Capítulo 47

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Maddison

Camelia se fue, ¿pueden creerlo? Se marchó definitivamente. Fin. Se terminó la pesadilla.

Mamá estaba realmente triste por su partida, lo cual era bastante obvio. Digo, en el tiempo que Camelia estuvo entre nosotros, mamá se encariñó demasiado rápido con ella. Todos nos dimos cuenta de ello.

Por otro lado... Las cosas con Ethan se habían puesto mucho peor, pues al encontrarme en esa situación con Ryan: los dos en mi habitación, mojados, con la ropa arruinada (la mía), y él sin camisa... Pues, la escena era realmente extraña, lo reconozco.

Obviamente entendió cualquier cosa, y no me dejó explicarle.
Y se agarró a golpes con Ryan, lo cual empeoró todo.

Eso fue un caos.

Cuando los chicos pudieron separarlos, yo intenté contarle a Ethan lo que verdaderamente pasó, pero él estaba negado a oírme. Me gritó muchas cosas, y dejó en claro que no quería verme.
Al parecer Camelia estuvo llenándole la cabeza desde que llegó, y él optó por creerle a ella y no a mí.

Ya faltaba menos para Navidad, y todos en la casa estaban muy energizados por el espíritu navideño. Sobre todo Aaron; a él le fascina la Navidad, a mí no.

—¡Faltan dos días para Navidad! ¡¿Pueden sentir el espíritu navideño?! —el grito de Aaron se siente desde el patio trasero, donde nos encontramos todos desayunando bajo el hermoso sol que nos ilumina.

Yo no tenía ánimos para nada, sinceramente.

Él hace su entrada triunfal, dando zancadas hasta llegar hacia nosotros. Trae una sonrisa en el rostro, y luce tan contento como si fuese un pequeño niño al que le han regalado su juguete favorito.

¿Quién diría que en su interior yace un imán de problemas?

—¡Hola, familia! —exclama en modo de salido y toma asiento a mi lado.

Desordena mi cabello y yo me quejo, dándole un manotazo.

—Parece que a ti, en vez del espíritu navideño, te ha poseído el del diablo, ¿por que tan agresiva? —se burla.

—Porque odio que te metas con mi cabello, ¿crees que es sencillo peinarlo en las mañanas? —le reprocho.

—Tampoco hay que exagerar. —comenta.

—Niños, vamos a desayunar en paz. Por favor. —pide mamá, con el rostro triste.

—Ahora que Camelia se fue, estoy seguro de que tendremos paz, madre hermosa... —le informa Aaron, como niño inocente.

Mamá le lanza una mirada de reproche, y él sonríe.

—¿Qué? —se defiende.

—¿Seguirán con el tema de Camelia? —cuestiona con seriedad. —Se fue, ¿no era eso lo que tanto querían? —deja la servilleta de mala gana sobre la mesa.

—No hay necesidad de ponerse tensos. —inquiere Chase, en un intento de crear tranquilidad.

—Tiene razón, basta. —concuerdo, y le doy un sorbo a mi café.

—Claro, es fácil para ti decirlo, ¿no? —suelta mamá, ahora en mi contra. —Camelia y tú no dejaban de llevarse como perros y gatos, hubieron un sin fin de problemas, y ahora falta que montes una fiesta en honor a su partida. —yo suspiro, y elevo mi vista al cielo, rogándole a algún Dios que me dé paciencia.

—Ella se metió conmigo en casa oportunidad que tuvo, disculpa si no estoy llorando por su partida. —comento. —Además, ¿olvidaste lo que hizo la última vez? Por su culpa Ethan me dejó, tal y como ella quería. —espeto de mala gana. —Así que, no me arruines la mañana con tu pésimo humor. —digo sin mirarla.

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