86. Amor duro

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 Casandra se lanza en dirección a Carolina, con el puño en alto y veo como los músculos de su brazo se hinchan. ¡Ya sé por qué iba desnuda! ¡Seguramente se inyectó la porquería esa de la jeringuilla VHX para pelear contra los perros pulpo!

La esperanza que nace en mi pecho es rápidamente destruida cuando Carolina le estrella el puño en toda la cara. Se escucha la nariz de Casandra rompiéndose, una explosión de sangre, cae de espaldas al suelo y me da a mí que no se levantará en un buen rato.

Xoana desenfunda la pistola y dispara: una bala le da en el hombro a Carolina y no le hace ningún daño, el único efecto es que le da una sacudida.

Otra bala, otra bala, otra bala: impactan en la cabeza, la barriga, una pierna... Pero nada, rebotan en la piel de músculo de Carolina y caen al suelo, inútiles por completo.

La monstrua se encuentra justo delante de Xoana y ella está arrodillada, con una columna de humo saliéndole del cañón de la pistola. Tiembla de pies a cabeza y mira a Carolina con la boca abierta.

—¡No te atrevas a hacerle daño! —le chillo y me lanzo a la cara de la monstrua despellejada.

Me trata como si fuera una mosca, es decir, me da tremendo manotazo, un impacto seco que me deja dolorida y me manda directa al suelo. Lo peor es que me quedo allí tirada, en medio del estrecho camino de tierra y sin fuerzas para volver a levantarme. ¡Qué frustrante es ser incapaz de hacer nada para ayudar!

Carolina le arrebata la pistola de la mano a Xoana y se la lleva a la boca. Le da un mordisco y la rompe por la mitad, después escupe el metal y lanza a un lado el arma ahora inútil.

—Todavía sois débiles... Si queréis sobrevivir a este mundo tan cruel es necesarios que os volváis más fuertes —dice Carolina.

Xoana se levanta y, gritando, se arroja sobre la monstrua. Tiene en la mano un cuchillo e intenta clavárselo en el estómago, pero la hoja no se hunde ni nada. Se rompe... Es todo inútil, no se puede hacer nada contra la despellejada.

Pero Xoana no se rinde y la ataca de nuevo, con aquel cuchillo de punta rota. El resultado es el mismo: ella es incapaz de hacerle ni la herida más pequeña del mundo, la piel de Carolina es demasiado dura, demasiado resistente. Y ella es demasiado fuerte.

—Débiles... ¡Pero tenéis potencial! —exclama y le pega tremenda bofetada a Xoana que la deja tirada en el suelo y yo me temo lo peor de lo peor.

—¡¿Estás bien?! —le pregunto, zumbando alrededor suya muerta de la preocupación.

—No la he matado, señor fantasma —dice Carolina y escucho un gemido de dolor que sale de la boca de Xoana y, dentro de toda la preocupación que siento, me alivio un poco.

—¡¿Por qué estás haciendo todo esto!? —le pregunto acercándome un poco a ella, no demasiado porque no quiero que me pegue otro buen tortazo.

—¿No te lo dije ayer? Lo hago para matar a Caligo... En parte, por lo menos. No te he mentido, señor fantasma. Pero tampoco te conté toda la verdad, pero eso no es mentir. Es simplemente omitir información, nada más que eso —comenta Carolina mientras rebusca en los bolsillos de Xoana.

—¿Y por qué no me la cuentas ahora? —pregunto yo, conteniendo toda la rabia que sentía por lo que hizo.

¡Cómo me gustaría ser fuerte para poder darle una buena patada en el culo! Pero una de las peores cosas de ser un fantasma es que mucha fuerza no tienes...

—Oh, aquí está... —dice ella cogiendo la llave, ¡no puedo permitir que se la quede! Me lanzo hacia ella para intentar cogerla, pero me regala otro de sus manotazos y me pego otro gran coscorrón contra el suelo —. La resistencia es inútil, señor fantasma. Lo que va a pasar no se podrá cambiar, pero será para mejor... Ya lo verás, ya lo verás de verdad. Y no te he mentido, lo que quiero es matar a Caligo... aunque no lo mataré yo, tienen que matarlo los humanos que viven en esta isla. Eso es, eso es...

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora