Aún tenía el ceño fruncido pero comencé a esbozar media sonrisa sin darme cuenta mientras se me quitaba un peso de encima, porque si sabía quién era y lo que quería, ¿qué era lo que me impedía estar con Temo? Hasta ese momento había sido mi falta de certeza, mi miedo, el no saber si iba a poder tratarlo como se merecía, sin escondernos, enfrentándonos a las personas como Zac, Ben o mi papá. Y me di cuenta de que si en verdad quería que fuera feliz, tenía que presentarle todas sus opciones, y una de ellas era yo.

Claro, seguía estando nervioso y el futuro me seguía pareciendo igual de incierto, pero me bastaba con saber que si Temo me daba una oportunidad, me esforzaría para quererlo y protegerlo.

Me erguí en la cama de golpe cuando ese último pensamiento llegó a mí, ¿qué estaba esperando? Si ya sabía todo lo que necesitaba saber entonces no había nada que me detuviera, ¿cierto?

Me quité los audífonos y me arreglé el cabello con una mano, sacudiéndolo para separar los rizos. Miré mi reflejo en el espejo e inhalé con fuerza, no había tiempo para pensarme las cosas.

Salí de mi departamento y bajé las escaleras para tocar la puerta de los López, pero nadie respondió. Golpeé un par de veces más creyendo que quizás no me habían escuchado, pero no obtuve respuesta así que volví a subir.

Estaba a punto de entrar a mi casa cuando vi la hora en mi celular: ocho y cuarto de la noche. A veces a Temo le gustaba ir esa hora a la azotea para observar las luces de la ciudad antes de cenar, y era por eso que casi siempre quedábamos de tocar el piano o simplemente conversar ahí, porque le gustaba la vista; así que pensé que no perdía nada por intentarlo y subí el último tramo de las escaleras.

Abrí la puerta con el corazón acelerado, no podía creer lo que iba a hacer; después de semanas de incertidumbre, miedos y confusiones, por fin le iba a decir que estaba enamorado de él.

Pero cuando me acerqué a la puerta comencé a escuchar voces. No comprendía bien lo que decían, las palabras eran amortiguadas por la pared, pero sus tonos eran de alegría y tranquilidad. El sonido paró cuando mi mano tocó la manija, y al abrir la puerta me di cuenta de por qué.

Ahí estaba Temo bajo las estrellas, parado con la espalda hacia la ciudad, y en frente de él estaba Diego, pero ya no conversaban. La mano sana de mi amigo descansaba en el hombro del toluqueño, mientras que las suyas rodeaban la cintura de Temo, acercándolo más a su cuerpo.

Se estaban besando.

Mi respiración se cortó al verlos y abrí la boca ligeramente sin poder evitarlo. Se veían... contentos, como una pareja, como quizás él y yo nos habíamos visto ese día en el bosque antes del accidente, solo que ellos no estaban escondidos en la oscuridad detrás de un árbol.

Fue peor cuando me di cuenta de que Temo se merecía que su primer beso fuera así, con alguien que estuviera seguro de lo que sentía, en un lugar bonito, sobrios, en confianza, no en el suelo de un baño oscuro estando medio borrachos.

No aguanté más, me di media vuelta, bajé las escaleras lo más rápido que pude y regresé a mi departamento con un dolor de cabeza palpitante y una combinación de ardor de estómago y presión en el pecho que me dieron ganas de llorar.

Me senté en el suelo, a los pies de mi cama y pasé mis manos por mi rostro, obligándome a no dejar que saliera ni una lágrima, ¿cómo podía llorar por una relación que nunca había existido?

Mi pulso era irregular y tenía ganas de hacer mil cosas diferentes al mismo tiempo, pero lo que más nublaba mi juicio era el enojo. Estaba furioso conmigo mismo, ¿cómo había podido dejar que todo terminara así como así, sin luchar, sin llegar a decirle nada? ¿cómo había podido dejar que se fuera con alguien más?

Quizás todo había pasado muy rápido para mí, pero Temo se la pasó meses esperando, sufriendo en silencio por mi culpa, creándose ilusiones y destruyéndolas una y otra vez; claro que iba a darle una oportunidad a la persona que nunca lo había hecho pasar por eso, era ridículo pensar que esperaría un minuto más por mí después de aquello, pero por alguna razón en el fondo de mi corazón tenía la esperanza de que lo haría.

Nunca había tenido una pareja antes, pero estaba bastante seguro de que lo que tenía en ese momento era un corazón roto.

Una lagrima se resbaló por mi mejilla en el momento en que mi mamá tocaba la puerta de mi habitación, pues había llegado del súper con Arqui.

-¿Ari?-dijo cuando abrió, mirándome con el ceño fruncido.-¿Qué pasó, hijo?

Ella se agachó a mi lado y pasó una mano por mi espalda, rodeándome con su otro brazo.

-¿Es por lo de Temo?

Yo la miré con los ojos llorosos y la abracé de regreso. Tenía razón, era por él, pero también era mucho más complicado.

Tenía mucho miedo de lo que fuera a decirme cuando le contara la verdad, que era un mentiroso, que por mi culpa se había separado nuestra familia y que ni siquiera había valido la pena porque tras meses de peleas y sufrimiento sentía haber acabado en el mismo lugar.

Pero si no confiaba en ella, ¿entonces en quién?

Tomé una bocanada de aire y me preparé para una de las conversaciones más difíciles que había tenido en la vida.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora