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Lena.

Todo estaba oscuro alrededor de mí. No podía moverme. Me aterraba hacerlo por la falta de visibilidad. No quería tropezar o lastimarme con algo.

Pero de repente una chispa de luz iluminó un sendero de lozas blancas. Y al final del camino, había una puerta de madera vencida con las bisagras desgastadas.

La miré por un par de segundos, analizándola hasta el último milímetro.
Entonces comencé a caminar hacia ella. Tal vez había algo aguardando por mí del otro lado.

Cuando abrí la puerta, me sorprendió darme cuenta que daba al jardín de la casa de mi tía.
O'Malley corría tras su pelota favorita. Habían mariposas revoloteando y el viento movía mi cabello consigo.

Cuando intenté acercarme a O'Malley, vi que alguien recogía su pelota desde el césped.
Por un segundo me quedé paralizada al darme cuenta que no era la única ahí.
Pero al momento de ver bien de quién se trataba, sonreí ampliamente y corrí hacia él.

Me esperaba con los brazos abiertos, y una sonrisa también.

Y a mí...,
Se me venían desbordando lágrimas de los ojos.

Al alcanzarle, me estrechó entre sus brazos con fuerza, antes de depositar un beso en mi frente y acariciar mi cabello delicadamente.

—Hola, bebé -Dijo sin despegarse un solo centímetro de mí.

—Te extrañé, papá.

No quería soltarle. Me negaba a hacerlo.
Creía que si lo hacía, desaparecería como la última vez.

Se separó ligeramente de mí y tomó mi rostro entre sus manos, suavemente.
Me miró con un brillo precioso en sus ojos. El brillo que siempre tenía para mí, y sólo para mí.

—Te ves hermosa, mi amor..., ¿Dónde quedó la nenita de once años que no sabía atarse las agujetas?

Reí fuertemente, sin poder evitarlo.
Verle me hacía sentir lo más feliz de lo que nunca me había sentido antes.
Pero también era una tortura.
Saber que era por poco tiempo, y francamente, no tan real.

—Te la llevaste contigo -Dije mientras me limpiaba las mejillas con la manga de mi suéter -Te necesito, papá.

—Shh -Puso un dedo sobre su boca -¿Qué habíamos dicho sobre eso? No necesitas a nadie, ni siquiera a mí.

—¿Por qué siempre he de verte cuando tengo problemas? ¿Cuándo será el día en que pueda venir para contarte nada más lo feliz que soy?

Negó con la cabeza y acarició mis orejas hasta que estas se pusieron tibias. Siempre lo hacía cuando tenía ataques de ansiedad.

Porque sí. Desde niña los tenía.

—Cuando llegue el día en el que puedas sentirte tan feliz y libre como yo me siento ahora, mi amor, ni siquiera vas a acordarte de mí.

Negué bruscamente. Eso no era posible. Jamás podría hacerlo.

—Yo nunca te olvidaría, papá..., Siempre fuiste y serás el hombre más importante en mi vida.

—Y más te vale, Solecito. Que yo te prometí que no te dejaría casarte hasta los cuarenta.

Ambos reímos al mismo tiempo.
La gente no mentía cuando decía que teníamos la misma sonrisa. Y qué orgullo parecerme a un hombre tan bien parecido y apuesto.

In love with the fuckboy Where stories live. Discover now