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Vio el calendario, ese día cumplían tres meses de haberse casado, ocho meses de haberse conocido. Su vida había cambiado mucho en todo ese tiempo, hace nueve meses todavía estaba en la universidad sacando su título. Se pasó la mano por el cabello, no sabía si estaba viviendo como quería, tenía un hogar, tenía a un esposo con quien debía pasar más de cinco años mínimo, pero... ¿Debía estar feliz?  

Desde que estaba junto a Reaper, todo se hizo gris. No hablaban mucho, el pelinegro era el único que le sonreía pero no se la devolvía; no lo conocía bien y tampoco sabía lo que pasaba por su mente, aunque conocerse fuera la solución para que todo se volviera menos tenso, él mismo se rehusaba, no sabía por qué.

La puerta se abrió y vio que su esposo estaba con una pequeña bolsa, la dejó en la barra mientras Geno cerraba.

— Buenas tardes.

— Hola.

— Mira lo que tengo aquí.

Se acercó con un par de pasos, allí él sacó el contenido mostrando la mitad de un pastel, no era tan grande. Miró confundido al mayor, viendo otra vez esa cara simple donde su sonrisa era... como la de un niño, si no fuera por la definición de sus ojos respingados, su cara sería la de un crío.

Era atractivo, un atractivo asiático como dirían algunos.

— Me lo compré en el trabajo porque tenía mucha hambre, estaba muy delicioso así que... —Explicó, quitándole la tapa transparente— Te guardé un pedazo.

—...No era necesario.

— Pruébalo, no te vas a arrepentir.

Algo dudoso, tomó la cuchara ofrecida para comer un poco; era dulce y con un sabor a chocolate que se derretía en la boca. Estaba muy bueno. Pero sentía que tenía ese delicioso sabor debido a la intensión del contrario; había pensado en él y había guardado aquel pastel solo para Geno.

Se sonrojó, desvió la mirada tímido, estaba avergonzado.

— Gracias.

Reaper sonrió contento. 

Gimme love ¦ AfterdeathWhere stories live. Discover now