145. Collar de perro

25 5 65
                                    

 La otra Zeltia miraba a Alarico con unos ojos que cintilaban de unas lágrimas apenas contenidas. A mí no me extrañaba nada, de estar en su misma situación lo más seguro es que ya estuviera llorando, es bastante fastidiado descubrir que alguien que te importa no confía en ti.

En cuanto a la posibilidad de que no fuera humana, sino un muñeco creado o por la magia de la Directora o por la de Esus... Tengo que confesar que me resultaba absurdo pensar que fuera verdad, pues no era capaz de dudar de mi humanidad.

En mi pecho, el corazón palpitaba y si me cortaba, de la herida salía sangre. Sentía la tristeza provocada por la ausencia de mis recuerdos y la simple alegría de estar viva, a pesar de que el mundo que me rodeaba no era demasiado amable. Por ejemplo, cuando la sombra de mi madre estuvo a punto de matarme, no me cabía la menor duda de que el miedo que me inundó fue real, tanto como la atracción que surgió en cuanto conocí a Alarico.

Así pues, pese a mis múltiples inseguridades, no le di alas a esa idea de que podía ser una criatura artificial. Mi humanidad era algo incuestionable y nada ni nadie iba a convencerme de lo contrario.

Tras, el cual se sentaba en precario equilibrio en el hombro de Esus, se inclinó sobre su oreja y le susurró palabras que para mí no fueron nada más que murmullos indistinguibles. Fuera lo que fuera lo que le dijo, el diablo lanzó unas carcajadas tan potentes que su papada tembló.

—¿De qué te ríes, demonio? —le preguntó Alarico.

—Nada importante, muchacho. Mira, si te sirve de consuelo, te puedo decir que yo no he creado a tu amiga. Ya me hubiera gustado poder construir un muñeco de tanta humanidad —dijo y los ojos de Esus, pozos de oscuridad, se deslizaron hasta posarse sobre la otra Zeltia —. Si quieres mi opinión profesional, estoy bastante seguro de que tú eres humana. Aunque claro, si mi deseo fuera confundirte, tales palabras serían exactamente las que te dirigiría, ¿por qué te confesaría que eres un muñeco fabricado por mis propias manos, cuando lo que querría es que siguieras creyendo que eres una humana de carne y hueso? —preguntó al tiempo que se sacaba un puro de una caja rectangular, decorada con la silueta de una araña, lo colocó delante de la boca del trasno y este utilizó su afilada dentadura para cortarle la punta, nada más hacerlo la masticó y se la tragó.

No entendía al diablo, ¿por qué decía esas cosas cuando estaba claro que yo era una humana? ¿Qué era lo que buscaba? ¿Acaso quería qué desconfiáramos de él? No lograba comprender que podía sacar de provecho comportándose de esa manera. 

No creo que haga falta decir que sentía aversión hacia Esus, pero reconocía que tales sentimientos provenían de lo que había dicho Alarico, así como el terrible aspecto con el cual se presentaba al mundo. Era consciente de que no estaba bien juzgar a personas solo por rumores y apariencias, sin que hubiera nada concreto en que fundamentar tales malas impresiones. Aunque tengo que reconocer que el demonio no estaba haciendo demasiado para paliar esas sensaciones.

Alarico se volvió en dirección a la otra Zeltia, esta permanecía sentada en el taburete, con el vaso alargado en las manos. Cuando el mouro se acercó, la muchacha se estremeció, cual ratoncilla acorralada al que le has cortado toda posibilidad de huida. Esperaba de todo corazón que Alarico no fuera un gato que, después de jugar con aquella desdichada roedora, finalmente terminase devorándola.

—Zeltia, no voy a mentir y decir que no dudé nunca de ti. Lo hice, desde la primera vez que te vi, no pude evitarlo porque la situación me parecía demasiado sospechosa. Apareciste en el mejor momento posible para mí, ya que me encontraba deprimido y sin demasiadas esperanzas de que fuera capaz de vencer a mi madre.

—Alarico... —dijo Zeltia y me dio la sensación de que quería añadir algo, pero cerró los labios y dejó que el mouro continuase hablando.

—Pensé que ella quería aprovecharse de mi debilidad para controlarme, eso es lo que mejor se le da... Me imaginé que buscaba que tú te convirtieras en alguien importante para mí, para luego desvelar que en realidad no eras nada más que un muñeco sin sentimientos, sin conciencia. Ella lo haría, con la sola razón de hacerme ver que la única persona que jamás me querrá es ella y nadie más... Y había una cosa en la que no podía dejar de pensar... Justo cuando apareciste, también lo hicieron las hermanas Forte y te trataron como una enemiga, como para dejarme claro que tú no estabas de parte de mi madre, ¿no fue demasiado conveniente?

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora