17. Si no lo eres

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Tuve muy poco tiempo para preocuparme de que acababa de darme cuenta de que recordar el beso con Temo no era algo normal, porque en cuanto llegué el edificio me encontré con una acalorada discusión entre mis padres que terminó con mi papá dándome una cachetada y mi mamá regresándole el golpe.

Así que esa noche me encontré en mi cuarto llorando en lugar de pensando en lo que acababa de descubrir con unas ganas tremendas de hablar con mi mejor amigo, pero él lo había dejado muy claro: "No me hables hasta que sepas lo que sientes" y yo aún no lo sabía.

Había entendido que besar a una niña no provocaba lo mismo en mí que besar a Temo; pero eso no quería decir que me gustara, ni siquiera que fuera gay, solo que algo en mí disfrutaba de estar cerca del otro.

Quizás, pensé, solo era producto de todo el tiempo que pasaba con él, un vínculo que había formado con el primer mejor amigo que había tenido, y por eso lo sentía diferente, no porque estuviera enamorado de él.

Me fui a dormir con el rostro enrojecido, y las mejillas aún húmedas por las lagrimas, haciendo que los recuerdos de ambos besos, tanto el de Gabriela como el de Temo, rondaran por mi mente. Tampoco podía olvidarme de la discusión con mi amigo ni el ardor de estómago que sentía cuando pensaba en Diego.

¿Por qué no le había dicho la verdad a mi padre después de lo que había hecho? Esa pregunta se formulaba una y otra vez en mi cabeza, pero me daba demasiado miedo abordarla en un momento como ese así que preferí dejar que se perdiera entre todos los otros pensamientos.

Era demasiado, el dolor de la separación de mi familia, el miedo de perder a mi mejor amigo, la confusión de no saber qué era la calidez que sentía cuando estábamos cerca. Y sin embargo hice lo único que podía hacer en ese momento: cerrar los ojos e intentar conciliar el sueño.

La mañana siguiente no tenía ánimos para ir a la escuela, sabía que me encontraría con Temo y moriría de ganas por un abrazo suyo que me hiciera olvidar el golpe de mi padre de la noche anterior, pero estaba harto de lastimarlo con mi incertidumbre, y él había sido muy claro al pedirme que no me le acercara hasta que supiera qué era lo que me pasaba, así que al menos iba a hacerle caso en ese aspecto.

Me desperté de mala gana, me duche y peiné, pero por más que lo intentara no pude disimular las ojeras, la hinchazón de mis ojos, ni el enrojecimiento de la mejilla que había sido maltratada la noche anterior. Mi mamá besó mi frente antes de que saliera en dirección a la escuela, y me dirigió una mirada consternada, pero no dijo nada respecto a lo demacrado de mi aspecto.

Caminé a la escuela arrastrando los pies y sintiendo un peso enorme en mis hombros, pero todo empeoró cuando crucé la puerta y me encontré a Temo siendo rodeado por el brazo de Diego y de inmediato surgió en mí ese horrible ardor de estómago.

Cruzamos miradas de un lado al otro del patio, como si ambos supiéramos dónde se encontraba el otro sin siquiera buscarnos, pero yo me di la vuelta de inmediato, no tenía ganas de discutir con él.

Aún faltaban quince minutos para entrar a clase, así que opté por ir a sentarme afuera de la cancha de fútbol con la espalda recargada en el muro y las piernas dobladas.

¿Cómo es que todo había cambiado de ir tan bien a de pronto irse a la mierda? Unas semanas antes mi familia estaba unida, yo estaba más cerca que nunca de mi mejor amigo y mi carrera estaba despegando, y en ese momento parecía que todo se derrumbaba.

Además, estaba la confusión de lo que había significado ese beso en el baño para mí, la confusión de lo del día anterior con Gabriela y el darme cuenta de que no había sentido nada con ella.

Cerré los ojos y presioné mi cabeza contra la pared, respirando lento para intentar calmarme, pero inevitablemente sintiendo una lagrima que se resbalaba por mi pómulo unos segundos después.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora