la cervecera de mi amado, sin olvidar que también se mostraba agradecido porque él me había logrado volver un doncel algo menos rebelde.

No pasó siquiera un año desde que Ivar y yo nos conocimos para que él pidiera mi mano. De tan solo recordar cómo estuve a punto de desmayarme cuando lo hizo, me da algo de risa.

Mi familia estaba encantada y el doncelito Einar no cabía dentro de sí de la emoción. Ni siquiera mi hermana Freya, con lo hermosa que era, había conseguido comprometerse, así que me sentía dichoso, más que nada porque al fin podría hacer que todos me aceptaran; necesitaba aprobación, trabajé duro en la cervecera y obedecía la mayor parte de lo que me ordenaban con tal de que me tomaran en cuenta, pero lo único que tuve que hacer fue comprometerme para recibir la atención y el respeto que creía necesitar.

Nunca me pasó por la cabeza la conveniencia de aquel matrimonio: papá podría ampliar su terreno y hacer crecer su negocio, aunque realmente quienes salían ganando eran Ivar y su familia.

Al no notar que mi unión con Ivar tenía tantos acuerdos y conveniencias de trasfondo, lo único que me preocupaba en ese momento era la boda: me dediqué a organizar todo y pedí que se realizara lo más pronto posible. Mediante amenazas de volverme incluso más indisciplinado que antes logré convencer a mi familia de realizar la ceremonia dos semanas después de la propuesta de Ivar.

Estaba muy entusiasmado por casarme con el primer hombre que me habló con cariño, conociendo mi carácter incontrolable. Hasta llegué a cantar como lo hacía cuando era más chico: en el centro de la ciudad, mientras caminaba, tarareaba las melodías que me había enseñado mi madre y cantaba canciones tradicionales de Valkar. A juzgar por las miradas de la gente que me oía, mi voz no era del todo irritante, como la de otros donceles con voces chillonas. Me hacía feliz ver que por fin la gente me tomaba en cuenta.

Cuando no estaba ocupado organizando los preparativos para la boda, me dedicaba a lucir bien a los ojos de Ivar.

Ese fue mi mayor error.

Siempre me desagradó cepillar mi cabello, perfumarlo y arreglar mi ropa, como se supone que debían hacer los donceles en el reino, pero al varón del que estaba enamorado parecía gustarle mucho que lo hiciera, así que dejé de lado mi comodidad para complacerlo. Ya que había dejado de entrenar, mi cuerpo se volvió más delicado. Nunca tuve los atributos de los demás donceles, y ejercitar para ser un soldado empeoraba las cosas. Cada vez que comparaba la linda cintura de mi hermano Kaj con la mía, casi invisible, me sentía algo extraño. ¿Acaso estaba condenado a lucir un cuerpo desagradable para los varones para toda la eternidad?

Al adelgazar por la falta de ejercicio, aparecieron curvas en mi cuerpo que no conocía, pero que a Ivar le encantaron. Unos días antes de la boda, para acostumbrarme al atuendo que debía usar en la ceremonia, tomé prestada una de las faldas largas de mi hermano. Era incómoda, delicada y muy inconveniente para realizar varias de las tareas que me correspondían. La imagen que me devolvía el espejo no me complacía, pero ver la mirada que mi prometido me dedicó apenas me puse enfrente de él me hizo olvidar el desasosiego que me causaba. Él no me quitaba los ojos de encima; me devoraba con la mirada y se mordía el labio inferior cada que le hablaba. Entendí qué era lo que pasaba por su cabeza.

Al adivinar sus intenciones, me sentí inseguro. Quería que las cosas pasaran como la tradición lo decía: esperar a la noche de bodas y entregarme a mi amado una vez casados, pero Ivar era muy impaciente y yo muy fácil de persuadir. Ansiaba sentir sus labios pasar por mi cuerpo.

DornstraussWhere stories live. Discover now