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Piscis se sentía muy mal. Estaba intentando no ponerse a llorar, pero se le estaba volviendo imposible. Acababa de terminar con el chico con el que había estado por dos años por una pelea estúpida, y no sabía si podría arreglarlo. Le temblaba el labio y las lágrimas amenazaban con salir en cualquier momento. No quería que todo se terminara, lo quería.
Había estado con Leo desde los dieciséis, y su relación había sido bastante estable, pero en las últimas semanas habían estado discutiendo mucho y terminaron llegando a ese punto. Piscis sentía un vacío en el pecho al recordar como él ni siquiera había intentado evitar que terminaran.
–Está bien –le había dicho, después de que ella sugiriera que tal vez no deberían seguir juntos si discutirían tanto, pero era evidente que no estaba bien. Las palabras de su novia le habían dolido. Y, después de eso, se fue.
Las lágrimas habían comenzado a resbalar por las mejillas de Piscis, no pudo evitarlo. Ni siquiera sabía porqué le había dicho que deberían terminar. Ella solo quería dejar de discutir, no dejar de estar juntos.
Vio de reojo como alguien se sentaba a su lado, pero no intentó ver quien era ni decirle nada. De todas formas, no le habrían salido las palabras.
–Piscis.
Reconoció esa voz grave, y giró para encontrarse con Leo. Pudo notar algo de culpa en su mirada. Piscis no quería que él se sintiera mal, solo quería que la abrazara.
–Leo... –murmuró– Pensé... pensé que te habías ido.
–Iba a irme, pero sabes que no te puedo ver llorar –dijo, acariciando la mejilla de Piscis.
Ella esbozó una sonrisa triste. Siempre había sido bastante llorona, pero Leo siempre encontraba la forma de hacerla sentir bien.
–Vamos –dijo él, tomando la mano de Piscis.
–¿A donde? –preguntó ella.
–¿Confías en mi?
Piscis asintió y lo siguió hacia el auto de Leo. Estuvieron unos veinte minutos en el auto. No hablaron mucho, pero Leo nunca soltó la mano de Piscis. Siempre le había gustado tomarla de la mano, le gustaba lo pequeñas que eran en comparación a las suyas.
–Leo... –dijo ella, al ver que comenzaban a subir una montaña por la ruta.
–Tranquila, te va a gustar –dijo él, acariciando los nudillos de Piscis para calmarla.
Siguieron subiendo. Ya estaba atardeciendo, y la vista se volvía más hermosa a medida que la altura iba aumentando. Las montañas se tiñeron de un color rosado por el atardecer y los árboles estaban por todos lados. Había algo de nieve en las puntas de las montañas, a pesar de que fuera verano. Piscis estaba fascinada por la vista, aunque había vivido en ese lugar toda su vida, nunca había dejaba de impresionarla lo impactante y bello que eran esos lugares.
–Llegamos –anunció Leo.
Habían parado en un mirador. Bajaron del auto y se acercaron al borde. Piscis seguía admirando la vista cuando sintió que Leo la abrazaba por detrás. Ella se apoyó en el pecho de él y así se quedaron por unos minutos, observando como el sol se escondía entre las montañas.
–No quiero que terminemos... –murmuró Piscis.
Leo besó su cabeza.
–Yo tampoco.
Sin alejarse de él, Piscis giró para mirarlo de frente. Le dolía mucho lo que estaba por decir, pero estaba segura de que sería lo mejor para los dos.
–...pero tampoco quiero que sigamos juntos si vamos a discutir tanto –Leo frunció el ceño–. Creo... creo que deberíamos darnos un tiempo para pensar las cosas.
–Entonces sí querés que terminemos –dijo él, alejándose unos pasos.
–Solo quiero unas semanas para calmarnos, no me gusta que discutamos casi todos los días.
Dos veces en un mismo día. Ella había terminado con él dos veces en el mismo día, y a Leo no le gustaba una mierda. No quería alejarse de ella. Se sentía herido, pero era demasiado orgulloso como para demostrarlo. Solo subió al auto y lo puso en marcha. Si Piscis ya no lo quería, él no intentaría hacer nada para cambiarlo. De todas formas, sabía que ella se terminaría arrepintiendo, siempre lo hacía.
En todo el trayecto desde el mirador hasta la casa de Piscis, un silencio incómodo inundó el ambiente. Ninguno de los dos quería decir nada, por miedo a empeorar las cosas. Hasta la música era algo incómoda, aunque era lo mismo que escuchaban siempre.
Durante los siguientes meses, Piscis no volvió a ver a Leo. No hablaron ni se cruzaron. Ambos intentaron concentrarse en otras cosas y crecieron bastante durante el verano, pero nunca habían dejado de extrañarse.
No fue hasta que llegó el invierno que se encontraron. Piscis entró a una cafetería cargada con pilas de libros. Estaba estudiando psicología, y se le habían acumulado los trabajos. Cuando quiso dejar todo en una mesa, las pilas cayeron y todos los libros terminaron en el piso. Ella maldijo mientras se agachaba para recogerlos, cuando vio que alguien la ayudaba.
–¿Leo?
–Hace tiempo que no nos vemos, Piscis –dijo él. No se veía feliz, pero tampoco enojado. Más bien parecía cauteloso, como si estuviera probando el terreno.
Los dos se sentaron en una mesa. El pidió café y ella chocolate caliente, tal como hacían cuando estaban juntos. Tenían mucho de que hablar, y lo sabían, pero ninguno quería llegar a lo importante, por lo que empezaron con las preguntas triviales. Preguntaron por sus familias, por los estudios y hablaron del gato de Piscis.
–Todavía te quiero –soltó él, de la nada.
Esto tomó por sorpresa a Piscis, quien tomó un sobro de su chocolate caliente para ganar unos segundos para decir algo coherente. Sabía que todavía sentía algo por él, pero no creyó que se lo diría de una forma tan directa.
–¿Crees... crees que podríamos darnos otra oportunidad? –continuó Leo.
Sin ser capaz de formular una oración en su cabeza, Piscis solo asintió. Si, quería volver con Leo, había querido volver con él desde el día en el que terminaron. Solo esperaba que esa vez fuera diferente.
Con una amplia sonrisa, Leo tomó la mano de Piscis y la besó coquetamente, haciendo que ella se sonrojara.
Este capítulo es para @Krisdy_CP espero que te haya gustado 💙
