128. Club Coconut

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 Tenía en mis manos un mojito, su interior era un mar de hielo en donde flotaban hojas de menta. A través de una pajita verde, le di un largo sorbo y me supo delicioso. Me pregunté si mi yo del pasado probó aquella maravillosa bebida y si se había emborrachado alguna vez, aunque solo fuera un poquito.

Las ganas de recuperar mis recuerdos aumentaba, pero me angustiaba un poco el no saber cuándo recibiría alguna respuesta. En esos momentos, pensé que lo mejor era no darle demasiadas vueltas a esos temas espinosos y relajarme, así que le di un segundo sorbo al mojito y me supo incluso mejor que el primero.

La noche ya había caído en la Mansión sin Fin y me encontraba en el local de bebidas que abría sus puertas cerca del comedor. Un espacio de iluminada oscuridad en donde las paredes y techos se perdían en una negrura impenetrable. Por encima de la barra se curvaban letras de neón que gritaban con cálidos colores: CLUB COCONUT.

El sonido de múltiples conversaciones se mezclaban con el de una música animada que invitaba a bailar, pero yo me contentaba con escucharla y darle sorbitos al mojito que recién me había pedido. Apoyé la bebida en una rosa mesa y me removí en el asiento, pues me resultaba un poco incómodo. Sabela se encontraba sentada en frente de mí y bebía de una jarra de cerveza. Después de darle unos tragos a su bebida, se limpió los morros con el dorso de la mano y me dijo:

—Zel, no te lo tomes como algo personal lo de Mel. Es que no se fía de ti.

—¡¿Cómo no me voy a tomar eso como algo personal?! —bufé con las mejillas encendidas.

Le lancé una mirada despiadada a Melinda, ella se sentaba en un taburete de la barra, dándonos la espalda. Pero de cuando en cuando giraba la cabeza para mirarnos con aquellos grandes ojos de búho.

—¡No me puedo creer que mi propia hermana pase de mí! —decía Melinda.

Por mucho que me fastidiase, tenía que reconocer que ella no me caía demasiado bien. Eso me dolía porque no quería estar de malas con nadie, pero teniendo en cuenta lo mal que me había tratado, ¿cómo podría ser de otra manera?

—No paso de ti, Melinda. Siempre puedes sentarte con nosotras si quieres —dijo Sabela y Melinda lanzó una risa que se parecía bastante al relincho de un caballo, aunque quizás sería mejor decir el rebuzno de un asno.

—¡Ni de broma, que estoy de maravilla aquí! —contestó desde la soledad de la barra.

Yo me dirigí a la balura y le pregunté:

—¿Y qué piensas tú de mí? ¿Confías o no confías?

Sabela se quedó durante un largo rato en silencio aliñado con la alegre música del local, alegría que yo era incapaz de sentir. Al final, la pelirroja se encogió de hombros y me dijo:

—No lo sé.

—Tampoco te fías de mí.

No era algo que me sorprendía, pero sí que me sintió un poco mal. Bebí un poco más del mojito, que era lo único bueno que había surgido de aquel desastroso día.

—Solo te conozco de hoy, Zeltia —se explicó Sabela.

—¿Y qué tiene que ver eso con nada? ¿Te hice algo malo a ti o a la trastornada de tu hermana? —le pregunté, apenas aguantado los gritos que ansiaban escapar de mi boca.

Sabela me miró con aquel rostro serio y eso me irritaba incluso más. Aparté la vista de ella y me fijé en la barra, María era la camarera, la misma María que nos había atendido en el comedor. Ella sonría ajena al drama que estallaba entre nosotras tres.

—No, pero eso no quiere decir que no lo hagas mañana —dijo Sabela con toda la cara del mundo y para mí eso ya fue suficiente, así que terminé de sorber el mojito y me levanté de la mesa toda indignada.

—Pues si es así, creo que ya no deberíamos hablar más —le dije con un tono que pretendía ser seguro, pero me salió bastante tembloroso.

Me daban ganas de llorar, pero no quería hacerlo delante de las hermanas víboras. Así que me alejé a toda velocidad de la mesa rosa, con la mirada ya borrosa. Al principio, ambas me parecieron simpáticas y de verdad creía que podíamos ser amigas, pero no tardaron demasiado en quitarse las caretas y desvelar cómo eran realmente.

Salí al exterior del Club Coconut. Era de noche y el viento frío me acarició el rostro, fue algo que agradecí. Me limpié las lágrimas del rostro y ojalá pudiera haber hecho lo mismo con la tristeza y la decepción. Erguí la cabeza al cielo, las nubes formaban un manto que impedía ver la estrellas.

—Hola... te estaba esperando... —dijo alguien desde la oscuridad y pronto salió a la luz, era aquella balura conocida como Cate.

—Hola...

Deseé que se marchara, ya que lo único que quería era estar sola.

—¿Quieres hacerlo hoy? —susurró Cate y la miré extrañada.

—¿Hacer qué?

—Lo que hablamos por la tarde...

—¿De qué se trataba exactamente?

Recordé que algo me había dicho en el Penthouse de la Directora, pero era incapaz de caer en la cuenta de qué era.

—De escapar de la Mansión sin Fin, de salir al exterior y escapar de este infierno... —dijo Cate y la sonrisa nerviosa se le ensanchó. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora