Capítulo 42

820 109 23
                                    

|Día 227 de la Luna Itorian, año 557.

Para asegurar que las tropas de los enemigos aumentaran, los caballeros y civiles que se conocieran como magos de fuego, fueron condenados a muerte. Muchas personas se interpusieron y trataron de detener el acto que terminaria con cientos, pero que salvaría la vida de millones.

Fue difícil al inicio, algunos eran solo adolecentes y niños, otros habían trabajado y luchado muy cerca de mi, sin embargo, con el tiempo me acostumbré a la idea de que todos ellos eran un peligro y debían desaparecer por el bien no solo del imperio, sino del mundo. Otros reinos aprobaron la ley de exterminio contra los magos de fuego, así mismo, en Shecsadarr comenzaron a implementar este acto, que aunque cruel, era necesario.

Luego de terminar con la vida de los inocentes, continuamos con la cacería de asesinos, tuvimos doble labor, pues mientras terminábamos con civiles y caballeros, los culpables se escondían entre las sombras y hacían ataques sorpresa, aún así, atrapamos a muchos. En un principio busqué respuestas para este comportamiento, luego de que todos se negaran a dar una sola palabra, terminé por ejecutarlos sin cuestionar.

Los años continuaban pasando y gracias al esfuerzo, ya casi no existían magos de fuego. De vez en cuando nacía un bebé con esta característica, pero cuando eso sucedía, era exterminado de inmediato, ya no había paso para las dudas, cualquiera de ellos podía ser un peligro.

Durante el tiempo transcurrido también fui capaz de notar que entre mis hombres existían muchos que disfrutaban de la situación, les hacía gracia y les gustaba la idea de matar a todos esos magos sin que pudieran defenderse. Me daban asco, pero cumplían con su trabajo, así que no hice nada, ni cuando me entere de lo que hicieron con las mujeres que contenían tal magia, abusaban de ellas antes de matarlas.

Tener el fuego corriendo por sus venas era la mayor maldición para esas personas, y tristemente, esa maldición venía con daños extras.

Luego de todos los problemas causados y de todas las vidas destruidas, dejaron de nacer niños con ese poder. Y nos deshicimos de todos los que iniciaron esto. Al menos eso creía, pues no volvieron a atacar. Solo que tuve que replantear esta idea cuando apareció una carta en el palacio.

No había mucha información, sin embargo, mis instintos se activaron al instante. Allí solo habían escritas coordenadas que yo conocía bien.

Me citaban al sitio donde inició todo.

En el lugar parecían haber pasado miles de años desde que fue destruido, el espacio que antes era abierto se había llenado de vegetación, la poca estructura que sobrevivió tenía enredaderas y los árboles alrededor habían crecido tanto que oscurecían todo con el follaje, apenas unos pocos rayos de sol eran presentes.

Anuncié mi presencia, ya que podía sentir la presencia de alguien, observandome desde las sombras. No tuve miedo, si tenía la necesidad, pelearía hasta el final, mi poder no era algo que se pudiese subestimar tan fácil. Desenvaine mi espada y la cubrí con energía de luz.

Lo invité a salir de su escondite, y escuché unas risas, burlas más que nada, aquella aparición no parecía asustado por mi idea de luchar. Y entendí porque, aunque confiaba en mi fuerza, no iba a ser capaz de enfrentar a esa cosa. El poder que emitía su cuerpo me hizo temblar, algo que no me habia pasado desde mi juventud. Trate de no mostrar el miedo que me provocó y pregunté quien era.

La figura apareció pronto, era un niño, tal vez no más de doce años, su cuerpo se veía pequeño y delgado, los ojos algo hundidos con  ojeras profundas, llevaba una sonrisa en los labios, como si se estuviese divirtiendo.

No dió su nombre, dijó no recordarlo, o tal vez solo no le importaba presentarse. Me fue imposible ignorar al pequeño pájaro que se paraba sobre sus hombros; en kilómetros de distancia no había ni un solo animal y estaba seguro que era por la energía que emergía de ese cuerpo, sin embargo, el ave se veía tranquila junto a ese chiquillo. Aseguró ser el último mago de fuego que quedaba, no es como si pudiera confiar en esas palabras, no había modo de comprobar si era verdad o no lo que me decía.

El destino de una princesaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu