Capítulo 40

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El cielo comenzaba a tornarse de colores anaranjados, suave y tranquilizador, con nubes de tonalidades moradas viajando alrededor y perdiéndose en el horizonte. Una parvada de aves alzaban vuelo y se alejaban, libres y magníficas.

Allá afuera, tras ese cristal, lejos de todo lo que lo rodeaba, solo había libertad, había una vida maravillosa.

- ¡Infeliz!

Un golpe al centro de su estómago lo obligó a encogerse de dolor, desviando al final los ojos del paisaje que había fuera y que le permitía transportarse lejos de todo ese sufrimiento

- ¡No te atrevas a ignorarme! ¡Asqueroso bastardo!

Una tras otra, las patadas venían de la misma dirección, intentaba cubrirse con los brazos, pero la debilidad de su cuerpo no se lo permitió.

Este día estaba siendo uno de los más difíciles. No entendía porque esa mujer lo trataba de esa manera, él jamás pidió llegar al mundo, nunca se atrevió a codiciar algo dentro de esa casa o a buscar un poco de amor. Él no quería nada de allí... ¿entonces por qué? ¿Por qué era tratado con tanta brutalidad? ¿Por qué lo odiaban tanto?...

Sus ojos se cerraron, ya no aguantaba más, ya no quería seguir así. ¿De qué servía ser un buen niño, si todo terminaría en un castigo? Lo detestaba. Detestaba su vida, detestaba todo. Odiaba a los Lenner.

Odiaba a su padre por dejarlo a merced de un demonio.

Odiaba a la vizcondesa por sembrar el terror en su cuerpo y en su mente.

Odiaba a su madre por abandonarlo.

Odiaba a todos los sirvientes por ignorar todo lo que le hacían.

Y odiaba el mundo en general por mostrarle todo lo que jamás podría tener, felicidad y paz.

El estado semi inconsciente volvió su cuerpo pesado y era difícil estar despierto. Por un instante toda su visión se volvió roja, es posible que fuera la sangre, ya había pasado en ocaciones anteriores, solo que esta vez estaba más cansado como para tratar de limpiarse, ya no tenía fuerzas para seguir.

Tal vez dormir estaría bien.

El sueño lo invadió y ya no sintió nada, ni dolor, ni miedo, nada.

En ese momento la vizcondesa se detuvo, el líquido viscoso entre sus manos, los pies, y su ropa en general le molestaba. Pero se sentía mejor, luego de desquitar toda su frustración contra ese chiquillo, podía dormir bien. Esa costumbre era muy parecida a una adicción. Dió unos cuantos pasos lejos del cuerpo que yacía en el suelo y se sentó en el sillón que le daba una vista perfecta del atardecer. Pidió a las sirvientas que entraran, al parecer esta vez se había excedido un poco, así que no sería posible que ese niño se fuera de la habitación sin ayuda; las mujeres ya sabían lo que debían hacer, dos se llevaron al infante, mientras que las restantes prepararon un baño caliente para que su señora se limpiara.

Anette, o también la conocida vizcondesa Lenner, prendió un puro y sorbio al tenerlo en sus labios. El sabor y el cálido humo se expandió por su boca, pasando por su estómago y luego fundiéndose en el interior de sus pulmones. Un hormigueo paso por todo su cuerpo y la tensión desapareció por completo, era como una oleada de calma. Dejó caer la cabeza hacia atrás y observó el techo.

Las imágenes volvieron y el deleite apareció. Disfrutaba de hacer esto una vez que terminaba con los castigos del niño. Le gustaba recordar cuando inició todo. Los primeros gritos atrajeron los primeros golpes, y luego vinieron las súplicas.

Adoraba escuchar cuando el lloraba y pedía que se detuviera, ese niño rogaba por vivir y eso le gustaba. Le parecía que era como ser dios, teniendo una vida en sus manos, en cualquier momento podía hacerle añicos, solo  había que cortar el hilo que lo mantenía en la tierra y desaparecería, pero de alguna manera, no quería hacerlo, se podía decir que esa era su única diversión; y no se podía olvidar de su esposo, ese hombre, si llegaba pasarle algo más grave al niño, entonces estaría metida en un buen problema.

El destino de una princesaWhere stories live. Discover now