Introducción (2)

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Einar ya estaba desesperándose cuando su nuevo alumno tocó la puerta. El guerrero dejó al chico entrar a la sala espaciosa donde se realizaría el entrenamiento y este último pasó con algo de pena, con un andar lento y temeroso, disimulando sus nervios.

—Me presento, Señor, mi nombre es Keon Seidran —. El doncel hizo una reverencia. El soldado sonrió levemente.

—Keon... De Nachblut, ¿cierto? Una de las nuevas tierras de Valkar.

—Efectivamente, Señor.

El guerrero tomó aire, paseando por el salón con las manos en la espalda. Su largo cabello dorado reflejaba los rayos del sol que se colaban por las altas ventanas del cuarto, deslumbrando al nuevo recluta.

—Eres un doncel. De haber querido entrar al ejército hace un año, todos se habrían burlado de ti y habrían tirado todas tus esperanzas a la basura. Tu destino sería desposar a un varón, tener hijos, criarlos, complacer a tu marido, continuar con el oficio de tu familia, cuidar un hogar, limpiar, cocinar, y todas esas cosas que hacen los donceles normales. ¿Me equivoco?

La severidad con la que hablaba el soldado abrumó a Keon, quien titubeó antes de responder con desilusión en cada palabra, bajando la mirada.

—No, señor, no se equivoca. Tuve que dejar mi casa para venir aquí. Cancelé mi compromiso con un varón que no quería y arriesgué el lazo que tengo con mi familia para ser un soldado.

—Entonces, ¿por qué no te quedaste en casa, a cumplir con lo que te tocaba? Sabes que todos piensan que los donceles no deberían entrar al ejército porque son débiles, ¿o no? Ellos tienen labores que completar en su hogar, bajo las órdenes de sus padres. No tienen nada qué hacer en la armada del rey.

El labio inferior del chico tembló. Las palabras de Einar eran tan hirientes que hicieron titubear a Keon, dejándolo sin tiempo para responder.

—Todos piensan que un doncel en la guardia real estaría rompiendo las reglas de conducta que tú bien debes conocer: Los donceles no gritan, no pelean, cosa que hacen los soldados todo el tiempo, no alzan la voz, son reservados, sumisos, delicados, bonitos, obedecen a sus padres y a sus maridos —Einar hablaba cada vez con más volumen, al punto de casi rugir su última frase—. ¡Tú estás desobedeciendo todas esas reglas al querer ser un soldado! ¡¿De verdad crees que este es tu lugar?!

Keon se armó de valor para defenderse. Todo lo que su superior decía le rompía el corazón en miles de trozos que lo hacían querer morir por dentro. En el fondo, sabía que pasaría, pero tomó aire y se decidió a hablar. No había entrenado por años para que alguien le truncara su sueño, aunque quien quisiera hacerlo fuera el mejor guerrero de Valkar.

—Sí, Señor, este es mi lugar —respondió con firmeza, muy molesto—. No me importa no acatar esas reglas obsoletas, voy a convertirme en soldado. Usted pretende conocer cómo somos los donceles, pero se sorprenderá al saber que no es así.

El chico contuvo la respiración; una oleada de remordimiento lo hizo querer no haber hablado. Einar solo sonrió, aligerando su expresión.

—Eso era lo que quería escuchar, Keon; me enorgulleces. Poca gente tiene el valor de cumplir sus sueños sin importar lo que digan los otros, y en esta armada buscamos precisamente a ese tipo de personas —. La voz del soldado se suavizó, llenándose de calidez—. Además, créeme que conozco qué tan sorprendente puede llegar a ser un doncel, porque yo también soy uno.

Los ojos del recluta se abrieron como platos, perdió la compostura y negó con la cabeza, incrédulo. Él pensaba que era el primer doncel en la armada; que el mejor soldado de Valkar fuera como él le llenó la cabeza de preguntas.

— ¡No puede ser! —exclamó, maravillado—. ¡¿Usted, el mejor guerrero de Valkar, la mano derecha del rey, también es un doncel?! —Keon caminó hacia Einar sin dejar de mirarlo como un devoto—. En serio lamento haberlo juzgado, Señor, pensé que...

— ¿Que eras el primer doncel que servía al gobernante de Valkar? —interrumpió el soldado, alzando una ceja.

—Sí —. El chico titubeó, algo apenado. El otro sonrió.

—Ha habido más donceles en el ejército antes de ti, Keon. Todos ellos simulando ser varones; desafiando a sus familias y a todos los que creen que no podemos. La diferencia, jovencito, es que tú no tienes que esconder tu naturaleza, porque vas a hacer historia —. El corazón del novato se desbocó al escuchar a Einar hablar tan entusiasmado—. La guerra contra los Ferig se aproxima y será la última, de seguro, porque Valkar ganará y derrotará a sus mayores enemigos para siempre. Tú, Keon, serás responsable de hacer de este reino un lugar poderoso. ¿Qué dices, querido doncel? ¿Estás dispuesto a volverte un gran guerrero?

— ¡Sí, Señor!

—Bien dicho.

Einar colocó una mano en el hombro de su nuevo pupilo con orgullo; este último quería saltar de la emoción, pero aún tenía una pregunta dando vueltas en su cabeza.

—Pero, Señor, si usted también es un doncel, ¿cómo logró volverse un soldado cuando aún no nos estaba permitido?

—Es una larga historia —. Suspiró—. ¿Estás seguro de que quieres escucharla?

Keon asintió, entusiasmado.

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora