No quiero dormir solo

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I'm at war with the world cause I
Ain't never gonna sell my soul
I've already made up my mind
No matter what I can't be bought or sold

Awake and Alive, Skillet

De regreso, en la noche, en otro taxi, vuelven a oír las noticias. Katsuki ya no les hace tanto caso. Cuando llegan, él abre la puerta de enfrente. Suben caminando las escaleras, para no tener que esperar el elevador. Cuando entran, Kirishima recoge la sale y él mueve el plato de katsudon olvidado de la mesa. Lo mete al refrigerador.

Está demasiado cansado, quiere dormir. Suele dejar las cobijas que le pone al sillón en los cajones del mueble de la televisión. Cuando se acerca para sacarlas, Kirishima le agarra un brazo.

—¿Ahora qué? —pregunta, más brusco de lo que debería.

El agotamiento de un día pesado empieza a golpearlo. Tiene en la cabeza el accidente de Kaminari, la chica muerta en sus brazos, las noticias. La prensa se va a divertir con los héroes la mañana siguiente, cuestionándoles cada estúpido error, cada inexactitud, cada cosa que no pudieron hacer. La prensa suele olvidar que son humanos, como el resto. Que respiran y sienten y tienen un corazón entre las costillas y los pulmones que se hace pedazos igual que cualquier otro —y hay que recogerlo y unirlos, porque no hay otra manera de seguir viviendo.

—No quiero dormir sólo está noche.

Kirishima tiene el cabello caído y se mira los pies. Katsuki se voltea y no alcanza a verle los ojos. Pero la mano que tiene en su brazo es firme.

No dice nada y el silencio se alarga.

Kirishima se estremece antes de volver a decir algo.

—Por favor.

No es la primera vez que lo hacen. Pero ha pasado mucho tiempo. Nunca han hablado de eso porque Katsuki no quiere abrir la caja de Pandora que significó Kamino.

(No fue sólo Kamino, fue todo).

—Está bien —dice, finalmente—. Ve. Igual tengo que cambiarme.

Kirishima ya no dice nada.

Desde Kamino, Katsuki siempre ha tenido pesadillas. No todas tienen que ver con el secuestro. Algunas simplemente lo enfrentan su propio miedo a no ser suficiente. Pero la mayoría son una mezcla de la Liga de Villanos, la caída de All-Might —le tomó demasiado tiempo aceptar que él no había sido el responsable de eso, mucho más del que nadie llegó a imaginar nunca— y Deku, porque ese idiota siempre ha sido la personificación del miedo de Katsuki a no ser el mejor y no ser suficiente.

Cada vez son más esporádicas.

A veces vuelven —con agregados, porque ha pasado suficiente mierda en su vida como para permitírselos.

Cuando las tiene, sabe cómo controlarlas. Sabe cómo despertarse, cómo evitarlas, cómo volver a dormir. Pero años antes no lo sabía y en algún momento llamó a las dos de la mañana a la puerta de Kirishima, porque estaba justo al lado, lo había oído despierto y necesitaba cualquier clase de consuelo.

Nunca ha sabido pedirlo.

Pero no hablan de eso —que apenas si pasó dos veces.

No hablan de Katsuki despertando a media pesadilla, temblando. De los brazos de Kirishima envolviéndolo, diciendo «todo está bien». Del cabello de Katsuki bajo la barbilla de Kirishima. Hablar sería reconocer que hubo algo que en algún momento no estuvo bien.

Se cambia en silencio y luego llama a la puerta de Kirishima.

El otro abre la puerta y lo deja pasar, en silencio. Katsuki ha entrado pocas veces a esa recámara, pero la conoce. Hay un poster viejo de Crimson Riot, ropa tirada, un escritorio que no se usa prácticamente nunca, para el poco tiempo que pasan allí y un corcho con fotografías de su tiempo de estudiantes.

Parece más un hogar que el sillón, menos temporal.

—No puedo dormir si Kaminari no está en el otro cuarto —confiesa Kirishima. Se sienta al borde de la cama—. Es estúpido, ¿sabes?

Para él lo es —o lo parece—, pero no va a decírselo. Quién es él para juzgar.

—Sólo llega al punto y deja de dar vueltas —espeta.

—Me gusta saber que hay alguien al otro lado de la pared con quien contar —lo resume—. Alguien alerta, por si pasa algo. Cuando recién nos mudamos tuvo un accidente. Nada grave, pero lo hicieron pasar la noche en observación. No podía dormir. Este apartamento se sentía demasiado grande sólo para mí.

Katsuki se queda viéndolo.

—Supongo que no es completamente estúpido —le concede.

—Sólo no quiero dormir sólo.

—Lo entendí la primera vez que lo dijiste. —Katsuki se acerca al borde de la cama—. Tengo sueño. Muévete.

Se acuestan como pueden y a medio camino descubren que son las piezas de un rompecabezas que no recuerdan que encajan a la perfección. Todavía lo hacen.

Kirishima respira hondo, se recarga en el pecho de Katsuki.

—Siempre tengo demasiado miedo. —La voz le tiembla, como si estuviera a punto de echarse a llorar o de quebrarse enfrente.

—No importa —espeta Katsuki. Está muy cansado como para alzar más la voz, pero lo haría—. Importa lo que hagas con él después.

El otro ya no responde, pero aferra una mano a su playera. Katsuki sabe que en cuanto se quede dormido va a relajar el agarre y se va a soltar. Probablemente se darán la vuelta y pelearan por las cobijas toda la noche.

Pero en ese momento la mano de Kirishima dice «no me sueltes» y Katsuki no va a hacerlo por nada del mundo. Los dos están cayendo, pero al menos tienen a qué —quién— aferrarse.

And Then They Were Roommates [Kiribakukami] Where stories live. Discover now