Después de las dos de la mañana

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I'll be with you from dusk till dawn
Baby, I'm right here
I'll hold you when things go wrong
I'll be with you from dusk till dawn

Dusk Till Dawn, ZAYN & Sia

El celular suena después de las dos de la mañana. Katsuki odia esas llamadas. Estira el brazo para agarrarlo, con cuidado de no despertar a Kirishima que, por alguna razón, es capaz de dormir con el timbre en la oreja.

—¿Sí? —contesta Katsuki, en voz baja.

No deja que se le note lo nervioso: nada después de las dos de la mañana son buenas noticias.

—Soy yo. —Kaminari. Katsuki está a punto de preguntarle si está bien, pero la voz del otro se le adelanta—. Tienen que venir a recogerme al aeropuerto. —Una pausa—. No tengo suficiente cambio para un taxi y tuve que pedirle a alguien para que me dejara hacer una llamada y...

—Está bien —responde Katsuki—. ¿En dónde estás exactamente?

—La primera puerta de llegadas nacionales —responde Kaminari.

—Vamos para allá.

No pregunta nada más. Se supone que Kaminari no debía de regresar hasta una semana más adelante. Algo debe de haber ocurrido.

Katsuki zarandea a Kirishima.

—Ey, idiota, despierta.

—¿Q-qué? —Le cuesta despertarse y su primer reflejo es tallarse los ojos—. Bakugo, son las...

—Ya lo sé, ya lo sé. Habló Pikachu, está en el aeropuerto, tenemos que ir por él —informa Katsuki.

Kirishima suelta un quejido.

—Estoy demasiado cansado.

—Pues no lo estés, porque tienes que manejar. —Katsuki se pone en pie y estira los brazos. En su camino hasta la puerta se ve de reojo en el espejo de Kirisihima: tiene un aspecto lamentable, pero odia que lo despierten temprano o, peor, de madrugada—. Voy a cambiarme.

«Cambiarse» implica sólo buscar una playera que no esté rota como la que usa a modo de pijama y dejarse los mismos pants negros con los que duerme. Kirishima sale un par de minutos después.

—Es demasiado tarde —se queja.

—O temprano, depende de cómo lo veas.

—Horrible. —Kirisihima vuelve a tallarse los ojos—. ¿Sabes por qué está en el aeropuerto?

—No pregunté —responde Katsuki—. Sólo sé que tenemos que ir. Ya tendremos tiempo de preguntarle. —Agarra las llaves del carro y se las lanza—. Ten.

El carro no es de ninguno de ellos. Es de Kaminari. Un modelo viejo, que no usa muy seguido y sólo saca cada que algún amigo en la ciudad le dice que se va a mudar y promete invitarle a cena si lo deja cargar las cajas en su cajuela. Como Katsuki unos pocos meses atrás. Él no tiene idea de cómo manejarlo, ni le importa. De todos modos es más rápido moviéndose con sus explosiones y para todo el resto existe el transporte —donde, al menos, no tiene que pagar la gasolina—. Pero Kirishima sí, Kaminari le enseñó.

Hacen casi todo el camino en silencio, tienen demasiado sueño y Katsuki está muy tentado a quedarse dormido en el asiento del copiloto. No lo hace sólo porque le preocupa que Kirishima sea el que pueda quedarse dormido.

No tardan demasiado en encontrar un lugar en el estacionamiento —después de todo, pasan de las dos de la mañana, no hay demasiada gente— y luego se dirigen hasta la zona de llegadas nacionales.

Katsuki es el primero en verlo: Kaminari está sentado en una banca, con una chamarra puesta y los brazos cruzados sobre el pecho, intentando guardar el calor. Alza la cabeza y, cuando los ve, se pone en pie.

—Ya llegamos. —Es el único saludo de Katsuki.

Kirishima sonríe alza la mano. No pregunta «¿Qué tal Hokkaido?» porque Kaminari debería seguir allí y quizá pasó algo. Después de varios años trabajando como profesionales, saben esperar el momento adecuado para hacer preguntas o contar cosas.

—¿Qué tal? —es lo único que dice.

Kaminari sonríe. Por un segundo, parece que todo está bien. Es sólo un momento entre la sonrisa y lo que pasa después.

La fachada no se mantiene.

Cae, se hace pedazos.

Tan pronto como Katsuki está a la altura de Kaminari, unos pasos delante de Kirishima, siente como unos brazos lo envuelven y se pone rígido por lo sorpresivo del contacto. Su primer reflejo es apartarse, pero Kaminari se pega a él porque es la primera persona que llega hasta él —por más que sea la peor elección para abrazar a alguien—; Katsuki no lo aparta.

—¿Qué carajos, Pikachu? —pregunta. Su voz no sale tan agresiva como de costumbre.

—Cometí un error —murmura Kaminari—. Joder, joder, cometí un error y... y... y... —Se sorbe la nariz. Parece a punto de empezar a llorar. Katsuki no puede ver su rostro porque el abrazo se lo impide, pero intercambia una mirada preocupada con Kirishima, que interviene justo a tiempo.

—Podemos hacer té en la casa —sugiere.

Kaminari se aparta. No está llorando, pero hay algo definitivamente roto en su rostro.

—Sí, estaría bien.

Katsuki frunce el ceño.

—¿Vamos?

Kaminari asiente. Lo suelta. Empiezan a caminar hasta la salida y Katsuki duda un momento sobre qué hacer.

Recuerda tantas veces haber caminado de regreso a casa —al menos durante su primer trimestre en UA— con Kirishima detrás de él. Le viene el recuerdo porque recuerda también el brazo de Kirishima rodeando sus hombros, a pesar de que sus manos siempre se mantuvieron a los lados, terco, como sólo él podía serlo y jamás regresó el gesto. Pero en ese momento suspira, alcanza a Kaminari, un par de pasos delante de él —que sólo va siguiendo a Kirishima de manera automática— y le pasa el brazo por los hombros.

Es obvio que algo está mal.

Es lo menos que puede hacer.

No espera ninguna respuesta, porque Kaminari lleva las manos escondidas en la chamarra, hasta que lo ve sacar una y buscar su mano. La toca y el primer contacto sorprende a Katsuki. Kaminari tiene las manos más calludas que él y su piel es mucho menos suave.

La aprieta un poco.

«Gracias».

Katsuki, que normalmente no lo haría —porque tiene unas manos peligrosas— responde al contacto.

«De nada», quiere decir.

And Then They Were Roommates [Kiribakukami] Where stories live. Discover now