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Lena.

—Lamento no poder cocinar para ti también, Aiden.

Ambos estábamos sentados frente a la isla de su cocina. Ya habíamos terminado de comer, pero aún no tenía pensado marcharme.

La compañía de Aiden me hacía muy bien. Me ayudaba a olvidarme de mis problemas y era como si no hubiera nada más en el mundo que no fuéramos él y yo.

Era raro.

Tenía mucho que no sentía eso con una persona.

Teníamos mucho en común, me entendía perfectamente y yo le entendía a él.

No había un segundo estando juntos en el que hubiera silencio. Siempre estábamos hablando y nunca se tornaban aburridas las cosas.

Estaba feliz con él.

—No hay problema, Magdalena -Dijo mientras servía dos copas de vino blanco -Casi acabas de llegar, sería una descortesía de mi parte dejarte por tu propia cuenta.

Me pasó una de las copas por la encimera e inmediatamente la tomé.

Había algo diferente. Algo me decía que debía seguir y no rendirme hasta drenar todos los sentimientos que aún tenía ocultos por cierta persona.

Habían milisegundos en los que olvidaba su mera existencia, y esos momentos, eran tan gratificantes que sentía que igual sí era posible seguir mi vida sin él.

—¿Sabes? -Le espeté después de haberle dado un sorbo a mi copa -Estas últimas dos semanas se han sentido como las más largas de mi vida..., Pero han sido agradables.

—Espero que eso se deba a la presencia de una persona en específico -Dijo con una ceja levantada.

Negué con la cabeza, sin poder evitar dibujar una sonrisa en mi rostro.
A fin de cuentas era verdad.

—Claro. De un chef muy talentoso...,

Dejó escapar una pequeña risa burlona, en la que pude percibir una pizca de ternura.

Puse los ojos en blanco, jugando.

Realmente no solía ser muy fan del vino blanco, pero con Aiden las cosas eran diferentes.

No me molestaba que me llamara Magdalena.
Tomaba más de lo que nunca había tomado en mi vida, aunque no hasta el punto de embriagarme.
Nada me avergonzaba, y sentía como si pudiera contarle hasta mi más oscuro secreto porque era como si nos conociéramos desde siempre.

Supongo que lo que decían de tomarle cariño a las personas desde el primer segundo en que las ves, era real.

Y no quise creerlo hasta que lo conocí.

—Magdalena..., -Puso una mano sobre la mía, obligándome a mirarlo a los ojos -¿Cuánto crees necesario esperar para confesarle a una chica que me gusta?

Sentí como mis mejillas se pintaban de un color rojo intenso.

Por un momento me quedé quieta, sin siquiera respirar.
Podía sentir como sus dedos danzaban por la piel de mi mano, y fue entonces cuando reaccioné, sacudiendo la cabeza ligeramente.
Me había petrificado.

—Creo que el tiempo es relativo, Aiden..., Deberías decirle tan pronto lo sientas.

Sonrió de oreja a oreja y de repente, entre sus dos manos, tomó las mías.

Sentí como mi corazón saltaba a mil por hora. Lo único que tenía en mente era el brillo que emanaba de sus ojos al encajarlos en los míos.

In love with the fuckboy Where stories live. Discover now