Capítulo 27

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Sergi :Ahora que estamos todos, vamos a hablar de la primera prueba de la yincana —dijo Sergi atrayendo la atención de todo el mundo.
Todos estaban en la cocina, algunos desayunando de pie y otros sentados
en los bancos que había frente a la gran isla que coronaba la estancia. Algo en la postura de Sergi y en su forma de hablar y dirigirse a los demás dejaban a la vista que estaba acostumbrado a hacerse escuchar y respetar.

Sergi:Empezaremos con béisbol, deporte que creo que muchos de los aquí presentes domináis. —Se refería tanto a Laura y Marta como a Ana que eran las únicas que habían practicado deporte en el internado—. Y seguiremos con fútbol . En el primer caso, ganará quien consiga marcar dos goles.

Ivan:¿Equipos? —preguntó Ivan.

Sergi:Empezamos chicos contra chicas en béisbol, para no perder lacostumbre y en fútbol, el azar hará los equipos —explicó señalando una bolsita cerrada con un cordel arriba—. Muy bien, pues si ya estáis listos, empezamos.
Tres cuartos de hora más tarde, Ana tenía claro que estaban todos como
unas cabras.
Sentada en el banquillo, un conjunto de taburetes de plástico,observaba cómo se fastidiaban unos a otros. Marta había hecho una carrera y, para ello, no tuvo reparos en empujar a su propio novio situado en una base por la que iba a pasar. Le vino a la mente lo que contó Marc la noche anterior de un suceso similar con Laura y Aleix y no pudo más que abrir la boca, estupefacta. Además, juraría haber visto a Sergi  pellizcarle el culo a Carol cuando esta iba a lanzar la pelota.
¡Menudo desmadre!
Pese a todo, tenía que reconocer que era muy divertido y que todos se lo
estaban pasando bien a juzgar por las carcajadas y el buen ambiente que
desprendían. Ana no había salido aún a jugar pero no tardó en impregnar se del espíritu competitivo del juego y gritaba y vitoreaba animando a sus
compañeras de equipo. Se lamentaba de forma algo exagerada cuando a
alguna de ellas la eliminaban o no conseguían llegar a la siguiente base, la cual habían dibujado con un spray blanco.
En esos momentos era Carol quien sostenía el bate y Marc el que
lanzaba la pelota con la precisión de un auténtico profesional.  Ana no recordaba haberle visto tan suelto, disfrutando de todo como si
se tratase de lo último que fuese a hacer en la vida.
Al lanzarle la pelota a Carol, se le pegó la fina camiseta gris a su ancha
espalda, húmeda por el sudor. Tuvo que reconocer que se le hizo la boca
agua. Le gustaban demasiado los hombres con una buena espalda y los hombros anchos y Marc estaba bien dotado en ese aspecto. Bajo la ropa
elegante con que lo había visto las veces anteriores ya había podido
vislumbrar el cuerpo fibroso que escondía, pero esa evidencia se hacía más notable en esos momentos, con ese aspecto más desenfadado. Costaba apartar los ojos de él porque había algo en ese magnetismo que desprendía que se le hacía imposible no mirarle.
La exclamación indignada de Carol la sacó de sus ensoñaciones y vio a
la chica soltar el bate en el suelo, marchándose hacia el banquillo. En el centro del improvisado campo, Marc soltó un grito de victoria, con los
brazos en alto. Había conseguido eliminar a Laura  primero y a Carol ahora.
Tenían que bajarle esos humos.

Laura :Me dan ganas de quitarle esa sonrisa de la cara —farfulló Laura a su lado.

Ana :De eso me encargo yo —soltó Ana levantándose. Marta, quien iba a tomar el relevo de Carol, la miró con una ceja alzada al verla acercarse—.

Ana :Es mi turno ahora.
Marta debió de ver algo en su cara, quizá decisión o algo parecido a las
ganas de venganza, que le hizo soltar una buena carcajada. Le dio una
palmada en el hombro, animándola. Marc se descolocó un poco al verla, pero no tardó en recomponerse y sonreír con socarronería. Iba a bajarle esos humos como fuera. Ana no había vuelto a jugar al béisbol desde que dejó el internado y era más que probable que estuviera en baja forma, pero aun así esperaba no haber perdido del todo la práctica. Erró el primer lanzamiento y
la pelota pasó silbando junto a su oído. Apretó la mandíbula, enfadada
consigo misma. Marc soltó una gran carcajada que no consiguió otra cosa
más que hacerla temblar de coraje y aumentar su determinación en hacerle morder el polvo.

Deseo (Marc Bartra)Where stories live. Discover now