La Historia de Einar, Parte II: Un novato sospechoso

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—Una mujer queriendo entrar en el ejército. ¡Qué idiotez! —exclamó con sorna.

Todos se rieron, haciendo que la chica, destrozada, bajara la mirada. Recibió una reprimenda y varios golpes más antes de ser sacada del castillo por su esposo como si fuera una prisionera. Los varones que se encontraban ahí, incluido Wieczorek, vitorearon al hombre por "ponerla en su lugar". A mí me había molestado muchísimo. Recordé la manera en la que mi padre solía hablarles a mi mamá y a Freya cuando se molestaba con ellas y sentí que mi corazón se oprimía; me quedé en silencio, temiendo por la posibilidad de que mi padre llegara por mí de la misma manera en la que habían llegado por la chica.

Afortunadamente, eso no sucedió.

Más tarde, después del registro y de una plática que estuve esperando toda mi vida sobre el propósito de ser un soldado del rey de Valkar, empezó la primera prueba, una especie de examen para determinar, disimuladamente, quiénes tendrían madera de guerreros y quiénes servirían solamente como adornos o carnada para los enemigos en el campo de batalla. Era una manera efectiva de asegurarse de que no entraran donceles en el grupo: para un doncel normal, pasar esa prueba era casi imposible.

Ese no fue mi caso: quedé entre los mejores al terminar el reto.

La primera semana pasó volando: entrenaba día y noche para desenvolverme como los varones mejores que yo e hice lo que pude para impresionar a los soldados que nos supervisaban; día con día completaba las tareas con todas las exigencias que nos ponían y superaba a varios varones que eran más grandes que yo.

Durante las comidas, sin embargo, no hablaba mucho, y eso no era conveniente si lo que quería era no lucir sospechoso.

El comedor de los soldados (y, por lo tanto, de los reclutas) era un caos cuando estaba lleno. Había mesas repletas de varones hambrientos que comían como animales y descuidaban sus modales, ensuciaban su ropa, gritaban y reían. Entre cada mesa, de vez en cuando, pasaban los pocos donceles que había logrado ver en el castillo, ofrecían comida y cerveza de la casa Dornstrauss, paseándose y luciendo faldas que resaltaban su cintura, además de blusas holgadas y vaporosas que dejaban atónitos a los varones. No era raro ver a un chico sentado en las piernas de los reclutas o de los soldados, coqueteándoles con dulzura, recibiendo toqueteos indecorosos que me hacían arder de rabia y odiar el momento en el que fui como ellos.



Pasamos varios meses haciendo crecer nuestra fuerza, aprendiendo a sujetar espadas de madera, acostumbrándonos a cargar algunas partes de la armadura del menor rango en el ejército y conociendo maneras de sobrevivir en situaciones de crisis. La mayoría de los entrenamientos eran muy sencillos, y sabía que no procurarían hacernos los mejores guerreros en unos cuantos días. Eso requeriría de mucho esfuerzo.

Supe que todo marchaba bien cuando, un día, Dogvar Wieczorek entró al salón donde entrenábamos.

Como había escuchado, él se encargaba de entrenar a los rangos más altos en la armada, así como de formar a los varones de la escuela de la guardia real, quienes entraban desde muy chicos para aprender a ser soldados fieles al rey. Wieczorek era el responsable de los mejores y con su majestuosidad de soldado experto en su área dio vueltas alrededor de la sala ese día, revisándonos minuciosamente antes de hablar.

— ¡Felicidades, reclutas! —exclamó de repente—. Han progresado mucho desde que llegaron, y me enorgullece decir que, si siguen entrenando así como ahora, la armada real será invencible en unos pocos años —. Tomó aire, irguiéndose frente a todos—. No vine a verlos solo por eso. Aquí hay unas cuantas personas cuya habilidad sobrepasa el alcance de estos entrenamientos, así que me los llevaré a prepararse junto con los futuros soldados que llevan años en la escuela de la guardia real. A pesar de que no recibirán la educación que recibieron ellos cuando llegaron, aprenderán algunas cosas básicas de estrategias y protocolos que, de otra manera, tendrían que estudiar por su cuenta. A quienes nombre, tendrán que presentarse mañana por la mañana en el salón de enfrente.

El soldado sacó una pequeña lista, dejando a todos en silencio.

Escuché mi nombre, todos me miraron como si ya lo esperaran, pero nadie dijo nada. Mencionó a otros dos hombres aparte de mí y volvió a repetir su orden de tenernos en la otra habitación al día siguiente.

