118. Cate

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Me encontraba en frente del gran ascensor que nacía en el vestíbulo de la Mansión sin Fin, pues era mi destino cogerlo para que me llevara allí dónde vivía la Directora. Me encontraba bastante nerviosa y por eso no podía evitar que me temblaran las manos. Sabela debió de darse cuenta de eso, ya que me dijo:

—Bueno, no te preocupes tanto por el tema. La Directora es legal.

A pesar de estas palabras, era incapaz de quitarme el nerviosismo de encima porque terribles ideas cruzaban mi mente como abejas en el interior de una colmena. ¿Y si la Directora era una dragona y aquello era una estratagema para devorarme viva?

¡La sola idea de morir sin saber ni siquiera quién era de verdad me resultaba superaterradora! Y además había que tener en cuenta de que era superjoven y me quedaba un montón de cosas divertidas que hacer en la vida.

Quería mover el esqueleto en una pista de baile y quizás comprobar cómo se me daba eso de cantar. Beber cerveza hasta estar borracha, aunque solo un poquito, y reír hasta quedar sin respiración. Y puede que besarme con alguien y enamorarme también.

Por eso mismo, deseé con todas las fuerzas del mundo que el ascensor se estropeara y no tuviera que ir a ver a la Directora en ese justo momento. Pero nada más pensarlo, las puertas se abrieron como si el aparato se estuviera burlando de mí.

—¡Ascensor hijo de...! —le grité, me dejé llevar por las llamas de mi corazón y, en cuanto me di cuenta, me morí de la vergüenza y me tapé la boca con las manos, para que nada más saliera de ese agujero impertinente.

—¿Pero tú a dónde te crees que vas? —me preguntó Melinda, con una sonrisa que pinchaba a burla.

—¿No podéis acompañarme...? —pregunté, ya que con ellas dos a mi lado me sentiría más leona y menos ratita.

—No seas infantil... ¿Crees que la Directora te va a comer o qué? —dijo Melinda.

—¡¿Pero cómo voy a pensar que es una dragona?! —contesté indignada.

—Yo no dije nada sobre eso... Jolines, Zel... ¿Te crees que ella es una dragona? —preguntó Melinda y se rio con algo que se podría categorizar con sorna y eso me provocó bochorno que me quemaba las mejillas. Así como ganas inmediatas de explicarme, pero antes de que tuviera tiempo de poner la lengua en marcha sentí unas manos fuertes en la espalda que me dispararon al interior del ascensor. ¡Y la que realizó esta vil acción fue, ni más ni menos, que Sabela!

Las puertas se cerraron con la contundencia de los últimos clavos de un ataúd.

Un gemido lastimero escapó de mis labios, pero logré contener las ganas de darle bofetadas a las puertas para lograr que se abrieran de nuevo. Me contuve, pues comprendí que me estaba comportando como una niña y las probabilidades de que la Directora fuera una dragona eran mínimas.

Para tranquilizarme, observé el panel en dónde aparecían los diferentes números de los pisos. Sobre la cumbre, dominando a los dígitos, se podía leer la palabra: Penthouse. No tenía ni idea de qué era eso, pero lo más seguro es que se tratase el lugar en donde vivía la Directora.

—Oh, Helios bendito... espero que no me grite y me diga que soy una inútil y que no... Alguien que me grita y me dice que soy inútil... Alguien... ¿Quién...? —pregunté al vacío, pues esas características hacían que una bombilla se iluminase en mi rostro con el poder de despejar la niebla de mi desmemoria. En ella, comencé a ver la silueta de un alguien alto, grande, musculoso... y su nombre a punto estuvo de saltar de mi lengua al exterior...

Y las puertas se abrieron, rompiendo mi concentración.

—¡Coño! —grité un poco cabreada, pero me mordí el labio. No me gustaba demasiado decir palabrotas como aquella.

Salí del ascensor a un corredor de tonos claros, sin demasiado mobiliario y cuadros abstractos en las paredes, que le proporcionaban a la sobriedad de la estancia pinceladas de colores que animaban el conjunto. Aunque quizás debí mencionar primero que era un lugar gigantesco, tanto que yo me sentía bastante más pequeña que de costumbre.

—Buenos días, Zeltia —dijo una balura, bastante diferente a Sabela porque esta medía más o menos como yo y no tenía apariencia de dura y fuerte, sino blandita y gordita —. Me llamo Aguacate, pero prefiero Cate para dejarlo como más cortito, te llevo con la Directora. Ella está ardiendo en deseos de verte... aunque creo que eso es más bien porque está un poco enfermita...

—¿No será contagioso...? —le pregunté, observándola con curiosidad.

Todavía me sorprendían estas baluras que pintas de humanas tenían, pero luego contaban con grandes diferencias: aquellos grandes ojos de felino rebosantes de curiosidad, la naricita tan pequeña que casi podría decirse que era inexistente y, por supuesto, la piel de color que, al encontrarme con una segunda balura, pude ver que podían ser de tonos diferentes. Mientras Sabela era un bosque oscuro y húmedo, Cate era más bien color lima.

—¿Contagioso...? No lo creo... Pero no te acerques mucho a ella por si acaso... —dijo Cate que mantenía en el rostro una sonrisa que me recordó a las aguas tranquilas de un largo escondido en medio de parajes vírgenes, lugar en donde la fuerza del viento no lograba llegar.

—No tenía pensado hacerlo

—Pues haces bien, haces bien.

Llegamos al final del corredor en donde se levantaba una inmensa puerta de color rojo. Cate le proporcionó unos fuertes golpes y la sonrisa boba de su rostro se alargó.

—Sé que causa nervios venir a ver a la Directora por primera vez... pero ella no es mala, no... Debes confiar en ella, ¿vale? —me dijo Cate.

—Para confiar en una persona primero tienes que conocerla —le dije y la balura asintió levemente con la cabeza.

—En la Mansión sin Fin es difícil confiar en la gente porque... todo es confuso y a veces da la sensación de que ni siquiera puedes confiar en ti misma como si te estuvieras perdiendo en... —decía Cate con voz ausente y eso me produjo inquietud, así pues quise desviar el rumbo de sus pensamientos.

Sin ni siquiera pensar en ella, la pregunta salió de mi boca:

—Cate, ¿es cierto que no podría escaparme de la Mansión sin Fin?

Eso me confundió, ¿quién me había dicho eso? ¿Fue Sabela, Melinda...? Me sonaba que no fue ninguna de ellas, pero de todas formas era información que había almacenado en mi mente y, por alguna razón, no fue eliminada.

—Nadie puede, la niebla que vaga por el bosque te coge y... desapareces... No sé dónde acabas, pero seguro que es mala... Yo me quiero marchar, aunque aquí tienes de todo... eh... amigos y amigas... playa... el campo de croquet... comida y bebida gratis... y todos los sábados hacemos fiesta... ¿Quieres venir? Hoy es... ¿Hoy es...? ¿Qué día es hoy...? —preguntó, mirándome con aire ausente y con la sonrisa colgando a punto de romperse.

—No tengo ni idea...

—¿No lo sabes? ¿No sabes qué día es hoy...? —me preguntó Cate y, para mi sorpresa, parecía que se encontraba a punto de echarse a llorar, rota ya la sonrisa boba.

—Oh, claro que sí... es viernes —le dije y Cate asintió con la cabeza, sonriendo de nuevo.

—Es cierto... mañana es día de fiesta... aunque quizás ya sea demasiado tarde... Creo que ya hablamos demasiado, entra... no hagas esperar más tiempo a la Directora —murmuró Cate y empujó la gran puerta roja.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora