92. Una pequeña simiente de esperanza

46 14 80
                                    

 Siento algo mojado en mi cuerpo, algo que tira de mi conciencia hacia el mundo real. ¡Pero yo no quiero despertarme, que se está de maravilla dormida! Intento sacarme de la cabeza esa molestia y seguir durmiendo, pero es imposible... No me queda otra que volver a la realidad.

¡Lo que sentía era un perro que me está dando lengüetazos! Y no podía estar más contento el chucho, que no para de mover la cola de un lado al otro. ¿Ahora me pueden ver también los perros? ¿O ese es un tipo especial de chucho médium?

Los recuerdos de la noche pasada explotan en mi cabeza y no tardo nada en propulsarme hacia el cielo cubierto por una espesa capa de nubes que amenazan con echarse a llorar. Estoy en la plaza del cuartel y el señor de los sueños no se encuentra por ninguna parte. ¡Menos mal que no me atacó mientras dormía! ¡Fiuuu!

Se respira una sensación de abandono en la plaza, como si de verdad ya fuera un pueblo olvidado, solo habitado por recuerdos y fantasmas. Y si las cosas salen mal es lo que sucederá, porque vería normal que el Reino decidiera prohibir poner el pie en esta isla y se convirtiera en un pueblo fantasma genuino.

El perro me mira desde abajo, meneando la cola felizmente. Me gustaría poder acariciarlo y jugar con él, sin ningún tipo de preocupaciones vagando por la cabeza. Pero no está la situación para juegos y caricias, tengo que averiguar si Xoana está bien.

Al pensar en ella me muero de la preocupación, Xoana se quedó dormida en el armario y la última vez que vi al señor de los sueños estaba retrocediendo al interior del cuartel. A mí, al final, no me comió después de ver la luna, pero... ¿Quién me dice que no se papó a Xoana y Rubén?

Salgo disparada en dirección a la ventana del segundo piso, allí por dónde salí la noche anterior, y vuelo hasta el armario dónde se escondió Xoana... ¡La puerta está abierta y no está en su interior! Gimo de preocupación y doy vueltas y vueltas y vueltas como si fuera una peonza.

—¿Dónde estás, Xoana? ¡Xoana! ¡¡Xoana!! —grito, y zumbo a lo largo y ancho del dormitorio...

¡Pero no la veo por ninguna parte! ¿Se la comió el señor de los sueños? Pero de ser así... ¡Tendría que estar su cuerpo por acá, pues por lo que sé de ese monstruo, no se come el cuerpo, sino el alma! Es como si los humanos fuéramos plátanos para él, que nos comemos lo de dentro, pero normalmente la pela no.

Me tiro al suelo y voy mirando por debajo de las camas, entonces me la encuentro... ¡Está dormida debajo de una de ellas! ¿Pero por qué abajo y no arriba? Puede que fuera para esconderse del señor de los sueños. Aunque eso da igual, lo importante es que esté sana y salva.

Me quedo mirando su carita dormida hasta que se despierta y se arrastra de debajo de la cama. Da la impresión de que durmió fatal... Se pone la mano en la espada, bosteza un montón y tiene unas ojeras bastante feas. Es lo más normal del mundo, que durmió en el suelo y con el miedo de ser devorada por el señor de los sueños.

Su cabello rubio es una maraña sin gracia y veo que el tinte está comenzando a desvanecerse y dejar espacio su color natural: un precioso rojo. Espero que no se lo vuelva a teñir, que a mí me gusta bastante más de pelirroja.

Se lleva una mano la frente y se sienta en la cama.

—Menuda noche... —dice y sonríe un poco, por lo menos parece que tiene un poco de ánimo.

—Hola —escucha una voz y Xoana se levanta de un salto, pero en seguida se tranquiliza: es Breogán.

¡El agente que no puede morir y lleva casi desde que llegué metido en un tubo! Está vestido con el uniforme de los Hijos del Sol, tiene su placa de diamante en el pecho y lleva enfundada una espada al cinturón. La verdad es que el tipo aquel no parece demasiado fuerte, pero supongo que lo será, porque no creo le den el rango diamante a cualquier mindundi.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora