22: La gran historia

457 66 18
                                    

Los siguientes días transcurrieron en cámara lenta, después de mi llegada y el nostálgico reencuentro, en el que me había deshecho en disculpas hacia mis padres y ellos en muestras de afecto; esos días en los que me había dedicado a contarles todo lo ocurrido con Carlos, sobre mi fracaso en la revista, sobre mis motivos para dejarlo, incluso contarles acerca de "las musas", guardando para mí el tiempo junto a Samuel, esos días en los que de pronto parecía que me había quitado un gran peso de la espalda, en el que me sentía cada vez más libre, y a pesar de todo, días en los que el dolor se hacía más grande, en los que me arrepentía cada vez mas de escapar.

Las mañanas se habían hecho cada vez más difíciles, el frío que recorría mi cuerpo al darme cuenta que él no estaba a mi lado; finalmente al inicio de la segunda semana el bienestar pasajero de encontrarme de nueva cuenta junto a mi familia, se desvaneció y solo quedó el dolor y la soledad. Me sentía incompleto, vacío, me sentía solo, yo y mis recuerdos, comenzaba a cuestionarme sobre lo que Samuel estuviese haciendo en esos momentos, si acaso habría comido, si habría dormido bien, si se cuestionaba sobre mí, si me estaría buscando, si acaso él me extrañaba tanto como yo a él.

-Y... ¿cómo se llama? – la voz de Karol interrumpió mis pensamientos.

-¿Quién? – no entendía del todo su pregunta, no estaba seguro siquiera de que me hubiese preguntado algo.

-El motivo por el que estas aquí, ¿Cómo se llama? – se dejó caer en el sofá junto a mí – porque, yo no me trago todo eso de que te has venido a disculpar después de 5 años, es decir, debe haber algo, o alguien, que te hizo venir aquí – se giró para verme mejor – y no me mal entiendas Guille, te extrañé muchísimo y más de una vez pensé en escapar a España solo para verte, pero no entiendo, porque de pronto, sin más decidiste tomar un avión y llegar aquí – pude recordar la noche en que Carlos había mostrado su verdadera cara, la necesidad inmensa que sentí de correr a los brazos de mis padres, la misma necesidad que tuve el día en que conocí a Lucia, sin embargo, algo siempre me obligaba a olvidar la idea de huir, a quedarme en España, era como si de alguna forma supiera que aún tenía un motivo para esperar, para quedarme donde estaba, pero esta vez, ese sentimiento no había aparecido.

-Ya no tengo nada que hacer en España – respondí distante, sabía que mentía, lo sabía porque la garganta me había dolido por decir aquello.

-¿Enserio? – dijo en tono sarcástico mi hermana, a pesar del tiempo transcurrido, aun me conocía bastante bien, sabía que mentía – bueno, entonces dime ¿Cómo se llama esa "nada" que te motivo a dejar España?

-Él no me motivo a dejar España, yo... - interrumpí a Karol sin darme cuenta de lo que acababa de decir – yo simplemente decidí que era mejor alejarme.

-¿Por qué?

-Porque le mentí – suspiré, y sin pensarlo mucho le dije todo, mientras aquella joven de casi 18 años, en la que se había convertido mi hermanita, escuchaba atenta.

-Entonces ¿tú te fuiste por miedo a que te rechazara, a que se decepcionara de ti, por no decirle "la verdad", y él no te dijo "eso tan importante" por temor a que te alejaras? – asentí con la mirada fija en mis manos - ¿y eso fue hace casi dos semanas? – volví a asentir sin mirarla - ¿y él no te ha llamado, ni intentado buscarte?

-No – dije apenas en un susurro.

-¿Ni tu a él? – levante un poco la mirada solo para negar lentamente – bueno ¿quieres saber lo que pienso? – simplemente elevé los hombros con desinterés – pienso que son un par de idiotas – una risa y expresión de sorpresa se quedaron contenidas en mi garganta, escuchar hablar de esa forma a Karol resultaba completamente nuevo para mí, aunque tenía que admitir que me había perdido muchos años de su vida – quiero decir, Guille tú lo amas y él a ti, y no entiendo ese absurdo miedo a "ser rechazado", prefirieron quedarse callados y perder al amor de su vida, que hablar y aclara las cosas; para mí son un par de idiotas, no tengo otra explicación – se levantó del sofá mientras yo solo podía mirarla con sorpresa – pero te amo hermanito, idiota y todo respeto tu decisión y te apoyaré en todo lo que decidas hacer – se acercó para darme un beso en la mejilla – aunque decidas quedarte en este sofá eternamente – me dirigió una breve sonrisa antes de darse la vuelta y caminar completamente despreocupada hacia su habitación.

Las musas de Samuel de Luque (Wigetta) #FL2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora