La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte J


Al día que siguió a mi nombramiento, me encargué de poner en orden al campamento. Conté cuántos hombres sanos quedaban, cuántos heridos, caballos, comida y medicinas... Necesitábamos ayuda urgente, pero los refuerzos del General Wieczorek todavía no aparecían. Al final, pensé en enviar a alguien a investigar qué estaba sucediendo fuera del pueblo. Waldemar, el soldado que solía ver acompañando al capitán May, se volvió a ofrecer para la misión. Le pedí que revisara toda el área que rodeaba a Versta y, en especial, al camino que unía al pueblo con Dorren, la aldea más cercana. Algo me decía que los Ferig tenían algo que ver con la falta de ayuda.

Con la certeza de que Waldemar no tardaría muchos días en volver con información, una vez teniendo todo bajo control en el campamento, decidí montar sobre mi caballo y acercarme a la frontera con el bosque. Estaba empezando a hacer frío, por lo que anhelaba ver bajar la niebla entre los árboles. Cerca de Tryuna también había un pequeño bosque sin Ferig durmiendo y acechando; cuando el invierno llegaba, la vista era espectacular. Imaginé que también sería así en Jartav.

No obstante, el paisaje ahí fue menos agradable. Olvidé que, ante la emergencia del Coronel Ziegler al final de la última batalla, no habíamos levantado el desastre del enfrentamiento y la muerte inundaba el suelo.

Sobre el corcel pude ver las ramas que aún rodeaban los cuerpos de los soldados, el suelo cubierto de lodo, manchas de sangre, cadáveres de criaturas del bosque y puntos negros enormes cuyo pelaje se movía débilmente, a merced del viento helado que provenía de más allá de los árboles. El campo de batalla, que en algún momento me pareció emocionante, terminó por sobrecogerme aquella vez.

Suspiré entrecortadamente, sintiendo mi cabello moverse con el aire. Las copas de los árboles me susurraban palabras de desaliento y repetían presagios de muerte que los Ferig llevaban con solo aparecerse frente a nuestros ojos.

La ira trató de apoderarse de mí nuevamente. No podía pensar que estábamos a nada de perder aquel lugar y, con ello, a montones de personas más. En el campamento había más heridos que sanos, el Coronel Ziegler no se encontraba nada bien y yo sentía que no sería capaz de sacar a los hombres adelante.

El ambiente se volvió cada vez más frío y húmedo, el cielo se notaba gris y, de pronto, frías gotas de agua acariciaron mi rostro acompañadas por pequeños trozos de hielo que chocaron contra mi cuerpo.

El invierno comenzaba; con este, uno de los momentos más difíciles de aquella guerra que tanto deseaba que terminara, después de estar esperándola con emoción en la escuela de la guardia real.

Ya no quería ver a más hombres sufrir en batalla; necesitaba que los Ferig desaparecieran, que los soldados volvieran a sus hogares a descansar después de haber luchado valientemente por el reino. Quería llevar a Valkar hacia la victoria, merecer la insignia del capitán May, ser un doncel tan fuerte como él, honrar su muerte y proteger las vidas de los demás, pues sentía que estaban en mis manos. Deseaba convertirme en un gran guerrero para volver al castillo con la cabeza en alto.

Si terminaba la guerra, era más posible que pudiera ver a Ansgar de nuevo. Sin sus cartas, no sabía si se encontraba bien o si me echaba de menos tanto como yo lo hacía. Me preocupaba que estuviera herido o que su grupo tuviese problemas, así como el mío. Anhelaba mirar sus preciosos ojos azules una vez más y escuchar su voz cálida.

Frente a mí, el bosque rugió con energía, enviándome una ráfaga de viento que me lanzó agua fría, sacudió mi cabello y pareció llamarme, prometiendo revelar los secretos de Valkar que aún me faltaba descubrir. La suerte de la reina Kaysa y el destino de Greona Hosti parecían estar ocultos entre las ramas de los árboles.

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora