Capítulo 12

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Montse Aregall era,según muchos, una mujer admirable.Ella prefería pensarque era tan solo una madre que había tenido que sacar adelante a su hijos después de la inesperado despido  de su marido.Como tantas mujeres antesque ella, y otras después.
¿Qué madre no lo haría?
Sus hijos Marc y Eric era su prioridad en la vida aun cuando se habían independizado ya y estaban más cerca de la treintena que de los gloriosos veinte años.Eran ya  adultos con un trabajos y responsabilidades.Marc  ese hijo suyo, sensato e inteligente aunque no muy diestro en cuanto aa toma de algunas decisiones, sentimentalmente hablando.
Montse nunca había opinado sobre su vida amorosa: era decisión de Marc elegir con quién salía y con quién no, pero no acababa de gustarle del todo lavida que estaba llevando.Ninguna chica parecía ser suficiente para él y lasrelaciones acababan antes incluso de que ella las conociera.Marc nunca las presentaba y no sabía si era por vergüenza o porque no quería que, el hechode conocer a sus respectivas familias volviese más seria una relación que élno tenía intención de llevar a ese extremo. Su hijo parecía ser reacio alcompromiso y ella solo quería que encontrase a una buena chica con la cualcompartir su vida.
Unos pasos acercándose desde la trastienda sacaron a Montse de suscavilaciones y miró a la joven que se acercaba a ella con andar pausado, llenade elegancia y sencillez, con cierta soledad en su mirada.
Ana Martinez
Tenía mucho que agradecerle a esa chica. Era gracias a ella que tenía ese trabajo.
Montse era apenas una joven aprendiz cuando entró a trabajar en Madame Francis, una reconocida modista del centro de la ciudad,pero un día fue despedida por un problema que tuvo con una clienta.
Y fue una jovencita Ana Martínez quien intercedió por ella y consiguió que sus padres la colocaran en la sección de costura de uno de los muchos hoteles que tenían repartidos por toda la ciudad. Después de estar rodeada de hermosas y delicadas prendas, arreglar la ropa de los huéspedes, uniformes de trabajadores y botones de camisa se le antojaba poco gratificante. Pero tenía un trabajo y daba gracias a Ana por ello. Marc y  aún no había acabado sus estudios en el internado y era responsabilidad suya sacrificarse por el bien de su hijo, dándole el futuro tan prometedor que tenía por delante.
Así estuvo casi dos años hasta que recibió una llamada de Daniela Fiore,la madre de Ana.Buscaba a una ayudante para la sucursal que tenía pensado abrir en Londres y la habían recomendado.Esa inesperada muestra de confianza en sus capacidades la dejó sin saber qué responder. No fue hasta meses más tarde que Daniela le confesó que había sido Ana quien la recomendó.
Daniela:Dijo que eras demasiado buena en tu trabajo para estar remendando en uno de los hoteles de sus padres, además, dudo que ellos sepan apreciarlo.
Confío en el buen juicio de Ana y no se ha equivocado esta vez. —Las
palabras de Daniela aún seguían emocionándola y siempre se había preguntado por qué Ana habría hecho todo eso por ella, sin pedir nada a
cambio y sin querer atribuirse méritos.

Ana:Son estas todas las muestras?
Montse se hizo a un lado para que Ana dejase la carpeta con las muestras de telas encima del mostrador. Por petición de Daniela, Montse había pedido unas muestras a una reconocida y distinguida casa de telas londinense y, aprovechando que Ana estaba en la ciudad para reunirse con unos clientes, sería ella la que la recogería y se lo entregaría en mano en cuanto volviese a Roma.

Montse:Sí, estas son las que me pidió. —Fue pasando páginas y deteniéndose en aquellas que más le gustaban y que creía que podría funcionar según las ideas que tenía Daniela de su nueva colección
Al contrario de lo que a mucha gente le parecía, Anaa no había tenido una vida fácil. Había vivido rodeada de lujos pero no había tenido el cariño de sus padres.Ella y sus hijos nunca habían tenido mucho dinero, ni siquiera cuando su marido trabajaba, pero nunca les había faltado amor y cariño y su hijos no tenía ni idea de lo afortunado que habían sido —y seguían siendo— contando con su apoyo.Le constaba que Ana no había tenido eso.
Ana y su hijo nunca se habían llevado bien. Es más, sabía por Marc que apenas se aguantaban. Nunca había visto al tolerante de su hijo hablar tan mal de alguien, así que Montse estaba deseando conocer a la chica que le trastocaba tanto. Su Marc  era demasiado tranquilo, inalterable e indiferente incluso y si alguien como Ana Martínez conseguía sacudirlo, estaba segura de que se trataba de una joven digna de conocer.
Y no le decepcionó en absoluto.
Era una preciosidad y eso era innegable. De jovencita le había parecido guapa, con esos ojos azules demasiado grandes para su carita redonda pero ahora se había convertido en una mujer de una belleza impactante.

Montse:Quieres que le diga algo a Daniela cuando vuelva?

Ana:Hemos hablado hace un rato, poco antes de que vinieras. Y ya sabes cómo es.

Montse:Ana… —empezó y se quedó parada cuando la joven clavó en ella sus grandes y expresivos ojos azules. Era desconcertante y apenas podía
sostenerle la mirada—. Creo que nunca te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mí. No estaría aquí de no ser por ti.
La joven negó con la cabeza, azorada de golpe. Se había retraído y se le
notaba tensa e incómoda.
Ana:Hubiera llegado usted misma sin ayuda. Es buena en su trabajo.
El halago, aunque sincero, tenía toda la intención de desviar la atención hacia ella. Según Marc, Ana siempre quería y buscaba ser el centro de
atención pero ahora parecía querer desaparecer solo porque le estaba agradeciendo su ayuda.

Montse:No quites importancia a lo que hiciste, Ana. Tanto Marc como yo no podremos agradecértelo lo suficiente.
Ahí fue cuando Ana negó con más efusividad. Era la primera vez que Marc salía a la conversación entre ellas.

Ana:Si me tiene que agradecer algo que sea solo en su nombre, no en el de su hijo. —La voz le salió brusca y no había que ser muy avispado para notar cierto resentimiento.

Deseo (Marc Bartra)Where stories live. Discover now