25. El paso de las horas

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En lo que mi primo se fue, yo me dediqué a mirar a los hermanos de Temo. Ambos parecían muy preocupados, se notaba que habían estado llorando; muchas veces los adultos piensan que los niños por ser pequeños no entienden lo que sucede a su alrededor, pero yo digo que no les dan el crédito que se merecen.

Le preguntaban a Pancho por el estado de su hermano mayor y asentían con expresiones consternadas cuando les contestaba, sufriendo en silencio y algo confundidos, pero sufriendo al fin y al cabo.

De pronto Robert regresó a la sala de espera y me hizo una seña para que me acercara con discreción.

Tomó mi hombro y se inclinó hacia mí para hablar en voz baja.

-Hablé con las enfermeras del piso y me llevaron con el doctor en turno.-dijo.-Puedes entrar en un ratito, pero solo va a ser una hora.

Mi expresión se transformó de inmediato, abrí los ojos y me enderecé inconscientemente.

-¿En serio?

-Sí, ahorita va a venir la jefa de las enfermeras para llevarte, nada más intenta pasar desapercibido.-me aconsejó él, y en cuanto terminó, lo estreché contra mí.

-Gracias.-susurré.-De verdad, muchísimas gracias.

-De nada.-contestó Robert, devolviéndome el abrazo.-Pero Ari... Recuerda que Temo se va a ver muy mal, va a tener cables y tubos por todos lados, la cara raspada, una venda en la cabeza...

Yo asentí, comenzando a imaginármelo como lo describía y sintiendo una presión en el pecho a consecuencia.

Volvimos a sentarnos a esperar. Pasó otra hora, ya eran las diez y la enfermera no salía, yo comencé a desesperarme, a pensar que tal vez no iba a poder cumplir con su palabra, pero quince minutos después una mujer bajita y de cabello oscuro le hizo señas a Robert, el cual me indició que me parara y la siguiera, lo cual hice.

La enfermera me repitió lo que mi primo había dicho, y yo escuché atentamente y le aseguré que iba a esforzarme por ser lo más invisible que pudiera.

Subimos a un elevador y luego caminamos por varios pasillos, dando un par de vueltas hasta que finalmente llegamos a la puerta correcta.

Entré con pasos lentos, aguantando la respiración sin darme cuenta y la enfermera cerró la puerta detrás de mí.

Temo estaba acostado en la cama de hospital con los ojos cerrados; su pecho subía y bajaba con delicadeza al ritmo del monitor cardiaco. A primera vista, uno pensaría que solo dormía profundamente, pero bastaba un segundo para que te dieras cuenta de que no era así.

Me acerqué a él y miré la venda que rodeaba su cabeza y que provocaba que su cabello ondulado saliera disparado hacia arriba en mechones desordenados. Luego mis ojos bajaron a su rostro con cuidado, como si mirarlo con demasiada intensidad pudiera dañarlo de alguna forma; tenía un moretón en el pómulo izquierdo y un raspón que se había puesto entre rojo y marrón que seguro se había hecho golpéandose contra alguna roca.

Tenía el brazo enyesado doblado contra su torso, mientras que el otro descansaba sobre el colchón con la palma hacia arriba pues en ese antebrazo le habían colocado la intravenosa por la cual le administraban sus medicamentos, entre los cuales estaba el sedante que lo mantenía dormido.

Estuve observándolo por un minuto, parado frente a él sin saber qué hacer, ¿debía hablarle? eso es lo que siempre lo hacían en las películas, ¿podía tocarlo? ¿lo lastimaría de algún modo?

Terminé por sentarme en la orilla de la cama con cuidado de no acercarme demasiado y antes de darme cuenta ya había tomado su mano. Me dediqué a examinar sus dedos largos y cubiertos de vello delgado, uno de los cuales tenía ese aparato que indicaba su ritmo cardiaco, pues era mucho más sencillo que ver su rostro herido.

El Plan de la Azotea | AristemoWhere stories live. Discover now