138. La confrontación

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 La otra Zeltia y Alarico atravesaron la puerta del desierto y pasaron a otra estancia. El cambio fue bastante radical, ya que del sol, calor y arena dieron paso a la piedra, el frío y las sombras. Se trataba de un comedor apenas iluminado por el zigzag de unas antorchas.

Cruzaba el medio una mesa de madera, daba la impresión de que una cena se había interrumpido porque sobre ella había platos, cubiertos y copas. Aunque no había ni rastro de lo más importante: la comida.

Solo polvo y telarañas, estaba claro que bien atrás quedaban las animadas veladas aliñadas con las charlas y risas de los comensales, dejando en el lugar el ambiente de una nostalgia, engendrada por momentos que nunca regresarán.

—¿Dónde estamos? —preguntó la otra Zeltia.

Ella resaltaba en aquel escenario de oscuridad, vestía con una falda que dejaba a la vista las  piernas, enfundadas en largas medias rayadas, y una camiseta de color rosa que enseñaba el ombligo era como un elemento anacrónico. Un sueño, aquella Zeltia era un sueño y mi deseo era agarrarlo con el miedo de que al abrir las manos no hubiera nada.

—Uno de los tantos espacios perdidos de este hotel, fabricados con las memorias desquebrajadas de mi madre —dijo Alarico.

Resaltaba en la pared un cuadro, en él se veía a la Directora, portaba una armadura manchada de sangre. El mismo escenario era uno cruento: detrás de ella, y bajo un cielo de sangre, se entrecruzaban estacas en donde se adivinaban las siluetas de personas ensartadas. El rostro de la Directora era terrible, vacío de humanidad y repleto de la fría crueldad del opresor.

—Vaya... ¿Y esto? —preguntó Zeltia.

—El pasado de mi madre fue bastante cruento, pero no es hora de hablar de sus múltiples crímenes, tenemos que movernos —dijo Alarico.

—Es ella a quién te enfrentas, ¿no? No te envidio para nada...

—Sí, ya me gustaría a mí poder escapar, pero es mi obligación pararla. No importe lo duro y doloroso que sea, es mi obligación hacerlo.

Mouro y humana caminaron lo largo de la mesa hasta llegar al otro extremo del comedor, el cual terminaba en una chimenea que dormía.

—Vale, no hay salida. ¿Y ahora qué podemos hacer? —preguntó la Zeltia del pasado y pese a este contratiempo, no me daba la impresión de que estuviera preocupada. ¡Qué diferencia con la Zeltia del presente! Siempre tan insegura, asustada, nerviosa...

Alarico se rio y así contestó:

—¡Y no obstante la hay! Pero, a pesar de que lo más seguro es que acabe en fracaso, quiero intentar razonar con Sabela de nuevo.

Zeltia lo miró y por la expresión de su rostro bien se veía que no creía que fuera a servir para nada.

—No la conozco de nada, pero por lo poco que vi de ella no me dio la impresión de que sea de las que razonan demasiado.

En ese momento, la puerta por donde Zeltia y Alarico entraron se abrió con violencia y a largos pasos entró Sabela. La balura expresaba bastante bien sus sentimientos con una boca abierta en un gesto de agresividad y con unos ojos, que un poco más, y lanzarían llamas.

—¡¿Quieres dejar de escapar como una gallina?! ¡Ya me he cansado de tanto correr, correr y correr! ¡¿Por qué no te entregas de una vez?! Y si no quieres hacerlo, pelea como un hombre —dijo Sabela y caminaba con el bate en las manos a lo largo de la mesa.

—No, no me voy a entregar. Y jamás le pegaría a una mujer, no es así la manera en que los caballeros se comportan. Sabela, ¿por qué no me dejas que me marche? Lo único que quiere mi madre es abrir la Puerta Negra para hacerse con el Corazón Dorado. ¿Acaso sabes que catástrofes caerán sobre la Isla Caracola si esto sucede?

Sabela lanzó un bufido de animal.

—¡Ya lo sé, ya lo sé! ¡Un montón de cosas malas! ¿Pero desde cuándo eso es mi problema? Yo trabajo para tu madre y yo obedezco órdenes, ya está. ¿Tan complicado es? —dijo Sabela y tengo que confesar que esas palabras me disgustaron. Obedecer sin más no me parece correcto y si alguien te manda hacer algo terrible, lo mínimo que puedes hacer es negarte en redondo.

—Me decepcionas, Sabela. De tu hermana Melinda no me esperaba demasiado, ¿pero de ti? Pensé que por lo menos tenías algo de honor —dijo Alarico, su voz me sonó herida.

La balura apretó los dientes y avanzó con mayor rapidez, la poca paciencia que tenía se había desvanecido y solo quedaba la rabia ciega.

—¡Me da igual lo que tú pienses de mí, idiota! ¡Se acabó el hablar! —gritó Sabela y se lanzó hacia Alarico. A pesar de que en el futuro ambos estábamos sanos y salvos, durante unos segundos temí que le hiciera daño al mouro.

El mouro chasqueó los dedos y entonces el suelo donde estaban de pie se movió, giró en dirección a la pared y se introdujo en el interior de esta. El movimiento cogió por sorpresa a la otra Zeltia y casi se cae al suelo, Alarico la cogió por la cintura impidiendo que esto sucediera y, al pasar del comedor a la estancia del otro lado, la soltó con delicadeza.

Se escuchaban los gritos furiosos de Sabela, seguidos de continuos golpes. Estaba claro lo que hacía la muy bruta, golpeaba la pared con el bate en un intento de derribarla, un intento condenado al fracaso.

—¡Cobardes! ¡Sois unos malditos cobardes! ¡Salid de ahí de inmediato! ¡Pelead contra mí! —gritaba Sabela y Alarico volvió a chasquear los dedos, haciendo que la alterada voz de la balura fuera silenciada.

—Así mucho mejor, ¿no? —dijo Alarico y mostraba en el rostro una sonrisa traviesa.

—Muchísimo mejor, gracias. ¿Y se puede saber en dónde hemos acabado? —preguntó Zeltia mirando a su alrededor.

Era un espacio iluminado por una serie de grandes ventanas que daban a la naturaleza de un bosque, no uno siniestro como el cual me había despertado desmemoriada. Este se encontraba iluminada por rayos de sol con un colorido que le daba viveza, acompañado por el canto de unos pájaros invisibles. Al fondo, pude ver el inicio de una pequeña playa, una agradable porque no era un cementerio de barcos.

Alarico se derrumbó sobre una cama que se encontraba en un rincón de la habitación.

—Bienvenida a mi casa, un lugar apartado de las garras de mi madre y las hermanas Forte. De verdad siento mucho que te hayas metido en esta situación —dijo Alarico.

Zeltia se acercó a un equipo de pesas que se encontraba al lado de un escritorio que tenía sobre él un ordenador apagado. Me fijé que en una estantería había una serie de videojuegos junto a películas de acción. Sobre las paredes había varios pósteres, en uno de ellos aparecía un hombre musculoso y, en grandes letras, ponía: Si quieres, puedes. El resto era del estilo.

—Oh, no importa. Me puedo marchar en cualquier momento si la cosa se pone demasiado fea, ¿ves esta pulsera? —preguntó Zeltia y se la enseñó: era de color blanco, en donde la dictadura del color era rota por una esfera en donde fulgían los colores del arcoíris —. Gracias a ella, puedo viajar de un sitio a otro sin nada de dificultad. En cuanto se cargue de energía, podré irme del hotel en cualquier momento.

—Mucho me temo que eso no será posible —dijo Alarico.

Zeltia frunció el ceño. 

—¿Por qué no voy a poder irme?

—Por la niebla que rodea el hotel. No sé cómo has logrado entrar, pero mucho me temo que no podrás salir. Así que no me haría muchas ilusiones de que tu Reliquia vaya a funcionar.

Zeltia se mordió el labio inferior.

—¿Me podrías enseñar esa niebla, por favor? 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora