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Lena.

—Ya despierta, preciosa.

Abrí poco a poco mis ojos intentando acostumbrarlos a la radiante luz que se colaba por la ventana de la habitación.

Grayson estaba encima de mí, expectante, viéndome con una sonrisa.

Le devolví la sonrisa, provocando que mis ojos se cerraran de nuevo.

Volteé mi cabeza hacia la izquierda para poder ver la hora en el reloj digital del buró.

Nueve y veintidós.

—¿Se puede saber por qué me despiertas tan temprano un sábado? -Le dije intentando parecer indignada.

—No es un sábado cualquiera, Lena. Y no es tan temprano.

Analicé sus palabras con cuidado.
A esas alturas ya ni siquiera sabía en qué día vivíamos.

—Mi cumpleaños fue hace dos meses -Dije con seguridad.

Puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—Piénsatelo más, ángel.

Me enderecé sobre la cama para sentarme y poder aclarar mi cabeza.

Estuve un buen rato intentando recordar lo que se supone hacía ese día especial sin obtener ningún resultado.

No fue hasta que el resplandor púrpura de mi anillo alcanzó mis ojos e hizo que finalmente supiera de qué iba todo.

Sonreí de oreja a oreja sin poder evitarlo, ahora todo era claro y lo único que quería hacer era gritar de alegría.

—Feliz año, mi amor -Me espetó Grayson al darse cuenta de mi emoción.

Lo tomé por ambas mejillas y lo acerqué a mí para poder apoderarme de sus labios.

Habían pasado siete meses cargados de pura alegría y buenos momentos, siete meses que se habían sentido como siete segundos.
Siete meses que me hacían olvidar los otros cinco que habían sido más bien un enorme infierno.

Pero en general, habían sido doce meses junto a la persona que más amaba en el jodido universo, y eso lo compensaba todo.

—Feliz año -Respondí al alejarme ligeramente de él.

—Después de desayunar quiero que vayamos al mirador ¿te parece bien?

Asentí al instante.

Me encantaba la idea de ir a ese lugar.
Se había convertido en nuestro pequeño espacio, donde sabíamos que nada ni nadie iba a molestarnos.

Cada que íbamos al mirador, el mundo se detenía y nos dejaba nada más a él y a mí.
Y así fue desde el día que nos besamos por primera vez debajo del enorme sicomoro de hojas doradas.

No solíamos ir en ocasiones especiales. Era más aleatorio, cuando nos daban ganas estar solos sin que el mundo nos molestara.

—Voy a arreglarme y te alcanzo para desayunar ¿sí?

Asintió antes de acercarse para depositar un beso sobre mi frente.

Lo notaba raro, como si estuviera esperando para decirme algo. Pero seguramente era la emoción de haber llegado hasta ese punto.

Salió de la habitación con normalidad.

Me puse de pie como un resorte, tenía prisa para poder irnos y pasarla bien como siempre solíamos hacerlo.

In love with the fuckboy Where stories live. Discover now