28. Impulso

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Estaba recostado en mi cama con los pies en la pared y los audífonos puestos, escuchando el playlist de Morat que Spotify me había recomendado con el ceño fruncido y una mano en el pecho, intentando desenredar mis pensamientos.

Habían transcurrido cuarenta y ocho horas desde que Temo me había pedido anunciar nuestro supuesto rompimiento, lo cual significaba que nuestras familias y conocidos de la escuela ya lo sabían y que yo llevaba dos días enteros en constante batalla conmigo mismo.

En cuanto mi amigo había dicho que era hora de acabar con todo, supe que eso definitivamente no era lo que quería, porque aunque había tardado muchísimo tiempo en asimilarlo, no me cabía duda de que lo que sentía por él era mucho más que una amistad.

De acuerdo, quizás fue algo ridículo no darme cuenta antes, después de todo, ¿qué clase de amigo se la pasa recordando lo que se supone que sería un simple beso cada vez que lo tiene cerca?

Una parte de mí me gritaba que no me rindiera, que luchara por Temo, que le dijera todo lo que me había hecho sentir en tan solo unas semanas, que le contara cómo había llegado a cambiar mi vida y le dijera que me traía como un pendejo desde antes de que supiera que estaba enamorado de él; mientras que otra parte de mí, la más racional, me decía que eso sería el acto más egoísta que podía cometer en su contra, porque si Temo había decidido darle una oportunidad a Diego era por algo, y por más que yo no viera el mismo brillo en su mirada cuando lo veía a él que cuando me veía a mí, no era mi lugar decírselo después de la forma en que lo había confundido y dañado.

Mis discusiones internas siempre llegaban a la misma pregunta: ¿en verdad estaba listo para enfrentarme al mundo como alguien que estaba enamorado de otro hombre? ¿estaba preparado para dejar mis miedos a un lado y pelear a su lado como sabía que Diego estaba dispuesto a hacer?

Todos a mi alrededor ya lo habían asumido, pero yo aún no estaba seguro de quién era. Claro, Temo me atraía físicamente, me parecía hermoso con su cabello castaño, sus ojos marrones, su piel salpicada de lunares, y su cintura delgada entre muchísimas cosas; pero su forma de pensar, su inteligencia, su humor, su madurez y su sensibilidad eran lo que realmente me traían en la luna.

Entonces, ¿qué significaba todo eso?

"¿Soy gay?" pensé acariciando la tela de la playera que traía puesta, una negra que Temo me había prestado cuando me quedé en su casa y no le había devuelto. Esa oración sonaba extraña incluso en mi cabeza, probablemente porque hasta su llegada yo no me había detenido a cuestionar mi sexualidad.

"No tiene mucha ciencia. Soy un hombre, me gustan los hombres. Soy gay."pensé mientras soltaba un suspiro, pero tampoco pude asimilarlo, así que cerré los ojos con frustración."¿Y si el que me gusta es Temo y no los hombres en general? ¿Y si también me gustan las mujeres pero no lo sé?"

A mi mente llegó el recuerdo del estacionamiento con Gabriela, como en realidad no había sentido nada al tocarla, como a pesar de que podría ser considerada una niña bonita, no había conseguido despertar nada en mí ni siquiera al besarla; y luego pensé en Temo y como con solo tocar mi mano provocaba que mi piel se erizara, como lograba acelerar mi corazón con una mirada y como me había robado el aliento cada vez que lo había besado, incluso el día del concurso de talentos de la escuela cuando nuestros labios solo se habían tocado unos segundos.

-Soy gay.-dije a la nada, intentando probar cómo se escucharía en voz alta.-Me gustan los hombres.

Las palabras se desvanecieron con la música de mis audífonos y por alguna razón escucharlo con mi propia voz, diciéndolo con sinceridad esta vez, aumentó mi seguridad; me di cuenta de que el planeta no iba a dejar de girar, el sol no iba a dejar de salir, y yo no iba a dejar de ser yo mismo porque estuviera enamorado de otro hombre.

El Plan de la Azotea | AristemoWhere stories live. Discover now