Cuando llegó el momento, el General Wieczorek nos presentó frente a los demás varones, todos aproximadamente de mi edad. Me formé junto con ellos y comenzó el entrenamiento, muy distinto al de los meses anteriores.

Había peleas, pero en estas la fuerza bruta estaba por debajo de la agilidad y la astucia, virtudes que yo siempre usé a mi favor en las peleas a las que iba antes. Gané un enfrentamiento, y con este, un amigo. Al darle la mano para ayudarlo a levantarse, este inició una conversación que, evidentemente, era para saciar su curiosidad.

—Eres Einar Dornstrauss, ¿cierto? —Inquirió con notable interés—. De los que presentó el General en la mañana. Muchos soldados hablan de ti. Dicen que eres un novato sospechoso y, por mi parte, también lo pienso así. ¿Por qué, con tu habilidad, no entraste a la escuela de la guardia real mucho antes?

Me sonrió, presentándose a sí mismo como Ansgar Volksohn, "el mejor alumno del General Wieczorek".

Contesté a su pregunta con un cuento que me había llevado inventando desde antes de irme de casa: decía que mi familia me había pedido que trabajara un tiempo en la cervecera antes de enlistarme en el ejército y por eso no había estado ahí desde tiempo atrás. Me escuchó con intriga.

Durante la hora de la comida me presentó con sus amigos de la escuela de soldados. Eran dos chicos: uno de ellos era pelirrojo y contemplaba al otro con una mirada tan romántica que hacía parecer que no había nadie en el mundo más que el varón al que observaba. El otro, sin tomarlo en cuenta, comía tranquilamente sentado frente a él en la mesa que habían apartado.

— ¡Amigos! ¡Adivinen a quién traje para hablar con nosotros! —exclamó Ansgar al llegar con ellos, golpeando la mesa con tanto entusiasmo que los platos que estaban posados sobre ella saltaron, a punto de tirar la comida. Los otros dos jóvenes dieron un respingo.

— ¡Pero si es el novato de los provisionales! —habló el pelirrojo mientras Ansgar y yo tomábamos asiento.

—Ya no es un provisional, Ancel. ¿No lo viste? El General Wieczorek lo presentó esta mañana.

Tuve que volver a decir mi nombre y contar la historia de cómo había llegado al grupo de Wieczorek. Los brillantes ojos verdes del chico que, según escuché, se llamaba Ancel, me recorrieron varias veces de arriba abajo, asustándome un poco. Me sonrió con gentileza.

—Me pregunto cómo es que derrotaste a Ansgar con unos cuantos golpes -comentó, intrigado.

—Tal parece que ahora Ansgar tiene un rival —dijo el otro chico que estaba en la mesa y que, hasta el momento, no había hablado por estar comiendo. Soltó una risa burlona, a lo que Ansgar respondió con una sonrisa mientras ponía su mano en mi hombro con mucha confianza.

—Einar no es mi rival, Rustam. Es mi nuevo amigo.

—Tu rival o no, algún día tendremos que pelear juntos —añadió el pelirrojo—. ¿Qué dices, Einar? ¿Un duelo?

Rustam, el chico de cabello castaño que había supuesto una rivalidad entre Ansgar y yo, detuvo al pelirrojo antes de que se levantara por completo de su asiento, devolviéndolo a su lugar con un empujón seguido de una reprimenda poco seria.

—Ancel, sabes que en el comedor no se permiten duelos. Además, no sabemos si él quiere pelear contigo.

—No quiero —aclaré mientras comía, siguiendo la corriente—. Tal vez otro día.

Ese día llegó con un entrenamiento. Ancel ganó por muy poco, pero se mostró maravillado con mis habilidades; a partir de ese día empezó a hablarme con más confianza.



Con el paso del tiempo, empecé a sentirme algo más cómodo entre los varones. Aprendí a ignorar la vulgaridad natural de su comportamiento y, con Ansgar, Ancel y Rustam como amigos, me acostumbré a desenvolverme como tal, claro, con varias veces más decoro. A pesar de todo, aún sentía algunas miradas de sospecha sobre mí. Una de ellas, proveniente del mismo Dogvar Wieczorek.

No pasaron siquiera dos semanas desde que me incluyó en los entrenamientos de la guardia real cuando, mientras salía del salón, noté que me observaba. Pasó otras dos o tres veces, sembrando algo de miedo dentro de mí. Llegué a pensar que me había descubierto, pero me llevé una gran sorpresa al encontrarlo una noche, camino a la habitación donde yo dormía, esperándome en el pasillo.

DornstraussWhere stories live. Discover now