33. Enfermería

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En realidad no había pasado mucho tiempo desde que nos habíamos encontrado en esa situación, con mis labios presionados contra los suyos, pero en ese momento sentí como si hubieran pasado meses desde la última vez que lo había besado.

Mi cuerpo había actuado motivado por mis instintos al tomarlo de la nuca, y en el momento en que mi boca tocó la suya, mis deseos aumentaron y mi mente se desconectó por completo.

En un inicio se quedó quieto y me vi tentado de alejarme de su contacto para no presionarlo u obligarlo a hacer nada que no quisiera, pero de pronto con su brazo saludable me tomó de la cintura y me apretó contra su torso con fuerza, provocando que un escalofrío recorriera mi espalda.

Comencé a mover mis labios lentamente, disfrutando del deje de sabor a canela en los suyos, restante del agua de horchata que había bebido.

Esa vez no había nada de por medio, no había espectadores con los cuales excusarnos ni alcohol corriendo por nuestras venas y eso solo lo hizo mucho más especial.

Con mi mano libre lo tomé de la cadera, encontrándome con un pedazo de piel descubierto entre su pantalón y su playera. Se sentía tibio y suave al tacto y no me resistí a colar mis dedos debajo de su ropa, encontrándome con los huesos que sobresalían y recorriéndolos lentamente, provocando que el chico presionado contra mí soltara un suspiro a mitad del beso.

Mi corazón se aceleró aún más al escucharlo; todo Temo era una maldita obra de arte.

Me aventuré a pasar mi lengua por su labio inferior y él separó los suyos casi de inmediato para darme acceso. Apreté su cadera sin poder evitarlo; ese beso se sentía muy diferente a cualquier otro que hubiéramos compartido, mucho más intimo y carnal de cierta forma.

Después de todo teníamos que deshacernos de toda la tensión acumulada en algún momento, ¿no?

Nuestras lenguas se encontraron y apreté su cadera inconscientemente mientras Temo recorría mi espalda con su mano, llegando hasta mis rizos y revolviéndolos lentamente, mandando otra corriente eléctrica por mi cuerpo, por lo que fue mi turno de suspirar.

Nos separamos un segundo para tomar aire y cuando estaba a punto de reanudar el beso, su voz me detuvo:

-Ari, espera.-dijo contra mi boca, con la respiración irregular.

Abrí los ojos poco a poco. Nuestras narices rozaban y él aún mantenía los parpados apretados y el ceño ligeramente fruncido; se veía precioso.

-¿Qué pasa?-respondí en un susurro con la voz entrecortada, mirando lo bien que el rojo de sus mejillas combinaba con sus labios.

-¿Qué chingados estamos haciendo?-murmuró molesto, dando un paso hacia atrás, sacudiendo la cabeza y provocando que lo soltara.-Tengo novio, no mames.

Mis manos abandonaron su cuerpo y respiré hondo. Esa conversación no presagiaba nada bueno.

-Pues no pareces muy cómodo con él.-le respondí simplemente, encogiéndome de hombros.

-¿Qué?

-Temo, te conozco y se nota a a kilómetros que no te gusta que te toque, que te abrace... Él no te gusta.-dije, recorriéndolo con la mirada, analizando su expresión ofendida.-Los vi afuera, y así no es como se tratan dos personas enamoradas.

Su rostro mostraba muchas cosas, desconcierto, enojo, sorpresa, frustración; probablemente porque en el fondo sabía que tenía razón.

-¿Qué pinche derecho crees que tienes para decirme eso, Aristóteles?-me reclamó con la mandíbula apretada.-Después de todo lo que pasé por ti, de intentar superarte de...

El Plan de la Azotea | AristemoWhere stories live. Discover now