10: "El visitante de Barcelona"

590 79 38
                                    

La tarde del lunes, una vez pasada la euforia inicial sobre el plan del siglo, me encontraba de nueva cuenta mirando el techo buscando respuestas; había dejado en pausa mi lectura después del sexto león, pues no quería formarme ideas acerca de "la séptima persona", sin embargo, en mi cabeza las dudas se incrementaban; la existencia de la última musa era un cuestionamiento constante pues si lo descrito por el libro resultaba verídico, tal como ocurría con Magnus, Samuel a estas alturas estaría a punto de rendirse y aceptar la idea de una vida simple sin encontrar a la séptima musa.

Sacudí los pensamientos fatalista de mi mente y traté de centrarme en otras cosas; para el miércoles, y después de pasarme todos los juegos que pude, los leones, las musas y la proximidad de la fiesta de Ismael, me estaban ahogando de nueva cuenta, sin pensarlo dos veces llamé a Frank y le cité en el café de la universidad, el pondría mis pensamientos en orden, confiaba en ello.

(...)

Me senté frente a la gran ventana al igual que la semana anterior, ver a la gente pasar me tranquilizaba de alguna manera, de nueva cuenta llevaba conmigo la libreta de notas y el libro de Samuel, ahora sentía que no podía despegarme de ellos; Frank estaba retrasado y decidí ordenar algo para calmar un poco mi ansiedad, la fiesta sería en tres días y mi plan carecía de pies y cabeza, no había nada después de conocer a Samuel o la séptima persona, no sabía lo que haría, como me presentaría o lo que preguntaría, en mi cabeza se repetía como en una película, la escena del encuentro, pero después de eso solo había una pantalla en negro.

Miré despreocupado la hora en mi móvil y al notar que aún faltaban tres minutos para la hora acordada, suspiré con fastidio, esa ansiedad mía había jugado con mi sentido del tiempo, Frank no se había atrasado, era yo quien había llegado temprano. Tomé un sorbo del chocolate que había ordenado y comencé a hojear el libro, las paginas estaban un poco arrugadas y la pasta mostraba abolladuras que no recordaba haberle hecho, fue entonces cuando la imagen de la chica en el parque botando el libro en aquel contenedor de basura, regresaron a mi memoria, en realidad yo era el segundo propietario de aquel ejemplar, y fue entonces que recordé la situación, esa chica se había deshecho de el con tanto desprecio, como si algo le molestase, ¿ella podría ser...?

-¿Es bueno? – escuche tras de mí; no pude evitar pegar un pequeño salto en mi lugar por la inesperada voz, esa que me había sacado de mis pensamientos.

-¿C-Cómo? – dije girándome para ver al dueño de aquella voz.

-El autor, ¿es bueno? – dijo aquel hombre acercándose un poco más mientras se sentaba a mi lado; era un personaje extraño, más o menos de mi altura, según pude deducir antes de que se sentara, llevaba unos vaqueros deslavados, zapatillas negras a juego con una sudadera que evidenciaba la longitud de su espalda; por instinto dirigí la vista a sus manos, la piel blanca de quien no ha tomado el sol en meses se evidenciaba en el dorso de estas, el vello le llegaba hasta casi la base del meñique, oscuro pero un tanto escaso, uñas pulcramente recortadas, bajo estas la piel parecía un tanto azulada – ¿Entonces? – le escuché decir, de inmediato levanté la vista y me centré en sus rostro, una barba crecida y perfectamente delineada, oscura, contrastando con el tono de su piel, que enmarcaba unos labios delgados de un tono melocotón natural, nariz fina y pómulos perfilados donde se observaba un ligero sonrojo, probablemente obra del reciente frío otoñal, llevaba unas gafas grandes de marco delgado con el cristal de un tono ámbar que no me dejaron acertar el color de sus ojos; pestañas largas levemente risadas, cejas gruesas y pobladas, finalmente unos mechones de cabello castaño y ondulado caían por su frente, escapando al gorro de lana gris que cubría la mayor parte de este, yo seguía en silencio, perdido en sus rasgos, cuando una sonrisa me hizo regresar a la realidad -¿estás bien? – preguntó mirándome directamente a los ojos, fue entonces cuando me pude dar cuenta que tenía la boca abierta, debía lucir ridículo, cerré la boca haciendo que mis dientes chasquearan ruidosamente y baje la mirada, ahora no solo me vería ridículo sino como un tomate, sentía la sangre en mis mejillas y aquello ya debía ser más que evidente.

Las musas de Samuel de Luque (Wigetta) #FL2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora