38. Entre palomitas y helado

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Ninguno de los dos se había movido de su lugar en todo ese tiempo, y la tensión aumentaba a cada segundo.

-Quería hablar contigo, tu mamá me dio permiso de esperarte aquí.-contestó, comenzando a caminar por el pasillo con pasos lentos y cuidadosos.-Te traje esto.

Señaló a la sala con una mano, hablando más rápido de lo normal por el nerviosismo que denotaba su tono de voz.

Yo miré los sillones y la mesita del centro y me encontré con una caja de mis galletas favoritas, un par de jugos y palomitas.

-Es... por si estabas cansado después del entrenamiento.-explicó, acercándose a la sala para después sentarse.-Te traje las de chispas que te gustan, y ya sé que el jugo de mango es tu favorito pero ya no tenía el señor de la tienda entonces te traje de uva...

-Gracias, Temo.-lo interrumpí, caminando hacia él.-Neta no era necesario.

Me senté a su lado y apreté su hombro por un segundo, dejándome llevar por la sensación de tenerlo junto a mí, de poder oler su shampoo y su loción y de poder contar los lunares que salpicaban su rostro.

El sentimiento debió ser mutuo, porque de pronto él se acercó a mí y me rodeó con los brazos dejando su cabeza en mi cuello y apretándome unos segundos.

-Te extraño.-susurró.-Mucho.

Yo le devolví el abrazo y cerré los ojos, disfrutando del calor que emanaba su cuerpo contra el mío, sintiendo los huesos de su columna como se me había hecho costumbre.

-Yo también.-dije mientras nos separábamos.-Pero sigo sin entender, Temo. Querías espacio, ¿por... por qué viniste?

Él tomó aire y asintió con la cabeza, pasando la mano por su nuca.

-Carla me contó lo que pasó con tu papá.-explicó con una expresión de comparecencia.-Lo de... que le dijiste que eres gay y no lo tomó bien.

-Ah.-fue todo lo que pude hacer salir de mi boca.-Okey.

-Perdóname, Ari.-me pidió, bajando la mirada a su regazo.-Debí haber estado contigo, debí haberte apoyado desde el principio como tú me apoyaste a mí.

-Al menos estás aquí ahorita.-contesté con media sonrisa.-Gracias.

-Lo estoy, y lo estaré siempre.-me dijo, tomando mi mano.-Te lo prometo.

En esa ocasión fui yo quien se acercó para abrazarlo, rodeándolo por la cintura y dejando que él acariciara mis rizos por un momento.

-No dejes que nadie te haga pensar que está mal ser quien eres, Ari.-me dijo, dejando su mano en mi cuello, y estrechándome con el otro brazo.-En este mundo siempre habrá gente a la que no le parezca que seamos libres, gente que le tenga miedo a lo que no entiende, gente que quiera hacernos daño, y a veces esa gente puede ser de nuestra propia familia, pero no podemos dejarlos ganar, no podemos dejar que apaguen nuestra luz, ¿okey?

-Gracias, Temo.-contesté, dejando que una lágrima resbalara por mi mejilla.-No sabes cuánta falta me hacía escucharlo... escucharte a ti.

-Eres increíble, Aristóteles.-dijo con un suspiro, depositando un beso rápido en mi frente, como si hubiera sido un impulso.-Que nunca nadie te haga pensar algo diferente.

Mi corazón había comenzado a palpitar de forma irregular al sentir sus labios en mi piel, y después de aquella última petición nos separámos poco a poco, quedando unidos solamente con una mano.

Nos miramos por un segundo y yo sentí las palabras amenazar con salir de mi boca sin pedirme permiso, quería preguntarle por Diego, lo que significaba que estuviera ahí conmigo en ese momento, pero no pude decirlas en voz alta.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora