Luego de un desayuno íntegramente compuesto por productos de las máquinas expendedoras, me dirigí al baño a chequear mi aspecto. Si iba a conocer a mis pseudo-suegros debía al menos lucir presentable.

Abrí el bolso y busqué entre mis pertenencias las prendas más dignas con que contaba, decantándome por el mismo vestuario que había elegido para mi cita con Sara. Al sacar la camisa negra, la bolsa plástica con la afeitadora que había metido a la rápida cayó al piso. Me miré al espejo. Mi barba había crecido bastante, pero sin demasiada densidad o armonía. Siendo autocrítico, me daba un aspecto algo descuidado, que sin duda encendería alarmas en los padres de Sara. Adela tenía razón, me veía mejor sin ella. Esparcí espuma en mi rostro y lenta y dolorosamente me afeité con agua helada a falta de otra alternativa. Mi piel quedó roja y sensible, pero era agradable volver a ver mi rostro como lo había conocido toda mi vida.

Me cambié de ropa y salí con la intención de dejar el bolso en mi locker, pero no pude encontrar mis llaves; concluí que las había olvidado en el departamento de Sara. Le avisé de inmediato, no fuera a ser que sus padres las encontraran, y ella prometió buscarlas. Hecho esto me dirigí a los talleres del centro de alumnos. Una leve llovizna me sorprendió a mitad de camino.

Adela se presentó puntualmente, cargando la maqueta y portarrollos con las ilustraciones que habíamos presentado a corrección.

Verla entrar encogió inmediatamente mi corazón, borrando de golpe toda la confianza que había sentido esa mañana de haberme librado de su hechizo. Volvía a llevar el pelo tomado, pero aquello no reducía en lo absoluto su encanto. Un halo de gotitas rodeaba su cabeza dándole un brillo especial. La saludé sin acercarme y ella tampoco hizo el intento.

—Te afeitaste —comentó mientras descargaba sus cosas sobre una mesa, formándose en su rostro una semi sonrisa que parecía mezclar varios sentimientos. ¡Mierda! Seguro pensaba que lo había hecho por ella.

¿O es que lo había hecho por ella?

—Es que tengo que conocer a mis suegros esta tarde y quiero verme presentable —expliqué para apaciguar sus sospechas... y las mías.

—Ah, eso explica la ropa. Te ves... —pareció arrepentirse a mitad de la frase y desvió la vista— ...muy digno. Conociendo a los suegros ¿ah? Parece que va en serio lo tuyo con Sara.

No supe qué contestar. Nos quedamos en silencio.

—¿Empecemos? Tengo que llegar a tiempo para la cena.

Nos sentamos frente a frente en la única mesa libre de materiales y trabajos a medio terminar de otros alumnos, con nuestra maqueta en medio. La contemplamos en silencio. No me sentía en absoluto con ánimo de trabajar y ella tampoco parecía en el estado mental para hacerlo. Suspiramos casi al unísono.

—¿Pongo música? —pregunté ansioso de romper el silencio incómodo que nos consumía.

—Dale.

Puse mi playlist desde el teléfono que me había dado Adela, tanto porque sonaba mejor que el otro, como para mostrar algún aprecio por el esfuerzo que había hecho regalándomelo. Pareció notarlo. La música alivianó el ambiente casi inmediatamente.

Adela releyó en voz alta los apuntes de las correcciones de Araneda y nos pusimos manos a la obra. Poco a poco las ideas comenzaron a fluir y el trabajo se fue haciendo más sencillo, aunque la conversación se mantuvo breve, práctica, profesional; interrumpida sólo por sus consultas sobre canciones que llamaban su atención y que incorporaba rápidamente a su playlist. Acordados los cambios hicimos una planimetría básica del nuevo proyecto a una escala más grande y detallada que la maqueta original y comenzamos a cortar y pegar materiales para hacerla realidad.

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