Capítulo 9

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Maddison

—¿Qué?— dice Ethan, desconcertado ante mis palabras.

Frunce el ceño y se separa un poco de mí. Su rostro muestra confusión, sorpresa...

— ¿Celos?—cuestiona, en voz baja.

—Sí, bueno... no el tipo de celos que tú crees.—respondo con rapidez. Retrocedo unos pasos, y tomo una bocanada de aire.

—No te entiendo.

—B-bueno... Yo... —siento su mirada profunda en mí, y me pongo nerviosa.—M-me pasa igual con mis hermanos.—trato de pensar una excusa.—Verás... Cuando ellos comienzan a salir con alguna chica, se olvidan un poco de mí y cada vez pasamos menos tiempo juntos, ¿comprendes? —le explico con calma.—Y ahora que tú has comenzado a salir con Camelia, pues... siento... —mi corazón comienza a latir con fuerza.—Quizás pienses que es una tontería, pero... pienso que quizás tú también me dejarás de lado, como mis hermanos... Y a veces me siento abandonada, en cierto punto. Porque antes compartíamos todo, y ahora... no. Y no sé... —suspiro y noto que él está procesando lo que dije, sin apartar su mirada de la mía.

—Pensé que... —habla, finalmente, pero niega y se queda en silencio.

—Qué.

—Nada. Era una tontería. —niega con la cabeza.

—Dime.

—No importa.—yo asiento, rendida.—El hecho de que yo salga con ella, no significa que dejaré de hablarte, o que me alejaré de ti.—retoma la conversación inicial.—Nada cambiará. Lo digo en serio.—dice, con firmeza.

—Ok.—es lo único que puedo decir.

—Me crees, ¿verdad? —insiste, buscando mi mirada.

—Eso creo. —digo sin mirarlo y tomo mi bolso.

—Maddison. —me llama.—Siempre seremos amigos.—eso me cayó como agua helada. Lo observo, fijamente y asiento, resignada.

—Lo sé. Amigos.—acepto, con algo de lástima.

—¿Irás mañana a la fiesta? —cambia de tema.

Yo trago saliva para calmar la fea sensación que tengo en el pecho, y carraspeo.

— No creo.—respondo, y comienzo a caminar en dirección a las escaleras.

—¿Por qué dices eso? Si ya tienes el disfraz. —habla, siguiendo mis pasos.

—No tengo ánimos. —digo, sin dejar de caminar.

—Oye...—me vuelve a tomar del brazo, antes de que ponga un pie en el primer escalón de la escalera.—¿A qué se debe ese cambio de parecer? —insiste.

—No tengo ganas de seguir hablando. Lo siento.—me suelto de su agarre y subo las escaleras con velocidad.

Llego a mi habitación y cierro la puerta de manera brusca, con rabia, tristeza, impotencia.

Tiro el bolso al suelo y lanzo las almohadas de mi cama hacia la pared, con fuerza y rabia.

¡Tengo ganas de golpear todo! Siento rabia hacia mi misma. Jamás tendría que haberle dicho que sentía celos. ¿Quién en su sano juicio hace tal cosa? ¿Cómo pude mandarme al frente de tal manera? ¡Dios! ¿En qué pensaba?

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