- Si no fuera por esa descendiente, no te habrías ido - comenzó a caminar hasta llegar al punto donde la mujer se había parado, miro el acantilado con extrema calma - Ella debe morir, para que tú puedas volver - y así mismo, él salto, perdiéndose en la obscuridad.

***

Apretó los ojos con fuerza, un leve dolor le recorría todo el cuerpo.

Un pitido zumbante se acentuaba en sus oídos sin detenerse, había perdido la noción del tiempo. Por unos momentos la pequeña olvidó dónde se encontraba y con quién, esto debió suceder debido al fuerte golpe que recibió en la cabeza debido al impacto que hizo la explosión. Cuando abrió sus ojos, tratando de estabilizar las imágenes frente a ella, se sintió perdida, una muralla de polvo se alzaba frente a ella. Su cuerpo temblaba muy leve, era seguro que se estaba en shock.

«Fi ¿te encuentras bien?» pregunto con preocupación, ni él mismo se dió cuenta cuando todo había sucedido.

Fiama ignoro la preocupación de la flama, no por ser grosera, sino porque sus ojos buscaban a su diminuto acompañante en medio de la confusión.

Pronto los gritos y órdenes comenzaron a darse, pero ella no tenía idea de que estaba sucediendo. Es posible que ya estuviera muerta si no hubiera sido por Valdovino, pareció ser el único que se dió cuenta del cambio en el aire, ni los propios soldados que allí estaban, se percataron de esto.

La polvadera empezó a desaparecer y por primera vez, tendida en el suelo, fue capaz de obtener una mejor imagen de lo que sucedía. Los pocos soldados que aún seguían en pie, corrían tratando de ayudar a sus camaradas. Ella misma a penas pudo levantar un poco su torso para poder estar en una posición un poco más conveniente. Todo su peso recaía en sus delgados brazos, de esta manera, apenas logro sentarse.

- Valdo - lo llamo. Su voz estaba un poco distorsionada, casi estaba un tanto ronca, como si hubiera estado gritando durante horas sin detenerse. La incomodidad que sintió al decir esa breve palabras invadió toda su garganta, pero no se rindió - ¡Valdo! - dijo esta vez más alto.

- Ama...

A pesar del ruido que allí había, la voz del duendecillo llegó hasta sus oídos.

La pequeña pelirroja comenzó a mirar todo a su alrededor tratando de encontrar el paradero de su familiar. Tenía miedo de que haya sido su imaginación, pero cuando encontró ese cabello rojizo sobresaliendo de unos cuantos escombros, no dudo en levantarse e ir hacia allí.

Movió las pocas piedras y debajo de todo ese peso, estaba Valdovino. Cubierto de ceniza y tierra. Había vuelto a su tamaño normal. Sus ojos estaban cerrados, las heridas cubrían su pequeño cuerpo y también respiraba con cierta dificultad.

La tristeza invadió a la niña, de la forma más delicada que pudo levantó al pequeño duende.

- Valdo... - susurro desanimada.

- Ama... - el duendecillo abrió un poco los ojos y le mostró una sonrisa a la niña - Puedes estar tranquila, Valdovino está bien, solo está algo cansado - dijo refiriéndose a si mismo.

Abrazo al pequeño duende y sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, no solo eran de tristeza, eran lágrimas de irá.

¿Como pudo olvidar este importante evento?

Había estado han distraída en la idea de verse útil que había olvidado los eventos importantes de la novela que empezaban a ocurrir. Si hubiera estado más atenta, esto podría haberse evitado, y ahora mismo no habrían tantos heridos.

- Que estúpida soy - murmuró.

Para nada tenía la obligación de salvar a las demás personas solo porque sí, pero tampoco era tan insensible como para ignorar eventos de tremenda magnitud.

El destino de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora