117. Los servicios

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 Lo primero que me fijé es que el baño tenía el mismo suelo ajedrezado del resto del restaurante. Después de eso, en que estaba brillante de lo limpio que se encontraba, lo cual me alivió un poco porque no quería ir quitándome la ropa en lugares sucios y decrépitos. Por último, escuché la puerta cerrarse de golpe y el pestillo echándose, tragué saliva pensando que así sería como se sentían las ratas que se lanzaban sobre el queso sin darse cuenta de que se trataba de una miserable trampa.

Al darme la vuelta, me encontré con una Melinda que me miraba con el fuego en los ojos, una sonrisa torcida que me daba mala espina y una lengua que se relamió los labios; daba la impresión de que quería hacerme cosas indecibles. Dio un paso adelante, frotándose las manos y me dijo con una voz suave de serpiente:

—Vamos, vamos... no tengas miedo, ahora estamos solas tú y yo, ¿puedes enseñarme tu mapita, Zel?

—Espera un momentín —le dije y abrí los tres receptáculos del baño para asegurarme de que no había ningún alma en aquellos baños.

—No hay nadie aquí...

—Pero... ellos son fantasmas, ¿no pueden atravesar paredes? —le pregunté a Melinda y ella puso los ojos en blanco.

—No son realmente fantasmas, ¿no te lo dije antes? Simplemente son recuerdos del pasado manifestados por la falta de salud de nuestra jefa. ¿Qué es lo que no entiendes de lo que digo? —me preguntó, enfurruñada y frotándose con una mano la tremenda quemadura que le cubría uno de sus brazos, eso debió de doler cantidad.

—¡Básicamente todo! ¡¿Pero cómo puede ser que unos recuerdos anden por ahí andando y danzando?! —le pregunté, casi a voz de grito, pero todo eso no era nada más que una distracción para no tener que enseñarle mi espalda desnuda.

—Oh, por Helios bendito... ¿De verdad crees que este es el momento idóneo? Mira, ya que veo que te incomoda eso de enseñarme el mapa. ¿Qué tal si lo dejamos para otra ocasión? —me preguntó y se le veía malhumorada por tener que dejar de lado el asunto.

—Está bien... —concedí, me di la vuelta, me quité la parte de arriba del uniforme rojo y después la camisa.

Mi mirada se quedó fija en el espejo, para ver en su reflejo a Melinda ajustándose sus gafas de lente redonda, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Eso me cabreó un poco porque pensé que había dicho eso para que yo sintiera culpa y que le enseñara el mapa.

Durante unos momentos, temí que ella no tuviera ni idea de cuál era el significado del mapa que se extendía en mi espalda, que todo aquel alarde de tenue exhibicionismo no fuera nada más que un gesto vacío y vergonzoso.

Pero tal miedo en seguida se extinguió cuando un gritito de alegría infantil se escapó de los labios de Melinda y, al mirar al espejo, descubrí como su boca se curvaba en una sonrisa que le quedaba demasiado grande.

—¡¡Zel, Zel!! ¡Qué ya sé lo que es! ¡¿Te puedes creer que llevas tatuado a la espalda un mapa de la Mansión sin Fin?!

—Qué raro, ¿por qué iba a tener yo un mapa del hotel tatuado en mi espalda?

Durante unos momentos, fantaseé con la idea de que yo fuera la diseñadora arquitecta de la Mansión sin Fin y había sentido tanto orgullo que tatué el mapa que con tanto mimo había hecho. En seguida deseché esa teoría, yo no sabría distinguir un pilar de una columna.

—¡No tengo ni idea! ¿No es genial? Me encantan los misterios, cuándo no sé qué diablos está pasando... y el peligro... porque cuando hay peligro siempre puedo lanzar bolas de fuego... —añadió con voz baja Melinda y se carcajeó de una manera que no me gustó ni un pelo.

—¡Pues a mí no me gusta nada el peligro!

Sentí retortijones en el estómago, sin duda provocados por la posibilidad de que aquel tatuaje fuera la puerta a situaciones peligrosas. Pero si al final tenía que enfrentarme a ellas lo haría porque mi mayor deseo era averiguar mi identidad, la razón de que me encontrara en la Mansión sin Fin y por qué tenía aquel tatuaje en la espalda.

—Hay un punto azul justo dónde estamos... y una marca roja no demasiado lejos de ahí, en la zona perdida del hotel —dijo Mel y sentí sus dedos recorriendo la piel de mi espalda, el tacto era caliente, pero no desagradable. Supongo que la razón es que podía lanzar bolas de fuego por las manos, si fuera témpanos lo más seguro es que fuera tan fría como un hombre de nieve.

—¿Zona perdida...?

La boca de Melinda se torció a un lado, le daba un toque pensativo.

—Sí, sí... ¿Cómo explicarlo? Desde que la Directora está enferma el hotel como que también lo están, pues ambos están interconectados de una manera bastante profunda. En la Zona perdida está todo mezclado, puedes estar caminado por un corredor, de pronto darte la vuelta y encontrarte que el camino por donde ibas ha desaparecido y estás en otra parte del hotel completamente diferente. Es un verdadero laberinto en el cual es muy fácil perderse y por eso mismo no es aconsejable ir a darse una vuelta por él, pero con este mapa... creo que es la clave para navegar por la Zona perdida... Y sé a dónde tenemos que ir exactamente: a esa marca roja. ¿Tú que crees que nos podemos encontrar ahí?

—¿Un tesoro que alguien enterró? —contesté. 

—Si no fuera porque recién la conociste hoy, diría que pasas demasiado tiempo con mi hermana... —dijo Melinda y yo no supe si sentirme ofendida o no —. Pero lo que es seguro es que es algo de suma importancia, ¿por qué si no estaría marcado en tu espalda, Zel?

—No sé, pero... puede que tenga que ver con mi memoria desaparecida. Tendré que ir —dije, aunque me daba un poco de miedo andar por aquella zona desordenada del hotel.

—Y nosotras te acompañaremos, somos como las seguratas del hotel así que tenemos que investigar esto sí o sí... —dijo Melinda y eso me puso contenta, con ellas dos a mi lado me sentía segura porque sabía que serían capaces de protegerme. Por lo menos con relación a Sabela, que pegaba bastante bien con aquel bate raro que llevaba. Supuestamente, Mel sabía lanzar bolas de fuego por las manos, pero no creo que fuera demasiado inteligente hacerlo en un recinto cerrado.

—¿Ya me puedo poner la ropa?

—Claro, y no te preocupes. No vas a tener que ir desnudándote todo el rato porque tengo algo así como memoria fotográfica —informó Melinda y eso me hizo sentirme menos útil. Es decir, ahora ellas dos ya no necesitaban que fuera en el viaje porque el mapa ya lo tenía bien metido en la cabeza Mel, pero de todas formas pensaba ir sí o sí.

—Antes quiero comer... —le dije, me sentía débil en el estómago e iba a necesitar fuerzas si quería que la aventura saliera bien. Al escuchar esto, Melinda puso mala cara.

—Oh, cierto... comer. Menuda perdida de tiempo... En fin, vamos rápido que si no Sabela es capaz de comerse lo nuestro también.

—¡Pero no seas exagerada! —le dije, porque aunque estaba claro que la chica verde era de comer, eso tampoco quería decir que fuera a merendarse todo lo que tenía delante sin importarle que fuera suyo o no.

Salimos del baño y, mientras comíamos, le explicamos a Sabela lo que habíamos descubierto sobre el tatuaje. Ella asintió con la cabeza y dijo que no tenía ningún problema en ir a la Zona perdida. Nada más terminar de comer, una voz inundó el comedor diciendo:

—Zeltia, preséntese inmediatamente ante la Directora. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora