NARNIA «Edmund Pevensie»

Epílogo

El tiempo es un compañero injusto que no recuerda lo que has pasado a su lado.

Respiré profundo, por doceava vez me repetí a mí misma que todo saldría bien. No tenía nada de qué preocuparme, sólo tenía que sonreír y gritar ¡Sorpresa!

Nada es como lo recuerdo, las transitadas calles londinenses estaban atestadas de hombres vestidos con elegantes sacos de colores apagados y las mujeres caminaban de un lado a otro con los labios pintados de un rojo intenso y tomando de la mano a sus pequeños hijos. Los paisanos se ven felices, finalmente pueden disfrutar de una vida sin guerra.

Creo que nunca podré acostumbrarme a la vida monótona de Londres, pero, éste lugar alguna vez fue mi hogar. Aquí conocí al cuarteto de hermanos que me cambió la vida.

Muevo mis caderas, pliso con mis temblorosas manos el hermoso vestidos que traigo puesto y me aplico un poco de labial rojo. Mis tacones resuenan en el sucio piso de las calles, aunque mis pasos son decididos y muestro una seguridad impresionante, estoy muriéndome de miedo.

Algunos hombres me miran de reojo y  otros ni si quiera tratan de ocultar su interés por mí, los ignoro olímpicamente hasta que llego al sitio que estaba buscando.

El ruido de la ciudad me inquieta, casi había olvidado lo irritante que suena el claxon de un auto o los hombres gritándose mientras conducen. Narnia es diferente, es tranquila.

Siento como si el corazón fuese a salirse de mi pecho, miré la espalda ancha y la postura despreocupada del hombre que estaba a unos metros de distancia. Mis manos comenzaron a sudarme y la cabeza me dio vueltas. No sé cuánto tiempo pasó y no tengo idea de si sigue sintiendo lo mismo que yo siento por él. Es imposible creer como una persona puede amar con tal fuerza y locura, hasta que lo vives en carne propia.

Pero el dolor de la separación no es nada comparado con la alegría de reunirse de nuevo. Así que me armé de valor, sonreí, lo iba a hacer. Todo este tiempo esperando por acariciarle su perfilado rostro, por escuchar su voz, por besar esos suaves labios que me han vuelto loca una y otra vez.

Vi como una mujer de apariencia elegante se acercó hacia él. Me detuve en seco cuando la chica se puso de puntillas y el chico de mis sueños besó sus labios. Juro que escuché mi corazón partirse en dos. Me quedé mirando como el pecoso Pevensie le sonrió, la tomó de la mano y caminaron hasta que mi firme mirada los perdió de vista.

Me quedé ahí, petrificada. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Después de todos este tiempo él merecía ser feliz, merecía encontrar a alguien que lo hiciera feliz ¿Cómo pude creer que esperaría mi regreso? Ni si quiera tenía la certeza de que volvería o de hacerlo, no podía saber cuánto tardaría. No tengo idea de cuánto tiempo ha pasado desde que volvieron de Narnia, pero ahora me doy una idea de lo mucho que arruiné las cosas entre nosotros. Una vez más arruiné lo que más me importaba en la vida, Edmund.

Paso la palma de mi mano por mi rostro y quito las gotas que brillosas decoraban mis mejillas, aprieto el dije que cuelga en mi pecho y respiro con fuerza. Debí esperar lo peor y dejar de hacerme tantas ilusiones. Doy un paso en dirección contraria, luego dos, tres, y llego a un hermoso jardín que está en el centro de la ciudad. Miro a los pajarillos revolotear, a las familias riendo y a los amantes besándose.

Esta ya no es mi vida, y no tengo idea de que haré aquí, ya no me necesitan. Se acostumbraron a vivir sin mí y jamás culparía a nadie que no fuera yo misma.

(...)

El atardecer estaba en su punto máximo, las horas pasaron y yo ni si quiera me había movido un centímetro, sigo sentida en la misma banquilla continua, abrazándome y tratando de encontrar consuelo. No podía creer lo que estaba pasando. Dejé Narnia, para siempre. Dejé a mi pueblo, a mi hermano... a mi hogar. No puedo describir lo difícil que fue hacerlo, me aferré a Caspian como si mi vida dependiera de ello y ahora que no está siento como si alguien me quitara una parte de mi alma, una parte de mí.