23. El color rojo

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Me levanté de golpe al darme cuenta de que había sido él quien gritó, provocando que mi sangre se fuera a mi cabeza y volviera a marearme por un segundo y que mi visión se nublara aún más.

Respiré hondo mientras sacaba mi celular para intentar alumbrar mi camino entre los árboles, pues la luz de la fogata no llegaba hasta donde estaba y por lo tanto tampoco hasta donde estaba Temo.

Empecé a correr en la dirección de donde pensaba que había venido el grito, rezando internamente porque estuviera bien.

-¡Temo!-grité con todas mis fuerzas.-¿Dónde estás?

Comenzaba a alejarme mucho de la fiesta y temí perder el rumbo, pero en ese momento lo que más me preocupaba era mi amigo. Para ese momento la música llegaba como un sonido ahogado, casi imperceptible, y solo podía oír mi respiración acelerada y el crujido de las hojas bajo mis pies al correr.

Aunque no obtuve respuesta seguí avanzando por el bosque, no podía haber ido muy lejos en el estado en el que se encontraba, ¿cierto?

-¡Cuauhtémoc!-exclamé, deteniéndome un momento para recuperar el aliento.-¿Estás bien?

-¡Aristóteles!-gritó de pronto una voz que venía de mi derecha y mi corazón dio un salto porque en su tono definitivamente sufrimiento.-Por acá.

Yo me di la vuelta y seguí corriendo, acercándome al punto del que mi amigo me había llamado, pero de pronto me encontré con una loma que formaba parte del relieve del bosque, no podía ser por ahí, ¿verdad?

-¿Temo?-grité, inclinándome hacia abajo pero con cuidado de no caer por la bajada, pidiéndole al cielo que el castaño no estuviera ahí.

-Estoy aquí abajo.-respondió ya sin la necesidad de gritar tan alto, y después soltó un quejido que hizo que mi corazón diera otro salto.-Ayúdame, por favor.

-Ya voy, ya voy.-dije intentando que mi tono no denotara lo asustado que estaba.-Tranquilo, ya casi.

Dirigí la luz hacia la bajada pero apenas y podía distinguir algunos arboles, arbustos y hojas secas. Recurrí al alcohol que permanecía en mi sistema para que me diera valor, tomé una bocanada de aire y comencé a bajar.

-Mierda.-murmuré.

Di un par de pasos con los pies volteados hacia un lado y el cuerpo inclinado ligeramente hacia atrás para evitar caerme. Eran unos 8 metros de terreno empinado, y yo los bajé jadeando, ayudándome del tronco de un árbol y la habilidad atlética que había desarrollado en los entrenamientos de básquet, hasta divisar a Temo.

Mi amigo se encontraba tirado en el pie de la loma con una mano sobre sus costillas, las rodillas dobladas, un brazo estirado y una expresión de dolor. En cuanto llegué hasta abajo corrí hacia él y me hinqué a su lado, iluminándolo con mi celular para ver cómo estaba.

-¿Temo?-dije, tomando la mano que tenía sobre su torso.-¿Qué te pasó? ¿Estás bien?

Él negó con la cabeza suavemente. A esa distancia me di cuenta de que tenía las mejillas húmedas y los ojos llorosos, además de un raspón abierto en su pómulo izquierdo.

-Me... me duele.-contestó con un jadeo, haciendo una mueca afligida.-No me pude parar, me pasó algo aquí.

Temo dio un par de palmaditas en sus costillas con la mano que yo estaba agarrando y apretó los ojos, provocando que otra lagrima se resbalara por su sien.

-¿Nada más eso?-le pregunté con el ceño fruncido, pasando mi mirada de sus pies a su rostro para asegurarme de que no tuviera nada más.

-Me duele muchísimo el brazo, tampoco lo puedo mover.-dijo, volteando a ver la extremidad que tenía recargada en el suelo.-Y me siento mareado, me duele la cabeza.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora