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|En busca de Clay|
Todavía no había salido el sol. Me levanté de mi hamaca con cuidado sin que nadie se enterara. Caminé poco a poco y desaparecí de aquel lugar. Paseé por el Claro como casi todas las mañanas; pensativa. No pude dormir a penas, no paraba de pensar en Clay y en Newt. No me gustaba enfadarme con él, pero me pareció un borde y un malhumorado. No entendí porque se puso así. Y lo que más rabia me daba era que no confiara en mí, en que no fuese capaz de convertirme en corredora. Quería hacerlo, quería esforzarme, me parece genial que ellos estén bien aquí, pero yo no pienso quedarme. Voy a encontrar una salida, cueste lo que cueste, y no me importaba que me aceptaran o no como corredora, pero tenía que demostrar que podía.
Me acerqué a las puertas, vi los rayos del sol asomándose por los muros, sabía que quedaba poco para que se abriesen. Pasaron unos segundos y el sonido de las puertas empezó a escucharse. Una fuerte brisa entró en el Claro arrastrando arena, hojas y polvo. Miré el pasillo de hiedra y di un paso. ¿Qué qué estaba haciendo? No lo sabía ni yo, pero sí tenía algo muy claro, y era que no dejaría que se pudrieran ahí dentro, no pensaba quedarme.
Estaba decidida a continuar pero alguien me agarró del brazo y me tiró para atrás.
—Mack, ¿qué haces? —dijo Rob con disimulo.
—Joder, menos mal que eres tú —dije con alivio. Confiaba en Rob y sabía que me cubriría.
—¿Acaso no sabes que no puedes cruzar las puertas? —dijo susurrando.
—Lo sé de sobras, pero... No pienso quedarme aquí encerrada para siempre. Voy a buscar alguna forma de salir —dije no muy segura.
—Pero no eres corredora, si vuelves al Claro te la vas a cargar —dijo estresado.
—No voy a buscar ahora una salida, voy a ir a por Clay para demostrar que puedo cuidarme sola y que puedo ser una gran corredora —Un fantástico plan pensado en el último momento.
—Pero Mack, nadie ha sobrevivido... —No le dejé terminar la frase.
—Ya ya, una noche en el laberinto. No sabemos si está vivo o muerto, ¿y si solo está herido y necesita ayuda? ¿Vamos a dejarle morir? —dije convencida, él en cambio no sabía qué hacer—. Mira Rob, no te pido que me acompañes, vete y no se lo digas a nadie.
—No, no puedo dejar que entres ahí —dijo negando.
—¿Por qué no? —dije poniendo los ojos en blanco.
—Son las reglas, no puedo incumplirlas. Además, ¿cómo pretendes encontrarle si no sabes nada del laberinto?
—No... No lo sé. —No me había parado a pensar en eso.
