Cap. 8

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Los cinco estábamos reunidos con las tropas, Jadis ya había llegado y venía con varios de sus súbditos.

—¡Jadis, la reina de Narnia!— gritaba el enano —¡Emperatriz de las islas solitarias!

La maldita bruja se acercaba sentada en su silla mientras sus criaturas la cargaban. Al estar a unos metros de distancia de Aslan, bajó.

Caminó y miró a Edmund —Hay un traidor en tus tropas, Aslan.

—Su ofensa no te ha hecho ningún daño.

—¿Olvidaste las leyes sobre las cuales Narnia se forjó?

Aslan rugió —no cites la gran magia ante mí, bruja. Estuve ahí cuando fue escrita.

—Entonces sabes ya que, todo traidor por ley es mío— mi corazón latió con fuerza, estaba muerta de miedo por perder otra vez a Edmund, sin embargo, me acerque a él y tomé su mano. El dio un apretón, estaba asustado.

—Su sangre es de mi propiedad.

—Intenta llevártelo— amenazó Peter con su espada en alto.

—¿Y crees que lograrías por la fuerza negarme mi derecho? Niño rey— se burló la bruja –Aslan sabe que si no recibo la sangre que la ley demanda, toda Narnia será devastada y perecerá en fuego y agua. Ese muchacho— señaló a Ed —morirá. En la mesa de piedra.

Esta vez vi a Edmund verdaderamente alarmada, y luego a Peter. No podía imaginar lo que sentía, es su hermano menor, su trabajo es protegerlo, y sus ojos demuestran el terror que siente en estos momentos.

—Así lo dicta la tradición. Es cierto y lo sabes bien.

—Suficiente. Lo discutiré contigo a solas.

La bruja y Aslan se retiraron de nuestra vista hace tiempo ya.

Mi cabeza estaba apoyada en el hombro de Edmund, quien cortaba el pasto con nervios. Sus hermanos no lucían mejor que él. Y quería prometerle que estaría bien, que daría mi vida por él o por cualquiera de sus hermanos si fuera necesario.

Todos nos pusimos de pie cuando la bruja y Aslan salieron de la carpa. Sentí un cosquilleo cuando Edmund tomó mi mano y me agradó la sensación.

Todos miramos a Aslan, el corazón se saldría de mi pecho. El veredicto ya estaba listo.

—Ha renunciado al sacrificio del hijo de Adán, para siempre— sin perder más tiempo abracé a Edmund, hundí mi cara en su cuello. Y nos separamos rápidamente.

—¿Cómo sé que tu promesa será cumplida?

Aslan rugió y la bruja se sentó en su silla acobardada.

Los gritos y exclamaciones de sorpresa nunca pararon, muchos de los guerreros se acercaban felices con nosotros. Miré a Edmund de nuevo, ese brillo en sus ojos había regresado. Él había regresado.

Después de todo lo que habíamos pasado, no me había dado cuenta de que tan necesario eran cinco minutos para pensar y para mí misma.

La vista era hermosa, el sol ya se estaba cayendo y mi cabello se movía al compás de la agradable brisa. Mis pies descalzos se adherían a la maleza fría, brindándome un sin fin de emociones satisfactorias.

Este lugar ha traído consigo muchas aventuras, peligros y peleas, pero a pesar de eso... no me gustaría estar en ningún otro lugar.

Sentí como alguien se sentó a mi lado y no era necesario mirar para saber quién era, aquella sensación de despreocupación había llegado, junto con Edmund.

NARNIA «Edmund Pevensie»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora