Final: "Las musas de Samuel de Luque: De Sebastían a Natalia"

399 52 5
                                    

Sebastián

Nos conocimos en un momento de susceptibilidad, él padecía los efectos de sus decadentes decisiones; yo lamentaba un nuevo intento fallido por trasplantarme. Por aquellos días no encontraba ningún rastro de inspiración, ninguna historia llegaba a mi mente, ninguna medianamente buena, todas eran igual a la anterior, todo era vacío y sin sentido, no podía encontrar nada que me tuviese ni un poco satisfecho. Viajé a Andorra con la esperanza de encontrar paz mental y quizá inspiración, pero tras dos meses de encierro infructífero convencido de que nunca más podría escribir algo bueno, le conocí.

(...)

Mantuve la mirada baja, no quería mirarlo; el suspiro que había soltado al final de aquella introducción me había dolido como una punzada aguda en el pecho, nuevamente la inseguridad me invadía, un extraño dolor que odiaba sentir, un presentimiento de que algo malo ocurriría.

(...)

El tocaba cada noche en un pequeño bar cerca del centro; aquel lugar distaba mucho de lo que podría denominarse un lugar propicio para la creación, sin embargo, después de mi primera noche ahí, las ideas comenzaron a fluir, y aunque la historia se desviaba del degenero que había escrito hasta ese entonces, leer cada nota y cada página escrita en mi maquina durante aquellas largas madrugadas, me gustaba cada día más.

Fue unas semanas más tarde, cuando tenía cerca de la mitad de un buen manuscrito, cuando comencé a prestar atención a las personas que me rodeaban, entre ellos al cantante de cada noche, ese que se esforzaba por atinar las notas al final de su jornada, cuando el alcohol en su sistema nublaba su vista y entorpecía sus manos, a pesar de ello siempre seguro de lo que tocaba, dueño de sus composiciones, orgulloso de su talento, su personalidad poco a poco comenzó a llamar mi atención.

El día que pude escuchar una canción completa sin fallar en una nota, no pude evitar levantarme para reconocer su talento, en verdad aquel chico se subestimaba y parecía incapaz de notar el daño que se hacía cada noche; debí suponer que mi acción no pasaría desapercibida y aquel día se sentó a mi mesa para conversar. Tras varias semanas compartiendo una mesa y una plática amena los sentimientos trascendieron de una amistad a una especie diferente de cariño; en realidad él parecía hacerse cada día más transparente y eso resultaba hasta cierto punto interesante para mí; comencé a creer que al pasar tiempo a su lado podría aprender a ser transparente y autentico, a olvidar poses y tomarme la vida de manera más tranquila, sin tener que cubrir las expectativas de nadie, siendo simplemente yo; sin embargo, creo que lo único que logre al estar a su lado fue crear un espejo de su actitud; nunca pude hablarle de mí, era como si yo me estuviese convirtiendo de nueva cuenta en lo que el necesitaba y eso funcionó para ambos una temporada.

En aquel entonces fui capaz de terminar un libro fuera de las expectativas de todos, explorando un género que siempre había deseado realizar y que por temor nunca había intentado; Sebastián por su parte había recuperado la inspiración perdida y ahora era capaz de verse como el talentoso músico que siempre había sido. Cuando la llamada para ir a Australia llegó, me di cuenta que no sería capaz de obligar a cargar con una responsabilidad como mi salud a alguien de quien nunca podría corresponder sus sentimientos.

(...)

Tragué pesado al escucharlo decir aquello con tal frialdad, mientras tocaba las últimas notas de la canción. Me miró unos instantes con las manos aun sobre el teclado, esbozando una hermosa sonrisa, para finalmente besarme con dulzura unos minutos antes de tomar las partituras de la canción, rasgando las hojas entre sus manos y arrojándolas en la basura de la cocina.

Las musas de Samuel de Luque (Wigetta) #FL2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora