Improvisando

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And if you're still bleeding, you're the lucky ones
'Cause most of our feelings, they are dead and they are gone
We're setting fire to our insides for fun
Collecting pictures from the flood that wrecked our home

Youth, Daughter

Miruko no cree en formar equipos ni en la diplomacia. Siempre ha sido una mujer que abre la boca y dice lo que piensa. Katsuki la aprecia. No, se corrige. La apreciaba. Después de que lo dejara en la calle, aunque él sabe que sólo tiene una agencia porque es la manera más rápida de lidiar

Es la número seis. En algún punto, cuando estudiaban en UA, fue la número cinco, recuerda Katsuki.

El problema es que si la número seis no quiere lidiar con él, tampoco quieren hacerlo ni el siete, ni el ocho, ni el nueve, ni prácticamente nadie, no importa que tan bueno sea y qué tan prometedor sea su futuro. Unos pocos errores cuestan toda una carrera. Katsuki no sabe cómo levantarse después de haber sido la causa —accidental, pero, de todos modos, causa— de un derrumbe y de haberse quedado con una mano atrás y otra adelante por el deducible del seguro de daños colaterales.

Intenta colocarse en alguna agencia, trabajar de manera independiente, lo que sea.

Acaba la mayoría de las noches mirando el techo del departamento de Kirishima y Kaminari. Es un lugar diminuto, demasiado pequeño para tres personas —considerando, además, que sólo tiene tres habitaciones, que Katsuki vive en la sala y que hay cinco cajas apiladas en una esquina con todas sus cosas—, demasiado ruidoso —porque los tres lo son— y donde los momentos en los que Katsuki puede sólo ignorar a todo el mundo y mirar al techo no son muy comunes.

Tampoco tiene ya la soledad que persiguió tanto cuando salió de UA, después de años en una casa con una madre que es exactamente igual a él. En lo bueno y en lo malo.

Es viernes y ni Kirishima ni Kaminari están. Los dos le dijeron que tenían turnos largos.

Katsuki suspira.

Necesita encontrar algo estable pronto. O va a ahogarse en las deudas. Y Kirishima ni siquiera lo deja pagar renta.

Seguiría dándose lástima a sí mismo, a pesar de que lo pone de mal humor, pero los ruidos del pasillo lo interrumpen. Un «ya casi llegamos» y «en casa hay un botiquín», pasos que suben la escalera a trompicones, todo lo pone en alerta. Ya está de pie y buscando su juego de llaves, perdido en alguna parte de la cocina, cuando la voz de Kaminari dice «¿Seguro que no quieres ir al hospital?».

Abre la puerta como puede y se encuentra a Kirishima recargado en la pared, con el brazo en un cabestrillo improvisado y a Kirishima buscando entre sus bolsas. Tienen todavía los trajes puestos y apestan a mugre.

—¿Qué demonios? —pregunta.

—Era más rápido venir aquí que a la agencia —explica Kirishima y le dedica una sonrisa.

—Estábamos más cerca. —Kaminari se pasa una mano por el cabello, nervioso.

Katsuki se hace a un lado para que puedan pasar.

—¿Qué demonios les pasó?

—Yo estoy bien. —Kaminari se encoge de hombros—. El problema es él. —Señala a Kirishima.

—Hombro. Dislocado —dice, casi sin fuerzas. Por lo que Bakugo puede apreciar, también tiene cortes por allí y por allá.

—Tuvo suerte de que yo estuviera cerca —añade Kaminari.

—¿Por qué demonios no estás en el hospital? —pregunta Katsuki. Frunce el ceño. Para algo están los servicios de emergencia y todos los héroes los conoces muy bien.

Kirishima tose y luego hace cara de dolor.

—Demasiada gente herida. Lo necesitaban más —explica. Vuelve a hacer una mueca de color—. Denki, ¿quieres arreglarme el...?

—Ah, sí eso.

Parece una rutina aprendida, aprecia Katsuki. Kaminari le vuelve a poner todo en su lugar y Kirishima sólo se queja un momento y luego sonríe. Tiene una de las sonrisas más confiadas que Katsuki ha visto jamás.

—¿No fuiste al hospital porque alguien más lo necesitaba más? —pregunta, de repente. Su voz es baja, confundida.

—No... no, no es eso... —Pausa—. Bueno, si lo vez desde otro ángulo...

Katsuki sacude la cabeza.

—Idiota. Sólo tú. —Va hacia la cocina y busca un trapo limpio. No es difícil porque lo mantiene todo impecable. También agarra un vaso con un poco de agua—. Hay que limpiarte las heridas —dice, sentándose al lado de él—. Si no estarás infectado mañana y tendré que llevarte al hospital.

Kirishima sonríe.

—No es necesario...

—¡Claro que es necesario! —espeta Katsuki.

Kirishima parece tener ganas de quejarse de nuevo, pero no lo hace. En vez de eso se quita el engrane del hombro sano y luego la máscara, dejándolas a un lado. Katsuki empieza con la herida de su mejilla. Kaminari se queda viéndolos un momento, decidiendo qué hacer.

Hasta que Katsuki se da cuenta, claro.

—¡Ve a buscar gasas! ¡Debemos tener! ¡O vendas! —espeta—. ¡Lo que sea! ¡Mejor trae todo el botiquín!

Lo hace.

Kirishima detiene la muñeca de Bakugo antes de que se enfoque en otra herida, con el trapo húmedo.

—Gracias.

Katsuki bufa.

—Sólo no te mueras por idiota.

—No —asegura Kirishima—. Kaminari siempre está cerca. Y tú me gritarás más fuerte de lo normal si se me ocurre hacer una estupidez algún día.

—No que no hagas una cada veinticuatro horas.

—Una seria, Bakugo.

Vuelve a bufar.

—No sé cómo vivían tú y el otro idiota...

—¿A quién le dices «otro idiota», Ka-cchan?

Joder, había olvidado que siempre le dice así, separando las sílabas de manera exagerada cuando quería molestarlo. Por qué demonios seguía vivo, esa sí que era una pregunta.

—... antes de que yo llegara aquí —acaba, como si Kaminari no lo acabara de interrumpir.

Sigue limpiando las heridas. No se le escapa que todo es un papel que está representado, porque está tan perdido como los otros dos —quizá más—. Y los dos idiotas lo saben, pero no se lo dicen. Lo dejan tener el momento.

Por un momento, Katsuki siente que todo en su vida tiene sentido.

And Then They Were Roommates [Kiribakukami] Where stories live. Discover now